Editorial de Verónica Cortabarría Izquierdo
En nuestro país ya se acaba de incorporar la vacunación contra el COVID 19 a la franja de adolescentes entre 12 a 17 años (recordemos que los chicos de 18 años ya habían sido incluidos en fase anterior de vacunación).
Esta decisión fue tomada por otros países, mostrando resultados muy buenos. El tema de la dinámica de la transmisión en esta franja etaria, es idéntica a la de los adultos jóvenes, es decir, pueden contagiarse y contagiar al resto de la población. Así se ha comportado en el resto del mundo y también en Uruguay.
La vacuna aprobada por la FDA para adolescentes entre 12 y 17 años, es Pfizer-Biontech, por su alto perfil de eficacia y seguridad.
Los jóvenes adolescentes, han sido el grupo en que la pandemia ha producido mayor impacto, tanto en lo físico, social como mental. Que accedan a la vacuna es parte de un proceso educativo y que ayude a que de a poco puedan retomar (sin dejar los cuidados de lado) la actividad social.
Hablando de educación, me voy arrimando al punto de esta Editorial.
Según el INE (proyección 2021), el Uruguay tiene una cifra de adolescentes entre 12 y 17 años que asciende a 289.650.
Al abrirse el portal para la vacunación adolescente, solo en el primer día se inscribieron 92.000 chicos; y al segundo día ya ascendía a 140.000 el número de inscriptos. Y siguen sumándose.
Es cierto y entendible que deban concurrir con madre, padre o tutor. Pero también es cierto, que muchos de esos chicos ponen en sus casas sobre la mesa el planteo de la vacunación. Mi opinión no es azarosa, soy madre de adolescentes con pares que han hecho estos planteos a sus familias, siendo los adolescentes pro- vacunación.
A sabiendas y con información de dominio público de adultos negacionistas de las vacunas y otros tantos de teorías conspirativas…lo del acápite. Los adolescentes, los jóvenes también educan o reeducan a los adultos. Los hacen pensar.
Entonces… ¿Quién dijo que todo está perdido?
