Por el Dr. Nelson Jorge Mosco Castellano
Maquiavelo es considerado el fundador de la ciencia política moderna. Hasta la publicación de El Príncipe, los libros con consejos para gobernantes solían hacer hincapié en que éste debía cultivar los preceptos morales tradicionales, como la honestidad, la honradez, la justicia o la benevolencia; tenía que ser un “buen cristiano”.
Sin embargo, Maquiavelo rompe con esto y plantea por primera vez de forma clara la separación de la política y la moral.
Para Murray Rothbard, el teórico florentino es quien “rompe sin temor las cadenas éticas que aún ataban al gobernante a los principios morales”.
El gobernante ha de tener como único objetivo la conquista, conservación y extensión del poder político, y cualquier medio para lograr este fin está justificado: “Hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Aquél que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses”.
Han pasado más de cinco siglos desde que Maquiavelo escribió El Príncipe, pero sigue estando de plena actualidad. Siguen al pie de la letra sus enseñanzas amorales, tienden a tener éxito y prosperan. La penosa realidad expone que los políticos que llegan a la cumbre suelen ser auténticos maestros del arte del engaño, la mentira y las apariencias. Tienden a ser personas sistemáticamente deshonestas con gran capacidad para no ser percibidas como tales. Buena parte de su trabajo consiste en competir por realizar promesas que no pretenden cumplir.
Maquiavelo aconsejaba al gobernante, cuando conviniera, promover el miedo entre la población, culpar a otros de las consecuencias de los actos propios, e incluso hacer uso de la fuerza bruta. También sugería: “Un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. Y así le serán siempre fieles”.
Este tipo de político, éxitoso actualmente en alcanzar el poder, sabe que cuando los ciudadanos han desarrollado una alta dependencia del Estado es muy difícil dar marcha atrás.
Decía Bertrand Russell que El Príncipe es “un manual para gangsters”; Maquiavelo no es sólo el fundador de la ciencia política moderna, también es “un consciente predicador del mal”. Recomendar qué debe hacerse para conquistar, mantener y ampliar el poder político dejando a un lado toda consideración moral es básicamente predicar el mal. El propio Maquiavelo aconsejaba al político que, ante una lucha descarnada por el poder como las que hoy presenciamos, “en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal”.
En el primer tercio del siglo XIX el insigne filósofo político francés Alexis de Tocqueville plasmó su fascinación por la cultura democrática estadounidense en su obra «Democracia en América». Ningún país se había fundido estrechamente con la democracia del modo en que lo había hecho la nación estadounidense. Estados Unidos nació a finales del siglo XVIII de una revolución que rechazaba las jerarquías, la nobleza, la aristocracia y la monarquía heredadas de las estructuras feudales; ensalzó, por el contrario, el individualismo, la solidaridad voluntaria y la meritocracia.
Alexis de Tocqueville no solamente sorprendió por su notable aporte a la teoría política, la historia y la sociología, sino por su penetrante previsión del futuro político occidental y mundial.
No para proponer una utopía, como aquélla de Tomás Moro, ni un relato prospectivo fundado en una escatología o en presuntas leyes de la historia, al modo de Marx.
Tampoco parece guiarse por la idea ilustrada de un progreso indefinido de la humanidad y la idealización abstracta de su pronóstico democrático.
Tocqueville descubre en la realidad factual de la democracia americana los elementos seminales del desarrollo político y social por venir de la humanidad y el advenimiento de un ciclo histórico universal que se inauguraría en el siglo XX. Su previsión de la democracia “que viene” es realista, compleja y en cierta medida dramática, porque supone la difusión polémica de la libertad, por una parte, y un debate sin fin previsible sobre su relación con la igualdad, por otra.
En este contexto, Tocqueville pudo conjeturar la aparición de una segunda alternativa democrática (el despotismo democrático), fundada en la igualdad y su prioridad sobre la libertad. El pensamiento político de Tocqueville, en consecuencia, no se refiere solamente a una teoría del Estado y del gobierno, sino también a un proceso histórico de expansión política de la democracia y la constitución de un nuevo modo de vida social.
Para comprobar que el poder por el poder mismo es inhumano, que la receta de Maquiavelo engendra tiranos, y que es urgente tomar en cuenta las serias advertencias de Tocqueville sobre la corrupción de la democracia, elegimos seis índices que indican cabalmente quienes son los gobernantes que justifican moralmente detentar el poder.
El índice de Desarrollo Humano de la ONU, es una lista de las naciones del planeta organizadas de acuerdo con ciertas variables relacionadas con la longevidad, la salud y la educación. Las 25 naciones más prósperas y progresistas del mundo, ésas que atraen a enormes muchedumbres de inmigrantes indocumentados, son democracias en las que el aparato productivo está en manos de la sociedad civil. Funcionan de acuerdo con las normas económicas del mercado y se sujetan a las reglas que imponen Estados razonables.
Esas 25 naciones cuentan con un tejido empresarial denso y tecnológicamente avanzado. Nada es posible si previamente no se crea la riqueza, y ésta sólo germina en las empresas.
