UN PASADO POR DELANTE… Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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El primer concepto que defendía con pasión el oprimido pueblo francés fue el de LIBERTAD. Esa humana necesidad de respirar sin angustia lo incitó a rebelarse, y pervive como resistencia hasta dar la vida, inflamando de valor a quienes sienten el agobio del poder absoluto.

La IGUALDAD considerada como equidad de base, debe estar siempre subordinada a la LIBERTAD del individuo para desarrollar el proyecto de vida propio. Anteponer la IGUALDAD es desvirtuarla, un slogan para ganar espacios de poder para volver a construir desigualdades avasallando la LIBERTAD.

Y la FRATERNIDAD propia de sentirse revolucionario, divide en castas, segmenta entre ellos y nosotros. También entierra la LIBERTAD en pos de una mentira utópica: hacer de personas productos científicos idénticos.

Los que se sentaron a la izquierda del rey en la Asamblea de la Revolución Francesa para destacar su oposición al abuso del poder y a los privilegios, a poco andar se aliaron a los jacobinos para todo tipo de desmanes. Pero lo peor es que renunciaron a su origen, y cada vez con mayor entusiasmo, apoyaron las botas, el entrometimiento del aparato estatal en las vidas y haciendas ajenas.

Un cambio de 360 grados del absolutismo en el poder al totalitarismo del poder.

Lamentablemente, falsos intereses de destruir el poder tiránico ocultan la intención de construir otro igualmente cruel. Esta ha sido una constante mayoritaria en las revoluciones violentas subsiguientes. Los que las promovieron, convocando a reivindicar a los esclavizados, disfrazaron  de igualdad y fraternidad los intereses más corruptos, obscenos y viles, para sojuzgar a los demás.

A esta altura es anticuado y sin contenido definir derecha e izquierda. La derecha, generalmente, se identifica con el fascismo; con el espíritu conservador en el peor sentido de la palabra, es decir, no apuntando a conservar la vida, la libertad y la propiedad, sino como anclado y encajado en el statu quo, incapaz de dejar pesadas telarañas mentales lo cual es un atentado contra el progreso. Si fuera por estos conservadores el homo sapiens seguiría en la tribu comiendo mamuts crudos puesto que el uso del fuego fue una novedad distinta de lo anterior.

Aquellas butacas de la tumultuosa y arbitraria Asamblea, se han convertido en expresiones más o menos vacías de razón y humanismo. Usadas por canallas que se prevalecen de la buena fe de los demás quieren el poder absoluto, como lo hacían los decapitados por abusar sin límites del pueblo.

Actualmente, en ciencia política se alude más específicamente a estatismo o liberalismo, términos que definen sin equívocos las posiciones en el espectro de las ideas. Unos dogmáticos usan al Estado para poner al individuo a su servicio. Los liberales se abren a criticar con dureza todo lo que sea justamente dogmático y no admiten nada como absolutamente inmutable. El dogmatismo, en ambos sentidos, es la antítesis del liberalismo que convoca a pensar con cabeza propia, siempre abierto a nuevos paradigmas fuera de la ortodoxia. Aquella que Karl Popper proclamó que es un campo propio de la religión.

Ante el fracaso comprobado científicamente del nazismo, el fascismo, el leninismo, el stalinismo, el maoísmo, y varios ismos más, aparece la nueva izquierda, la nueva derecha y nuevos refritos de los mismos conceptos autoritarios para regodeo de tiranías de la peor laya.

Para tranquilizar conciencias y producir confusión políticamente redituable, se ha inventado el llamado “centro”. Mezcla light de Izquierda y derecha.  Los dogmáticos de buenos morales apelan a la tolerancia. Prima hermana de los dogmáticos más autoritarios unidireccionales, encierra cierta connotación inquisitorial y de soberbia, puesto que equivale a un perdón a los que están equivocados, excluyendo la verdad de otro al que únicamente se tolera. Este pacto de no agresión puede romperse fácilmente desde quien detenta el poder.

