La frase: “BASTA YA DE REALIDADES. QUEREMOS PROMESAS” es atribuida al militar, y dos veces presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo. Su primera presidencia (1927-1931) la alcanza luego de una “elección” donde fue el único candidato, obteniendo el 98% de los votos. Su gobierno fue estatista y populista; su obra se logró gracias al endeudamiento con firmas estadounidenses que, luego de la caída de la bolsa en 1929, dejaron de financiarle y reclamaron los créditos adeudados, con lo que la economía chilena se derrumbó y su popularidad cayó estrepitosamente. Para mantenerse en el poder, pactó con los políticos, ya que carecía de partido e hizo concesiones que a la postre agudizaron la situación.
Luego de protestas estudiantiles y de trabajadores – y uno que otro muertito – abandonó el poder, exilándose en Argentina. Su exilio no fue largo, regresa a la política chilena y es electo senador por Santiago. Desde allí, logra el apoyo de partidos y movimientos populares como el del primer Partido Femenino de Chile y el Partido Socialista Popular. Así, alcanza la presidencia por segunda vez, con un 46.8% de los votos. En su segundo gobierno las exigencias y expectativas eran mayores, por lo que multiplicó el enorme gasto público produjo más inflación, que pronto destruyó el asistencialismo para los más vulnerables. Tras la contratación de una firma extranjera para realizar una auditoría, ésta recomendó al gobierno alejarse del estatismo keynesiano. El descontento popular se agravó y al final de su período cayó su popularidad, y la situación financiera del país estaba en situación crítica. Es en esa segunda presidencia cuando Ibáñez lanza la ahora famosa frase: “…el pueblo ya estaba cansado de enfrentar la situación…”, que él mismo había causado, – la realidad – “… por lo que se les exigía ofrecer promesas”.
Aunque esa forma de pensar nos ha hundido a los latinoamericanos, nos dejamos llevar por promesas, sin exigir siquiera que los candidatos digan cómo las harán posibles. La política se desarrolla más emocional que intelectualmente. Por eso es bastante normal que, si hacemos un corte transversal de la sociedad, NADIE, absolutamente NADIE, esté satisfecho con quienes los gobiernan; y, por el contrario, unos les reclaman promesas incumplidas, y otros, les reclaman por no haber hecho más promesas, aunque sean utopía. Promover vanas ilusiones explica tanta frustración, desengaño, y bronca. La pléyade de promesas incumplidas, lleva a decir al que gobierna: “…en política no se hace lo que se quiere, sino lo que se puede”. La vieja y tozuda realidad.
Victimario es el nombre genérico que se daba en Roma al personal subalterno que se encargaba de la acción sacrificial y estaba constituido por los popae y los culturarii. A los victimarios les correspondía conducir a la víctima al ara, darle en la cabeza – recibida la orden del sacerdote – el golpe de gracia con el malleus (mazo) y, una vez abatida, yugularla con el culter. Inmolado el animal, se le extraían las vísceras ya para el escrutinio adivinatorio por parte de los arúspices, ya para preparar la porción reservada a los dioses, y que sería ofrecida en el ara.
