La crisis energética de 1973 dejó duros recuerdos y «derrumbó la diplomacia» de los valores. Quién compra con dinero en la mano se lleva la mejor carga.
Y vuelven al ruedo olvidados analistas.
Richard Nixon -recordado por su «Watergate» ya hablaba de la guerra del futuro por el combustible. Hasta cita a Afganistán en su obra » La verdadera guerra»
Pasaron a segundo plano el cambio climático, los refugiados y todo otro asunto, fuera de una cuestión que no sea la que ha mantenido ocupada a las naciones: conseguir combustible.
Desde el siglo XIX, las naciones (y los imperios) hacen desgarradores esfuerzos por asegurarse recursos fósiles. Y en sus despiadadas acciones colonizaron continentes, remodelaron paisajes, desplazaron poblaciones enteras y le apretaron el cuello a sus aliados.
Cuando se puso de moda la «globalización», los fabricantes de sueños anunciaron «un mundo final » al estilo de la novela de Aldous Huxley, gracias a las supuestas » virtudes pacificadoras de la interdependencia», al decir de «Le Monde Diplomatique » en un artículo titulado » Juego de roles» en su edición de junio/2022.
La interdependencia no produjo un mundo plano y cooperativo, sino al revés. Produjo quiebres y asimetrías, facilitando el dominio de las grandes potencias.
Los recursos energéticos serán el garrote que usarán a diestro y siniestro.
La lucha será a brazo partido. Primero, para poder abastecerse y segundo, para poder repartir lo que sobre entre los países necesitados.
El siglo XXI será la centuria, no de la Soberanía, sino de la insoberanía causada por el reparto de los recursos energéticos.