Artigas y el fútbol. (Comenzó la Copa América)

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Por: Martín Ferrario

A la leyenda, entonces, hay que inventarla “porque la patria lo necesita”. En rasgos generales, estas fueron las palabras del entonces presidente Máximo Santos cuando encargó al pintor Juan Manuel Blanes pintar a José Artigas.

La reivindicación de Artigas no fue un mero esfuerzo intelectual basado en consideraciones de justicia histórica. Hasta entonces, su figura estaba rodeada de connotaciones negativas.

La “creación” de Artigas tuvo que ver con la necesidad de dotar al Uruguay de una figura heroica situada por encima de los partidos fundacionales, enzarzados entonces en una lucha civil enconada y sangrienta.

Cuando en la escuela nos enseñaban sobre la figura de José Gervasio Artigas, uno podía pensar que esto siempre fue así: que la imagen del prócer, nuestro héroe máximo, fue desde un comienzo la misma. Intocable, forjada en el bronce de sus estatuas, un semis-dios que dio vida a la patria.

Pero cual caja de Pandora que da al mundo sus conocimientos, los años van haciendo que muchas de nuestras construcciones escolares tales y como las aprendimos, caigan.

Si hay algo que ha hecho la figura de Artigas, es mutar. No porque el héroe fuera de temperamento cambiante, ni mucho menos, sino porque los motivos que lo pusieron en ese pedestal han sido muy variados.

La historia como la conocemos hoy, comienza a surgir a fines del SXIX, cuando el General Máximo Santos, por ese entonces Presidente de la República, decide erigir a Artigas como héroe nacional.

Esta elección no fue arbitraria, se necesitaba un símbolo nacionalizante, una figura que pudiera cobijar bajo su manto a todos los uruguayos.

Por aquel entonces, ningún blanco aceptaría la idea de un Rivera como máximo referente nacional. Y mucho menos se podía concebir a un colorado venerando a Oribe. Tampoco hubiera sido de acogida popular utilizar la figura Lavalleja, quien tras colaborar con Oribe, se terminara declarando colorado e integrando el triunvirato junto a Rivera y Flores.

Artigas era una figura neutral, tal vez esa neutralidad se la daba el hecho de que su participación fue mucho anterior, incluso mucho anterior a la existencia misma del Uruguay.

Sin embargo, la tradición antiartiguista hasta ese momento era muy fuerte. La imagen de Artigas estaba rodeada de connotaciones negativas, a tal punto que el mismo Santos, prohíbe el texto de historia de Francisco Berra, el cual denostaba su figura.

Por mayores que fueran los esfuerzos de Santos, la revisión histórica de intelectuales de la talla de Carlos María Ramírez o Juan Zorrilla de San Martín con su “Epopeya de Artigas”, no alcanzaba para doblegar la leyenda negra fundada en el prestigio intelectual de escritores como Sarmiento o Bartolomé Mitre.

Por 1910, ya en años del centenario de la Revolución de mayo y la Batalla de Las Piedras, se retoma con fuerza la idea de reivindicar la figura de Artigas. Es allí cuando se termina convirtiendo en el héroe oficial y se gesta el relato que lo vincula a Uruguay.

La propia neutralidad que sirvió a la figura y pensamiento de Artigas para ser elegida por sobre cualquier otra, también dio lugar a un ambiguo uso político de su imagen.

La izquierda tomó al revolucionario social encausado tras la justa distribución de la riqueza y la integración de todos los sectores sociales al proyecto nacional. Así busca identificar el Reglamento de Tierras de 1815 con la reforma agraria de mediados del SXX, rescatando frases como “los más infelices serán los más privilegiados”.

En las antípodas, se encuentra el uso de Artigas que le dieron en dictadura, se resaltó su nacionalismo, su ejercicio autoritario del mando y su incorruptibilidad.

Incluso los liberales llegaron a enarbolarse bajo el ideario artiguista sobre la soberanía popular y las disposiciones de la ley.
Tal vez lo más interesante de todo esto, a pesar del uso y abuso hecho por la clase política, es que al fin de cuentas esa unanimidad respecto a la figura de Artigas no llevó al desacierto a ninguno.

