LA DEFENSA NACIONAL.

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¿Qué preguntas deben hacerse los políticos? Por Tilio Coronel Grillo

      Escribió Alvin Toffler en su libro “La tercera ola: “A veces se brinda la respuesta correcta a la pregunta equivocada”. Eso provoca un enfoque de una realidad irreal.

   Corren por caminos diferentes “la libertad académica responsable”

y la “libertad político partidaria”. La primera permite poner en juego la imaginación y plantear probables escenarios futuros, empleando las herramientas de la Prospectiva. La segunda limita los escenarios planteados a las necesidades del partido.  

   Las preguntas sobre la Defensa Nacional no deben contestarlas los militares, sino los políticos, responsables de plantear políticas de Estado (no de gobierno) y que sean ejecutadas por aquellos.

  ¿Es el Ejercito Nacional algo diferenciado de la sociedad? La respuesta es negativa, pero desde 1985 a la fecha nuestro estamento político lo responde en forma afirmativa y eso se acentuó a partir de 2005.Es lo primero que se debe responder (y aclarar) a la ciudadanía.

  ¿Existe una cultura de la defensa en nuestro país? No existe y por ende resulta mucho más difícil tratar el tema de la guerra, más aún cuando los llamados “teatros de operaciones” se han diversificado y abarca campos como el terrorismo y el narcotráfico.

   ¿Cuál es la razón de ser de un ejército? Es la defensa de la comunidad nacional de la que forma parte, quién lo organiza y lo sostiene. Pero este sentido de pertenencia no existe en nuestro país y es tarea del político desarrollarla. Por supuesto que un ejército no ha de estar al servicio de persona alguna, como instrumento de una clase social o alguna institución de gran poder en lo nacional. Y menos puede existir para defender un modelo económico implantado por una gran potencia, como ha ocurrido en muchos países del mundo.

    ¿Tener un ejército significa promover un culto a la violencia?  La respuesta también es negativa. Su razón de ser es la defensa de los conciudadanos.   

    ¿Cuál es la culpa que tiene el militar de aparecer como diferente? No tiene ninguna, salvo en un detalle: el militar debe ser capaz de emplear armas y conocer técnicas de combate. Por darle un nombre, de esa forma surge el oficio de soldado o la profesión militar.

   ¿Se prepara el militar para matar? Pues no es tan así, sino que aprende a emplear armas de fuego, cosa muy diferente. Es comprensible el rechazo de las armas, de todas maneras, porque quién primero paga las consecuencias de la guerra son los civiles desarmados… y los militares que la llevan a cabo.

   Mucho se ha predicado en favor de la paz y la concordia entre los hombres. ¿Se terminaron las guerras pese a esos esfuerzos? No es así. La realidad muestra un continuo enfrentamiento entre los pueblos, que no han encontrado aún un sistema adecuado de solucionar sus controversias por medios pacíficos. Pero no se puede negar la existencia de un ejército solo por el hecho de no haber encontrado esa fórmula. A lo largo de la historia, los pueblos han buscado la paz, pero la guerra es un fenómeno que acompaña al hombre desde tiempos primitivos.  Algunos especialistas han afirmado que lo mejor para evitar las guerras es suprimir los ejércitos. No es el caso. En muchas regiones del planeta, una empresa fabricante de armamentos tiene mucho más interés en provocar una guerra que un ejército.

     En un país democrático… ¿quiénes son los encargados de convencer a los ciudadanos de la necesidad de mantener un ejército? ¿Los militares? De ninguna manera. Son los políticos. Porque la Defensa Nacional debe ser una Política de Estado y es el político quien debe trazarla y luego es tarea del militar ejecutarla. Y para esa ejecución, el jefe militar debe exigir que   el político determine con absoluta claridad cuál es la misión a cumplir y en que marco jurídico y ético quedará encuadrada.

     Cuando el país está en peligro, se debe propiciar la seguridad de los bienes, las propiedades, la cultura y la propia vida, componentes de un Estado-Nación. Un ejército es la herramienta adecuada   a tales efectos.

   Luchar implica ejercer violencia y eso se contrapone a la paz, uno de los retos más importantes al día de hoy. La guerra es un fenómeno social cuya desaparición, lamentablemente, no se vislumbra. Esto escapa al control militar. Las guerras se incrementarán hasta por lo menos al año 2050, una de las fechas hasta la cual se mantendrá la disputa por la energía, como el petróleo y el gas natural.

 Dentro de ese marco, el político debe preguntarse… ¿para qué sirve la instrucción militar? La respuesta es sencilla: preparar al ciudadano para la Defensa Nacional. Esto trae un tema de eterna discusión, pero que en algún momento se deberá considerar.   Los gastos en defensa suponen una pesada carga en equipos material y sueldos. El político debe tener claro ¿Para qué sirven los gastos militares? ¿Cuánto se debe gastar? Estas dos preguntas no son fáciles de contestar, porque requiere primero fijar la Política de Defensa Nacional y luego fijar las misiones del ejército. No es al revés. Tenemos un ejército que no se sabe en que utilizarlo, salvo ponerlo en evidencia en situaciones desfavorables para justificar su eliminación.

