En una peluquería, un afgano me explicó lo de la Burkha: «las mujeres deben usarla en todo tiempo en los lugares públicos, como en la calle o en el mercado. Se la pueden quitar si están dentro de su casa, pero deben usar una blusa bien larga para taparse el trasero».
Para confeccionar una Burkha se necesitan seis metros de tela.
Las vendían a 700 afganis (moneda afgana), pero no era fácil comprarla. Por ejemplo, un funcionario público ganaba 40 afganis por mes. Ahora no sé, pero días pasados leí que aumentaron su precio de ventas.
Andar con ese vestido es como llevar un cajón encima, más en el verano, con unos 45 grados. En la cara tiene una rejilla que apenas les permite ver.
Las mujeres jóvenes ya no querían usarla, pero las mujeres mayores comentaban: «Sin la Burkha me siento desnuda».
Su uso no se ata tanto a motivos religiosos, sino a costumbres tribales ancestrales más rigurosas aún en el ambiente rural.
Y tampoco se ata solo a la » Sharia», la ley islámica, sino más aún al «Pashtunwalli «, código de vida más rígido y que rige desde hace tres mil.
(el Islam llegó en el siglo VIII d.C.)
Tomé la foto en el mercado central de la ciudad de Maimana, norte de Afganistán.
No creo que haya cambiado nada. Allí las cosas no han modificado en los últimos cinco mil años.
Todo parece indicar que los Talibán volvieron para quedarse, así que habrá «Burkha» para rato. (En realidad nunca se fueron. Siempre estuvieron en su país)
Anoche escuché un programa de televisión donde se hablaba» que todo se arregla con democracia», » con igualdad de género «, » con libertades» y «con educación «. Todas recetas occidentales. Afganistán es » el contexto crítico» dentro del «Mundo Arabo Islámico «, su parte muy especial.
Los afganos no son árabes, son arios y eso también condiciona su forma de
ser.
De todas formas, las cosas no se arreglan con tan solo no usar la «Burkha, sino que son necesarios arreglos en sus esquemas mentales. Del hombre, (y también de la mujer).