El estatismo históricamente se traduce en que el monopolio de la fuerza se arroga facultades que van más allá de la seguridad y la justicia, dos funciones fundamentalísimas que los gobiernos generalmente no cumplen; o no lo hacen bien. En su lugar los estatistas avanzados se aplican a todo tipo de aventuras replicando lo peor de la tristemente célebre Asamblea francesa, en la que, el odio, el resentimiento, y la anomia, perjudicaron a todos. Y muy especialmente a los más postrados.

Tal como ahora, los más débiles son carne de cañón para los vejámenes de las satrapías. Cuando los megalómanos dan rienda suelta a sus caprichos marcando lo que debería hacer cada uno con su vida y su propiedad, se incurre en una insolencia. Constituye una bofetada a la inteligencia. Tiene enquistada la humana debilidad de poseer todo sin barreras, destruyendo la libertad, porque ella deja al descubierto la intención aviesa de especular con el pensamiento unívoco, patrimonio excluyente de quien no admite disidencias.

En cambio, pensar con libertad sobre el yo y el otro respeta en forma irrestricta a los proyectos de vida individuales. Ese respeto recíproco opera en el contexto de entender que los derechos no se toleran, se respetan; comprender que esto en modo alguno significa compartir o inmiscuirse en el proyecto del vecino. El conocimiento libre tiene la característica de la corroboración provisoria, sujeto a refutaciones. El debate abierto es condición necesaria para el aprendizaje. Más aún, a uno puede resultarle repugnante el proyecto del vecino, pero bajo ninguna circunstancia puede recurrirse a la fuerza, a menos que se produzcan lesiones de derechos. Esto último es la única condición que da pie a la acción defensiva, descartando bajo ninguna circunstancia a la ofensiva. Lo que parece una obviedad no lo es cuando se filtra el aparato de la fuerza y el terror en áreas que en una sociedad libre que son privativas de cada uno y bajo su responsabilidad. El liberalismo no se corta en tajos, se trata de aspectos indisolubles de moral, derecho, filosofía, economía y epistemología.

Desde la perspectiva liberal no hay tal cosa como “derechos sociales”, se trata de la facultad de hacer o no hacer con lo propio lo que uno quiera, pero de ningún modo actuar coactivamente con el fruto del trabajo ajeno. Además, la guillotina horizontal que impone el igualitarismo empobrece y denigra. De la misma forma la denominada derecha tiene ribetes autoritarios en el sentido de imponer la generalización de visiones incompatibles con la libertad como “ausencia de coacción por parte de otros hombres”.

Giancarlo Bosetti en “La crisis en el cielo y en la tierra” describe: “La izquierda no es ya o, en todo caso, no puede continuar siendo cosas como: la planificación centralizada, la abolición de la propiedad privada, el colectivismo, la supresión de las libertades individuales, la intención de enderezar el ‘leño torcido’ kantiano, de plasmar al hombre y la sociedad de acuerdo con el proyecto elaborado por una vanguardia intelectual”. La perfección no está al alcance de los asuntos humanos; y quien se sienta que tiene el poder de una sabiduría superior, es un tirano.

En la búsqueda de un sistema perfecto, meta que no resulta posible para los mortales, incurren todas las utopías socialistas que tantas masacres y sufrimientos han provocado. Fracasaron pretendiendo “enderezar” la naturaleza ambigua del ser humano en busca de ese engendro: el “hombre nuevo”.

Por eso, recurrir a los conceptos políticos de liberal o estatista permite desconfiar de quienes tienen la receta perfecta y el odio necesario para derramar sangre ajena.

Los estatistas dogmáticos expresan un regodeo de rechazo al orden. Llegan al estamento público con intención de controlar todo desde el poder. Multiplican burocracia, exigen sumisión, destruyen las organizaciones técnicas profesionales por desconfianza. Avanzan sobre lo público que aún funciona; quieren ajustarlo al esquema de administración absolutamente controlada. Descargan en otros su culpa por la improvisación, la parálisis y los nefastos resultados. Aplican el desmantelamiento para producir abulia y apatía para que todo dependa del sumiso. Su herramienta es el terror a actuar independiente como método de sujeción y complicidad al abuso del poder.