     Pero la seguridad de una nación no es medible y hay otras preguntas que deben contestar los políticos: ¿Estamos a salvo de los intereses de otros países? ¿Estamos a salvo de los intereses de alguna potencia mundial que haya visto en nuestro país cosas que nosotros no vemos? ¿Estamos a salvo de acciones terroristas del yihadismo? ¿Estamos a salvo de alguna organización que pueda prepararse para, mediante acciones violentas, tomar el control del país?

   No decimos que esto vaya a ocurrir en los próximos meses. Solo son preguntas a plantear con el  solo fin de estructurar escenarios de futuro. Después de un desastre no cabe lamentarse por no haber estado preparados.

¿Cómo dotar de personal al Ejército?  A lo largo de la historia los países han empleado distintas fórmulas. La pregunta es: ¿Los políticos han hecho una evaluación del servicio militar como fórmula a tales fines? ¿Se han preguntado los políticos sobre la validez de un servicio militar? Lo que en Uruguay suena como algo impensado, la prestación del servicio militar, podría constituir el eslabón más importante para la unión entre ejército y sociedad.

     Sea cual sea la fórmula que las leyes determinen, el pasaje por el servicio estrecharía las conexiones entre militares y civiles. Puede crear conciencia en el ciudadano de la importancia de la defensa nacional.

   Este análisis puede ser impensado en nuestro país, una nación que no tiene una sensación de amenaza. Pero justo es decirlo: el Ejército puede colaborar a que la sociedad y en especial los jóvenes tomen conciencia de que pertenecen a una nación y adquieren la obligación de defenderla. El Ejército Nacional es una institución idónea para fomentarlo. Y no consiste en generar militarismo, sino en una herramienta donde los jóvenes reciben enseñanza básica, formación profesional y social, sanitaria, etc.  

¿Existe el fantasma del militarismo dentro del estamento político? Al parecer la respuesta es afirmativa, pero conviene tener ideas claras y situarlo en sus verdaderos límites. Antimilitarismo es el rechazo a la intervención de los ejércitos en los asuntos públicos. La situación actual no es la misma que en la década de los sesenta. El Ejército Nacional es una institucional, en principio, gubernamental. Si salió de sus cauces, no fue responsabilidad exclusiva de los mandos militares.

   Por otro lado, es una institución de tendencia tradicional. Al ser su misión la defensa, tienden a la estabilidad y al orden. Su sentido de la disciplina lo lleva a subordinarse al poder constituido y por eso tiene la tendencia a mantener la escala de valores que han recibido de sus predecesores. Tienden a identificar sus propios esquemas con los ideales nacionales. Pero hay un problema. En la actualidad no todos los sectores de la sociedad tienen los mismos valores, ni estos están reconocidos en un texto legal que puedan servir de referencia y existen discrepancias en su interpretación.

   Tema diferente es el del control político sobre el poder militar. Hoy no cabe duda del respeto por la Constitución por parte del Ejercito Nacional, cosa que no han practicado algunos partidos políticos. Por el contrario, los militares, en servicio y retirados, tienen plena conciencia de que el poder militar debe estar subordinado al poder político.

   Las peculiaridades de la vida militar, en guerra o en paz, obligan al militar a tener una forma de vida que difiere en parte del resto de la sociedad. Esta forma de vida no tiene por qué ser un muro, pero plantean dificultades en las relaciones, no tanto entre ciudadanos civiles y militares, sino entre el poder militar y el poder político.

   La desaparición del bloque soviético, aunque no finalizó la “guerra fría”, creó un nuevo orden mundial por parte de las grandes potencias.

Los nuevos ejércitos se han de adaptar a nuevos paradigmas. Y es necesario relacionar de forma más adecuada con la sociedad que las promueve, las emplea y soporta sus pesados gastos. Pero mostrar estos nuevos paradigmas es tarea de los políticos. Y por ahora están lejos de hacerlo.

   Una política de defensa nacional no se puede improvisar y los ejércitos modernos exigen medios técnicos modernos. Esto lleva a una constante presión en contra de la existencia de una fuerza armada e incluso la tenencia de armas y en la medida que falte una cultura de defensa, lejos se estará de solucionar o al menos contestar estas preguntas.

Cnel. Tilio Coronel  

1 COMENTARIO

  1. Comparto lo expresado, quien no ha vivido la experiencia castrense le resulta difícil entender a las FFAA.
    Siempre tengo presente la idea del servicio militar para los NI NI, para prepararlos a una vida productiva con PRINCIPIOS Y VALORES

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