Como en la Roma antigua, en tiempos conocidos como posmodernos, ha pasado a ser victimario aquel que se abusa de su víctima; el que detenta el poder y somete a otros para quitarles su proyecto de vida. Los victimarios constituían un gremio al igual que hoy ocurre con las corporaciones políticas, especuladoras, o sindicales. Parece evidente la acción de los victimarios, basta mirar la devastación que viven sociedades que fueron prósperas, y otras que están entrando en franca decadencia. Imperios y naciones que se van derrumbando irremediablemente, porque han dejado de lado las bases conceptuales que les permitieron erigir liderazgos que los soportaron en guerras, pandemias, catástrofes naturales y económicas, tiranías y holocaustos. Pero, así como no hay ricos o pobres para siempre, la sabia naturaleza hace claudicar a las bases mismas de la sociedad occidental, cuando pierde los valores humanos de sustentación, cayendo en el síndrome ególatra que le hace creer invulnerable. Parece que la historia no les ha enseñado, que vivir de especular, asumir que se puede dejar a otros fuera del mundo del comercio, y especialmente cultivar adoradores de bastardos amorales, es el camino que inevitablemente ha hecho desaparecer civilizaciones que fueron magníficas. Ser mentiroso por acción o por omisión deviene en ser totalitario, a veces de buenos modales, malgastando derechos ajenos, apropiándose de los bienes públicos de los que debiera ser responsable de cuidar, pequeños rateros que asumen como suyo lo que es de quienes le otorgan el mandato de gerenciar lo ajeno para el bien común. La perpetuación en el tiempo de personajes que cautivan por el engaño, que se escudan en la ideología del pobrismo para cultivar el dolo como forma de pervivir en el privilegio de haber accedido al poder. Se fundamentan en que todos roban, pero ellos, son los redentores de las víctimas de otros victimarios. Posteriormente, cuando queda en evidencia que no son diferentes, que son más abusadores, se escudan en que el plan fracasa por exceso de libertades; manteniéndose en el poder con el artero ejercicio de la fuerza. Es allí cuando no se diferencia mafiosos de gobernantes.
La izquierda uruguaya alcanzó el poder por el desgaste de tantos años de promesas incumplidas. Un cansancio exponencial a victimarios promiscuos que agotaron las promesas incumplidas, y todavía siguen ocupando cargos.
Los nuevos victimarios fueron un fiasco, aumentaron el expolio de recursos a sus legítimos dueños, desplegaron corrupción impune por la mayoría absoluta del parlamento y dejaron el tendal de descreídos de que el “revolucionario” era bueno. Luego de los 15 años de aumentar la presión confiscatoria, promover el nepotismo, y dilapidar el dinero público en acciones deliberadas a favor de sus cófrades, intentan recuperar el poder impidiendo cambios que se hacen imprescindibles. Recortes y reformas de una carga que la sociedad no soporta y que la condena a desaparecer en un mundo tecnológico, informado e hiper comunicado, en el que es analfabeto y esclavo el que no está preparado. La ansiedad por el poder tranca cada propuesta, denosta al mensajero, promueve plebiscitos, y cuando fracasan, moviliza violentamente a su brazo sindical. Nunca hay otra cosa que más promesas: está mal; hay que hacer algo diferente.
Ahora celebra como propio, junto a los victimarios de tantos pueblos oprimidos el infinitesimal triunfo de Luis Ignacio Lula da Silva. Pero más que eso, festeja la salida de Bolsonaro, que los despreciaba hasta la burla y desnudaba en cada oportunidad su incompetencia. El excanciller Nin Novoa sostuvo que un triunfo de Bolsonaro habría significado un retroceso para la integración latinoamericana. Seguramente se refería a la sistemática solidaridad entre los consorciados tiranos del Foro de Sao Paulo, que oculta hasta los casos de probada corrupción. El de la constructora Odebrecht, que distribuyó sobornos por unos US$800 millones en varios países, de los cuales fueron devueltos a los cofres públicos US$ 765 millones; se emitieron 723 pedidos de cooperación judicial internacional. Las investigaciones derivaron en el arresto de expresidentes de Perú, Panamá y El Salvador. Y en Brasil las revelaciones desataron protestas callejeras contra la clase política, que en 2016 condicionó a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff heredera de Lula. Un impeachment por temas presupuestales, que ocultó su directa participación en el entuerto. Lula, fue condenado a 12 años de prisión acusado de recibir un apartamento como soborno de la constructora OAS. Fue sobreseído, no por inocente, sino porque quien lo condenó no tenía la jurisdicción