En definitiva, son tan absolutistas como cualquier autócrata; tan déspotas como quien ejerce el poder arbitrariamente; tan dañinos como cualquier tiranía.

Paradójicamente los estatistas viven parasitariamente del Estado, que engordan para dilapidar todo hasta fundirlo. Combaten al capital de otros, pero lo atesoran para ellos. Su corporativismo frena los intentos de ordenar la economía, diluye los cambios, cautiva a los pusilánimes y a los atornillados al cargo, que temen pagar el costo electoral de actuar evitando más daño. Succionan la sangre de todos los demás, a los que acostumbran a vivir cada vez peor, depender de la limosna pública, y soportar a la delincuencia promovida desde el poder.

Los liberales no creen que todo en el Estado esté mal, ni que las diferencias económicas impliquen monopolizar los recursos por algunos individuos. Quieren un Estado eficaz y eficiente, servidores públicos que cumplan los cometidos inherentes a las prioritarias necesidades, sin agotar la posibilidad contributiva individual. Aspiran a recortar el multiplicador político de inoperancia que consume el esfuerzo y la inversión que da trabajo y produce bienes.

En quince años los dogmáticos estatistas demostraron que su vocación es autoritaria. Destrozaron la educación alcanzando los peores índices en rendimiento, ausentismo y aprendizaje en los deciles que más necesitan, impiden prepararse para tener equidad de posibilidades de ascender económicamente por su esfuerzo. Destrozaron la organización policial sustituyéndola por una políticamente vertical de adhesión dogmática al poder. Destrozaron la economía, agobiando con impuestos al sector medio, al sector productivo y a la inversión generadora de empleo. Burocratizaron al Estado incorporando una dirigencia inepta y corrupta que endeudó a las empresas públicas y al país. Destrozaron la Salud creando otro impuesto para mantener un sistema privado-público que expone únicamente falencias y corrupción. Cargaron con derechos truchos a la Seguridad Social aumentando exponencialmente su desfinanciamiento. Dilapidaron el dinero público financiando “cooperativas” fundidas. Aplicaron recursos a inversiones dispuestas cupularmente por corruptos desde el exterior. Destrozaron los barrios modestos liberando su territorio al delito y convirtieron a niños en “soldaditos”.  

Ganados por el relativismo gramsciano, distorsivo del orden, destruyeron la igualdad ante la ley. Incorporaron como dogma que el delito y su penalidad son una construcción de la derecha y es responsabilidad revolucionaria construir impunidad. La malhadada frase que Sendic convirtió en paradigma: “…si es de izquierda no es corrupto” se extendió a todo tipo de delincuentes que fueron liberados con franquicia para someter a la sociedad en la inseguridad. La corrupción destapada por la denuncia periodística expuso hechos delictivos llevados a juicio por otros parlamentarios que quedaron archivados. Parafraseando a Sendic: los de izquierda no van presos. La inoperancia fiscal para castigar delitos del poder igualó en el barro al sistema político y al judicial, por complicidad o encubrimiento. Destrozaron la credibilidad republicana; los electores que pierden la fe en que su voto conduce a algún cambio.

A diferencia de los estatistas dogmáticos que usan el Estado para monopolizar poder, los liberales urgen a repensar nuestra organización estatal; un Estado pequeño eficaz y eficiente, en una sociedad solidaria sin imposición.

La LIBERTAD, aquella que nos legó el General José Artigas, (la que entonamos con unción patriótica en los eventos deportivos), exige pensar sin dogmatismos. Es la contraposición imprescindible a quienes intentaron hacernos vivir de rodillas, sojuzgados a dogmáticos que estrangulan a sus pueblos usando al Estado.

Los dogmáticos estatistas, piensan por vos, deciden por vos, sin que vos les hayas dado la representación para hacerlo. Y si los dejas volver, tienen todo ese pasado por delante.

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