El espíritu de la política, cuando lo legal deja de tener interés y, si persiste alguno, se vuelve tedioso o rutinario, se corrompe. Esto es; para los resentidos, una oportunidad de aprovechar el estigma de las leyes. Por eso las quebrantan aún sin ser delincuentes o antisociales. Derivado de esto, se adviene la búsqueda de nuevos horizontes y en su defecto el inconformismo, incluso se suscitan hechos insólitos, absurdos y caóticos. En el mejor de los casos se advierte la resiliencia. De esto al principio, sazonado con el juego de la desinformación y el manejo de la ignorancia de política, nacen los “salvadores del pueblo” los mesías tiránicos.
Tácito, historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio Romano a comienzos de nuestra era -quizá inspirado en el análisis de la politeia de Polibio (Grecia, 208-126 a.C), decía “Cuánto más corrupto es el Estado, más numerosas son las leyes”.
Polibio determina a «politeia» -que es uno de esos vocablos difícil de encontrarle una ajustada traducción- como forma de gobierno.
Según Salvador Rus en (LA TEORÍA CONSTITUCIONAL DE POLIBIO), a lo largo de las Historias el término se refiere al conjunto de leyes que organizan, dirigen e imprimen un rumbo a toda la actividad política de la comunidad.
La política de un país debe regirse bajo la sombra de una constitución. No obstante, para Polibio está última es algo más que el mero marco legal para el ejercicio del poder. Es la causa suprema de la Historia Universal «que trasciende a las causas particulares y a los propios agentes que la realizan». La constitución política se sitúa en un plano muy superior: es : «la causa más
importante»
La corrupción de la política en cualquier país o nación contempla un fenómeno o proceso cíclico que genera una cambiante forma de gobierno caracterizada por la necesidad de la sustitución inmediata de sus constituciones según el tipo de gobierno. A lo que Polibio le otorga el nombre de «anacyclosis» y lo determina así:
«la monarquía es el primer sistema que espontánea y naturalmente se establece, a éste le sigue y de él se engendra de
forma preparada y con corrección de sus defectos, la realeza; pero, cambiando ésta en los vicios (corrupción) que le son connaturales les viene a dar en la tiranía y, a su vez, de las ruinas de una y otra nace la
aristocracia. Y ésta, a continuación, siguiendo la naturaleza se vuelve oligarquía y cuando la multitud se irrita ante las injusticias de los gobernantes, se engendra la democracia. Y de nuevo, causada por la insolencia y el menosprecio de las leyes, la oclocracia». Ésta última se mantiene hasta que, sumida la sociedad en una total degeneración salvaje, encuentra de nuevo un amo y un monarca, un tirano. O sea, el proceso se cierra en el mismo lugar donde comenzó.”
Está misma concepción la podemos observar en “la república o el estado” de Platón, explicada con algunas variantes en los libros IX y X.
El mejor ejemplo de lo señalado al principio de este artículo lo representa en Latinoamérica, actualmente, el gobierno cubano. Su discurso político apoyado por una constitución espuria que radica de un sistema legal complejo, imbricado, de requisitos infinitos y de difícil comprensión, abona un terreno de juego indefectible que favorece el incumplimiento de las normas, la búsqueda de atajos, y la aparición de grietas por las que se cuelan las interpretaciones que facilitan la corrupción. De igual forma el pueblo de Venezuela ha caído en esa comedia no tan divina pero si en un calvario también dantesco. Desafortunadamente, se perfilan otros países de América en el errado camino -mesiánico- del llamado progresismo.
Este tipo de Gobierno, que ha surgido de esta impronta filosófica postulada por Polibio como cíclica, permite a sus responsables políticos usurpar los poderes que se estilan en democracia. Por ende, manejar las leyes a sus antojos e intereses egoístas y megalómanos.
Joise Morillo
Venezuela-USA