BAJÓ LA POBREZA Por Juan Ramón Rodríguez Puppo

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¿Bajó? Claramente se puede decir que SI. Las cifras oficiales son serias y creíbles, pero apenas marcan un camino por donde transitar.

El Ministro de Desarrollo Social Martin Lema es el encargado de dar la buena noticia y si algo me ha parecido convincente en sus declaraciones es no sembrar algarabía por indicadores cuantitativos. Su pedido de prudencia y moderación parecen más que razonables.

La pobreza como concepto y para los institutos que elaboran indicadores no es más que una línea que separa a los que están “jodidos” de los que están un “poco menos jodidos”. Sabrán disculparme hasta la vulgaridad, pero no encuentro término más gráfico para expresarlo.

Tuvimos la prueba de ello hace poco tiempo atrás. El gobierno anterior hacía gárgaras con su abatimiento histórico de los índices de pobreza y fue llegar una cruel pandemia al Uruguay y en dos meses el Estado uruguayo se vio obligado a atender de una forma u otra a 800 mil uruguayos. Una cifra que supera y multiplica los indicadores estadísticos de pobreza que se nos venían planteando en 15 años.

Por tanto y con las salvedades de esa arbitraria línea podemos decir que Uruguay utiliza la línea de pobreza monetaria definida en 2009 en función de la Encuesta de Gastos e Ingresos de los Hogares del 2006.

A hoy existen mediciones de la pobreza según la composición del hogar (unipersonal, dos personas o 4 personas) y según el medio (urbano o rural, capital o interior) que se está evaluando. En 2020 (ajustémoslo a hoy si quieren) un hogar urbano en capital de composición unipersonal ingresaba a la línea de pobreza si su encuestado ganaba menos de 15800 pesos. Y así iba aumentando hasta 35 mil pesos en un hogar urbano del interior por citar otro ejemplo. Estos valores son otros al día de hoy repito.

Pero traje ese ejemplo de 2020 porque reitero lo mucho que nos sorprendió en aquel entonces cuando vimos que la vulnerabilidad social y económica que implicaba una pandemia desbordó los cálculos imaginarios que cualquier ciudadano hace cuando le dicen que en Uruguay solo hay un 10 por ciento de pobres.

De todas formas, es bueno poseer una medida uniforme y objetiva para trazar una línea que permita al Estado hacer previsiones de sus políticas sociales. En honor a la verdad este modelo de medición es parecido al que existe en todo el mundo.

La pandemia de covid19 fue todo un sacudón para la humanidad toda.

Nuestro país la sorteó con alta calificación. Nuestros niveles de pobreza cuantitativa no escalaron a límites indignos como sucedió en otros países. Por citar alguno diremos que en Argentina la pobreza trepó 16 puntos en solo 2 años. En Uruguay apenas 2.8. y 4 puntos en Brasil.

En esa medición unidimensional hay indicadores concretos de mejora que son atendibles y plausibles. Básicamente para explicarle mi punto de vista al lector debo decir que aún no podemos medir peras con peras si lo que queremos es compararnos con los niveles pre pandemia. El Uruguay viene recuperándose lentamente de 3 desgracias sufridas en estos últimos 3 años. El Covid, la inflación desatada por la guerra y ahora la sequía. Son 3 variables de alto estrés que no existían en el 2019. Aún así hemos vuelto a valores muy similares. Índice general de pobreza era del 8.8 % en 2019 y hoy en medición anual del 2022 mostramos un 9.9%. Si tomamos en cuenta que en 2020 trepamos a un 11.6% se bajó luego a 10.6% en 2021…la evolución es clara y favorable.

Pero más clara aún es si lo analizamos por semestre. Porque nos permite ver el comportamiento del último semestre del 2022 cuando se provoca la mayor caída del índice de pobreza. INE nos muestra un 9.1% ya casi igual al nivel pre pandemia. Por tanto, la caída pasa a ser significativa, aunque no podemos echar las campanas al vuelo porque sigue habiendo señales “rojas” de peligro social. Y me refiero a la cruda realidad (que no es solo nuestra ni nueva) que nos muestra que los mayores niveles se manifiestan en las tempranas edades de 0 a 6 años. En el reparto de la torta económica los más castigados son los niños y eso duele y mucho.

Por tanto y por más que también allí en ese segmento hay buenas noticias no hay botella para descorchar todavía. Duele saber que estas sociedades tienen tantas disparidades. Lo ejemplifico en números. La pobreza infantil del segmento 0 a 6 años llegó a trepar el 22% en el 1º semestre del 2022. La pandemia y la inflación pegó mal allí y es donde más se ve el rápido accionar del Estado y sus políticas sociales para bajar esos números. Por suerte en este último semestre ese indicador baja estrepitosamente casi 6 puntos a 16.5%. Repito. Nada que celebrar. Pero alivia ver que se reacciona donde corresponde hacerlo. Y respecto de las inequidades por segmento debemos aclarar que en la franja de mayores de 65 años es donde los niveles de pobreza alcanzan los menores porcentajes (3%).

En conclusión. Para no marear más con números y volver a los conceptos. Bajó la pobreza y lo hizo además por debajo de cualquier margen de error estadístico. Bajó más que en cualquier otro país que analicemos cercano a nuestra realidad. Nos recuperamos en una lucha que es siempre desigual y siempre ingrata. No se conoce hasta el día de hoy sociedad sin pobres y ricos. En todo caso hay unas pocas en las que existen muchísimos pobres y unos pocos ricos. Nuestro país no es perfecto ni es justo. 15 años de gobiernos de signo progresista no pudieron ni aun aumentando la deuda, ni aun aumentando el déficit sobre el PIB conseguir una sostenible mejora.

En todo caso nos dejaron 80 asentamientos irregulares más y problemas sociales y económicos que cuesta hasta el día de hoy superarlos.

El combate a la pobreza no es tampoco resorte de un único ministerio. Nos debemos toda una mirada multidimensional de este problema. Ser pobre o no, no puede depender únicamente de sortear una línea de ingresos en el hogar. También depende de la calidad de salud pública o privada que pueda acceder una familia o el acceso a la educación o al trabajo o a la cultura. La pobreza puede ser estructural o coyuntural y siempre importa una dimensión cultural que nos permita como sociedad habilitar a ese pobre para escapar de su condición a partir de su esfuerzo y del pequeño o gran apoyo que le demos como país y como sociedad.

Hay una mirada en esta comarca que piensa que brindar más dinero en planes sociales es sinónimo de una mejor política social.

Otros pensamos lo contrario. Ojalá que cada vez tengamos que socorrer menos gente y por tanto asignar menos dinero a políticas sociales en la medida que las personas vayan recuperando su autonomía para decidir ellos mismos sobre su destino.

Pero mientras tanto a ayudar. Apalancamiento que no suponga adormecer la iniciativa ni la dignidad de las personas. Y mucho menos aún que nos divida como sociedad haciéndonos irreconciliable la existencia en visión de lucha de clases ya obsoleta.

Felicitaciones hoy por la mejora, pero voy hasta ahí y punto.

La pobreza no se combate luchando contra la riqueza. Se combate educando y despejando caminos de progreso individual y colectivo.

Y si tenemos que poner 5 pesos. 4 que vayan para los niños.

jrpuppo

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