Cristina no tiene quien la absuelva. Por Marcelo Martín Olivera.

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Por intermedio de sus personajes William Shakespeare hizo las más crudas críticas de su época, uno de estos ejemplos es el de Hamlet en su escena del cementerio cuando antes de entregarle una calavera al sepulturero recita: «¡Podrá ser el cráneo de un político!… De uno de esos capaces de engañar al mismo Dios!». Con cuatro siglos de diferencia la cosa parece mantenerse incambiada y el gran ejemplo de esto es la vicepresidente de la República Argentina.

El gran revuelo de la semana fue el pedido del fiscal Luciani a 12 años de prisión y la inhabilitación vitalicia de la vicepresidente por su presunta vinculación a diversos delitos de corrupción y desvío de fondos públicos mediante una mecánica muy aceitada para expoliar lentamente al país vecino. Una vez finalizado su mandato las empresas cerraron dejando a un montón de empleados a la espera y a muchos argentinos indignados por lo sucedido, en palabras del propio fiscal la estructura montada por Cristina Fernández y sus amigos es la mayor en lo que a corrupción se refiere en la historia argentina.

A mitad de toda la tormenta y luego de conocida la solicitud del fiscal Cristina hizo de las suyas emitiendo en vivo y en directo un “descargo” al mejor estilo de un show de stand up que solo hizo daño entre los propios y encendiendo varias hogueras. Al verse sin absolución y con una condena a la vuelta de la esquina no tuvo mejor idea que querer hacer pasar su juicio por una persecución al peronismo colocando al revanchismo político como motor de su discurso. Queda claro que es una narcisista de manual, para ella y su troupe las instituciones se reemplazan por agitación en las calles, descargo en los medios, discursos tribuneros, victimización permanente y sobre todo mucho comportamiento conspiranoico.

Cristina, al igual que muchos políticos de izquierda, ama el tono de su voz y hace honor a ese amor mediante discursos largos, tediosos y sin contenido alguno. En lo personal no me sorprende su victimización sino que sorprende que haga uso del despacho del Senado argentino, de los símbolos patrios como fondo del escenario y de los tiempos del legislativo nacional argentino para responder a sus cuestiones personales. Lo que más la irrita es que teniendo al presidente en sus manos y con un despliegue enorme de tentáculos se le haya escapado un Diego Luciani del radar, un fiscal que cumple con su función, es decir “un funcionario que funciona” pero no como lo esperaba. Hasta el día de la sentencia el nombre del fiscal era desconocido pero con su alegato cerrado con “corrupción o justicia” y dejando la pelota del lado de los jueces entra a los libros de historia sin aspiración a un cartel en la calle Corrientes.

Con este escenario el que se las vuelve a ver “color de hormiga” es Alberto Fernández, su función era específica: limpiar el prontuario de Cristina. Fallo estrepitosamente y además tiene que hacer frente a una economía con pérdida constante de capitales, con un riesgo país al alza todos los días y un pueblo que no aguanta más.

Los inocentes no piden indulto, no buscan reformar la justicia usando un títere, no sugieren cambiar jueces. Los inocentes muestran las pruebas y demuestran que lo son. Cristina con su show en el senado demuestra claramente que tiene cola que le pisen. Pero, si salta ¿A cuantos se va a llevar con ella?

Cristina juega con un fósforo al lado de un barril de nafta, el problema es que ese barril puede quemar a todo un país.

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