El índice “Doing Business” del Banco Mundial clasifica las facilidades en 185 países para crear empresas y hacer negocios de acuerdo con diez variables que incluyen desde el costo de la energía hasta el peso de los impuestos o el tiempo que toma iniciar la actividad. Los mejor colocados son los mismos 25 países de siempre. El índice de competencia entre las empresas en el mercado: “World Economic Forum”.
La competitividad descansa en 11 pilares: las instituciones, la infraestructura –que incluye el transporte y las comunicaciones–, la estabilidad macroeconómica, la salud y la educación infantil, la educación superior y el adiestramiento de la clase trabajadora, la flexibilidad del mercado laboral, el desarrollo financiero y el acceso al crédito, la predisposición por la tecnología, el tamaño del mercado, el refinamiento empresarial y la innovación.
La innovación. Innovation Capacity Index dirigido por el chileno Augusto López-Claros. Para compilarlo tienen en cuenta cinco variables: el capital humano (la educación), la gobernanza y la corrupción, el manejo macroeconómico, la calidad de las regulaciones y la equidad de género o la incorporación de la mujer al trabajo.
El Rule of Law Index, publicado por The World Justice Project. Este estudio anual pondera 10 factores y 49 subfactores para establecer la calidad del Estado de Derecho. Son tres elementos básicos: rendición de cuentas por parte del Gobierno; leyes claras y estables, con protección real de los derechos individuales, promulgadas por un poder legislativo competente, y acceso a jueces justos, bien instruidos y honorables. Sin justicia ni siquiera hay desarrollo sostenible. ¿Y la corrupción? Esa es la termita que poco a poco devasta los fundamentos de la convivencia.
El Índice de Corrupción que publica Transparency International. Es el menos objetivo porque se basa en percepciones. La corrupción es opaca por su propia naturaleza. Quienes la practican tratan de borrar sus huellas.
El mero examen de estos índices explica cómo y por qué hay países estables que se desarrollan y prosperan mientras otros se hunden en la desdicha, en medio de grandes convulsiones. Una enorme cantidad de pueblos están gobernados por promiscuos personajes que aplican el evangelio según Maquiavelo.
Desde una quiebra económica, se resucita. De la miseria humana y la corrupción se muere mil veces. Esos que piden sacrificios a otros en ese camino de conveniente hipocresía donde todas las sanguijuelas siguen prendidas del cadáver ya exangüe, chupando como si no se dieran cuenta de que la sangre se ha agotado.
El sistema político está en quiebra por estos detestables personajes, tanto en las leyes como en las conductas y las ambiciones de poder. Como lo está el sistema social, degradado y confundido por los ejemplos y la desfachatada exhibición de toda clase de impudicias.
No es un error que el FA fuera liderado por un general que quiso unificar la izquierda moderada con la violenta, y lo echaron por exceso de ponderación y falta de timing. No es un error que se eligiera para introducirse en el poder a un médico de origen progresista (hincha de Progreso); ni que hayan tenido que rescatarlo nuevamente, pese a la biología, para recuperar a los votantes desencantados de haber llevado a la presidencia a un viejo guerrillero anarquista, que enterró las ilusiones de los anti-tradicionalistas, y la economía del país. No es un error que hoy los más tibios dirigentes del FA estén absolutamente marginados porque no sirven para cumplir las directivas de Maquiavelo.
Tampoco es un error que hoy ese rejunte de izquierdistas esté liderado por quien presidiera a los dirigentes comunistas del sindicalismo violentamente militante. Ni que abreve en las ideas fuerza de Pablo Iglesias, un anti sistema de izquierda radical, expulsado democráticamente bajo “palio” del gobierno de Madrid, que anda por el mundo predicando métodos maquiavélicos para arrebatar el poder.
No es un error que Pereira profundice las vías de acción violenta, irresponsable, del sindicalismo poniendo palos en la rueda al orden económico y a la genuina asistencia social: mejor educación y más trabajo.
No es un error, tampoco, que Pereira esté abrevando en las formas incendiarias de Boric para alcanzar el poder, e imponer una constitución contrapuesta a derechos humanos básicos.
Hay que cambiar Maquiavelo por Tocqueville urgentemente. La razón de la política no es el poder; es la grandeza de servir con humildad a quienes votan con libertad para elegir un dirigente que conduzca a un futuro mejor, ético, moral y social. Principio del liberalismo que tanto odian los corruptos, los ineptos, los ineficientes, los burócratas empedernidos.
Cuando usted se pregunte por qué la amplia mayoría de los políticos no es realmente íntegro, honesto, y está tan devaluada su palabra, recuerde que para luchar por el poder ya Maquiavelo desaconsejaba esas virtudes. Y si por algún motivo cree que aún queda algún político de cierto éxito que considera un ejemplo de decencia, honradez y honestidad, alguien incapaz de traicionar su confianza, cuando le prometa cosas imposibles, lo está engañando.
El sistema político fue incorporando las leyes de Maquiavelo como forma de competir; desoyendo las advertencias de Tocqueville.
NADA DE ESTO FUE, NI ES, UN ERROR…