Uruguay necesitaba de una figura heroica situada por encima de los partidos políticos fundacionales, aun cuando, paradójicamente, Artigas nunca quiso, ni aceptó, un Uruguay independiente.

La elección de Artigas como factor nacionalizante para la República, fue tan necesaria como impuesta. Poco queda del verdadero hombre, ese de los ideales de avanzada y el espíritu republicano fascinante, fue moldeado para dar paso a la leyenda, el símbolo patrio intocable.

Artigas, el máximo factor unificador de nuestro país como lo conocemos hoy, es un ejemplo que, en mayor o menor medida, terminó siendo forjado por la disposición de un gobierno.

El fútbol es todo lo contrario, nace espontáneamente del fervor popular, aglutina a las masas detrás de una bandera.

La selección provoca un sentimiento nacionalista que trasciende las arengas políticas, incluso las de un presidente incitándonos a festejar tras su asunción.

Es indudable que los logros conquistados por la selección uruguaya de fútbol tras el Mundial de Sudáfrica 2010, hicieron salir a la calle con banderas a gente que nunca antes había tenido siquiera interés en mirar un partido.

Lamentablemente, no somos un país que cuente con demasiados bastiones históricos o espontáneos de los cuales vanagloriarnos todos, y sin detractores, y menos aún que trasciendan nuestras fronteras. Otros países ostentan ganadores del Premio Nobel, poseen lugares considerados maravillas del mundo moderno, llegados los juegos olímpicos vuelven con medallas de todos los metales premiados. En Uruguay, si revolvemos entre nuestros logros, tal vez encontremos cosas similares, sin embargo, nada mueve nuestras pasiones desde el llano y tan democráticamente como el fútbol.

El fútbol para Uruguay no es tan solo un deporte, es una forma de trascender. Llegar a Europa y no tener que explicar que somos el país chiquito ubicado entre Argentina y Brasil, o evitar que nos pregunten “¿Paraguay?”. Simplemente haciendo referencia a Suárez o Cavanni, tenemos una carta de presentación que permite obviar todas las aclaraciones anteriores.

El clamor popular por la selección, tiene una pequeña diferencia con lo que puede despertar cualquier club de fútbol, se cambia el fanatismo por la pasión. En cierta forma parece mucho más sano, menos violento, y da la sensación de que vuelve a ser un deporte al que se puede acudir con la familia.

Con toda la violencia y reticencia que se ha visto volcada en los campos de juego -en los tiempos anteriores a la pandemia-, no parece un dato menor que se pudiera concurrir a un partido con niños, sin tener que andar pensándolo dos veces por miedo a encontrar ningún problema en el estadio.

Esta será, notoriamente, una Copa América muy diferente. La situación sanitaria nos llevará a presenciar un espectáculo deportivo que poco tiene de la emoción vivida en las tribunas del Estadio Centenario, en aquella Copa de 1995.

A decir de Eduardo Galeano: “¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie.”

En esos estadios mudos, buscaremos encontrar el reflejo de antiguas glorias, de nuevos valores, y un “abrazo de gol” (virtual).
Ese será el escenario donde volvemos a encontrar a la selección nacional de fútbol.

Al igual que la figura de Artigas, que fue elegida por no generar rispideces entre Blancos y Colorados, la selección, hoy en día, se ha transformado en el factor nacionalizante por excelencia, dándonos un sentido de pertenencia que hasta ahora parecía perdido, permitiendo que todos los uruguayos puedan hablar, mirar y disfrutar el fútbol bajo la misma bandera.

3 COMENTARIOS

  1. Buena nota. Gracias a Dios he podido viajar, ahi nombra a Cavani y Suarez le falto incluir a Diego Forlan que es tan o mas nombrado que ellos. Pero en Barcelona en varios lugares me nombraron a Luis Cubillas como un artista con la pelota en sus pies. Lo recuerdan???

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