habilitante. El fallo del Supremo tribunal no significa que desaparecieron todos los hechos gravísimos de la más elevada corrupción. Para conspirar contra la Lava Jato se unieron las fuerzas más diversas del país involucradas en la corrupción. Un consorcio de victimarios que ahora dirigirá al Brasil. Las preferencias por el desorden jurídico, económico y social que quieren imponerle estos victimarios a la Patria Grande para lograr su proyecto igualador en víctimas. Un modelo empobrecedor generalizado y de destrucción de las soberanías nacionales. El nuevo Lula llevará a Brasil a la solidaridad instantánea del populismo, a la emisión, al impuestazo, al resentimiento barato, al ataque a la riqueza bien ganada, la desinversión, la falta de empleo, la miseria, la monarquía de la droga y el delito. Completará con el rojo premonitorio el mapa de una América del Sur en la que el progresismo reina, por la dudosa virtud de empobrecer instantáneamente a todas las sociedades a las que gobierna. Vuelve el viejo Lula, el que se alineó con la proteccionista, imperial y monopólica industria brasileña mientras hacía gestos de compromiso y diplomacia a la izquierda regional. El Lula chavista que transformará a Brasil en el eje de la neo URSS. El Lula, que ponía el señalero a la izquierda y de inmediato giraba a la derecha. La realidad de América Latina está sumergida en el neo marxismo keynesiano en lo económico y cercana a la dictadura transnacional en lo político. Luego de 80 años, ha logrado su sueño de fracaso económico global. Su proteccionismo, su estado de bienestar generoso para matar la producción, ruinoso, y su maraña burocrática al mejor estilo soviético con el remate de su sometimiento suicida a la burocracia financiera internacional, no deja espacio para el crecimiento de los países “en desarrollo” prometido. Tampoco el gobierno de Biden en EEUU está interesado en permitir la competencia, ni en apoyar las ideas de grandeza que hicieron importante a Brasil en el pasado.
Los votantes, cansados de soportar tantos victimarios, ya no distinguen malos de peores, ya no tienen paciencia, convencidos de que la única solución es instantánea. En un mundo que ya no compite, ni permite que se le venda, (salvo la oprobiosa claudicación estadounidense en el pacto de perdón a Maduro para que le venda petróleo) el crecimiento es imposible. Sólo queda el populismo, mientras dure el capital ajeno de las víctimas para repartir.
Por eso, Uruguay tiene que reflexionar de la encrucijada fatal de este momento político. Los principios antinaturales que ha cultivado el marxismo, el leninismo, el estalinismo, el hitlerismo, y muchísimos ismos más, estructuras creadas en pandemias artificiales por pseudo científicos que quieren rehacer el mundo a su antojo y concepción. Experimentos probadamente fracasados.
La producción, el excedente de quien produce bienes, el comercio, y la reinversión de recursos, no siempre genera humanos más ricos. Tienen que acertar también en el servicio o producto que sea requerido por quienes tienen interés en pagar por ellos. El poder ha tenido desde siempre la seducción de victimarios de robarlos, porque producirlos exige sacrificio. Cuando creíamos que se había entendido que confiscar, expoliar, abusar sin medida, de esa apropiación había caído con la cabeza de los jefes de los victimarios Luis XVI y su esposa, comprobamos que estábamos equivocados. Los 8000 millones de seres humanos que habitamos el planeta Tierra, logramos hacerlo y hasta mejorar genéricamente la situación de vida, gracias a que los que han atentado contra la ley natural de perseguir a los que producen y comercian, han ido capitulando desde aquel cadalso en adelante. Pero la tozudez de los corruptos que aplican a Maquiavelo y sus reglas oprobiosas, puede más que las enseñanzas de la historia pasada y presente. Tenemos tan cerca los ejemplos de lo que produce a la economía la aplicación del marxismo, que es dramático que en tantos países la sociedad tenga la cabeza lavada por la necesidad, el egoísmo, y la necedad de insistir en sacarle a otros para vivir a su costa. Las bases mismas de solidaridad se transforman en el imperio de ladrones, que arman un relato de sensibilidad hacia los más sufrientes, para apretar la cuerda que asfixia a todos y cada unos de los integrantes, incluidos los que ejercen el poder con sevicia. Nadie disfruta de lo que se ha bien ganado, ni de las oportunidades de trabajar y ascender por el esfuerzo de prepararse para los desafíos de la vida. Todos especulan con conseguir apropiarse de más recursos.
Y finalmente, queda una sociedad que suplica: BASTA YA DE REALIDADES. QUEREMOS PROMESAS…”.