EL DECLIVE DE LA “COSA PÚBLICA”. Por Luis Eduardo Maciel Baraibar

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Viene dándose desde hace tiempo, en forma paulatina, y casi que imperceptiblemente para las desatentas mayorías. Ha alcanzado a funcionarios de alta jerarquía de los poderes del Estado, y parecería que no le quita el sueño a una cada vez más “desmerecida clase política”.     En los albores de la era frenteamplista asomaban los primeros síntomas de corrupción, con el ex director de Casinos Juan Carlos Bengoa procesado por delitos de fraude, concusión (coimas) y conjunción del interés privado con el público.     Poco después, en un acontecimiento que sólo la psicología social explica, el otrora sedicioso tupamaro José Mujica, individuo sin formación alguna y carente de la más mínima capacidad para el gobierno y la administración devino en presidente de la República.                        “El Pepe” acuñaría la tristemente célebre frase: “lo político está por encima de lo jurídico”, y bajo su sombra despuntaría la corrupción estatal.     La indecente subasta de los aviones de PLUNA, por la que el ministro de economía, Cr. Calloia,  y el presidente del BROU, Ec. Lorenzo, fueron procesados por el delito de “abuso innominado de funciones”; los misteriosos vuelos provenientes de Argentina y Venezuela trayendo valijas cargadas de dólares; el diputado Placeres (MPP) procesado por un delito de «conjunción de intereses»,  al votar cínicamente préstamos para “Envidrio”, la empresa que dirigía; Nicolás Cendoya, acusado por «destrucción de documentos públicos», e imputado por los delitos de «filtración de información» y “habilitación irregular de frecuencias radiales”; la pérdida de un escáner que venia para la D.N.A y se cayó de la grúa que lo descargaba; el ignominioso negociado y vergonzoso despilfarro de los dineros públicos en “Gas Sayago”; y las toneladas de cocaína que, cada tanto, salen del puerto de Montevideo rumbo a Europa sin control alguno, son una muestra del obsceno uso ilícito del poder; en buen romance llamado corrupción.      Capítulo aparte merece el asunto “Raúl Sendic Rodríguez” quien, respaldado por sus estudios de genética humana cursados en Cuba, y con aptitudes para el gobierno similares a las de su padrino político, presidiría el directorio de ANCAP, llegando a ser vicepresidente de la república. Su mala suerte llevó a que una investigación periodística lo acusara de arrogarse un título académico que no poseía, así como de haber cometido los delitos de abuso de funciones y peculado, durante su gestión en la empresa estatal de combustibles. Tardaría seis meses para renunciar a su cargo – por problemas personales -, durante los cuales la clase política guardó prudente silencio… El haber falseado a su compañero de fórmula, a sus pares parlamentarios y a sus gobernados, así como haber malversado los dineros públicos, pareciera no fueron motivo suficiente para haberlo enjuiciado políticamente.       Luego aparece en escena Charles Carrera, un alto funcionario del ministerio del Interior que, en su afán de lavar conciencias y evitar consecuencias políticas y jurídicas no deseables para su cartera y su partido político, se serviría de procedimientos ilícitos para que un ciudadano civil recibiera atención integral en el hospital Policial, y concurrentemente un “apoyo financiero” indebido.                                         Más acá en el tiempo Luis Lacalle Pou, aquel hombre joven, inteligente y vigoroso, que prometía hacerse cargo de los cambios que se imponían en el país, fue erigido presidente de la República.

Pero Luis cometería su primer e imperdonable error, designando como integrante de su equipo de seguridad a un correligionario de su confianza que registraba una veintena de “indagatorias” policiales, pese – y aquí lo de imperdonable – a haber sido alertado por el ministro del Interior, al respecto.   El asunto “Astesiano”, en el que éste resulta condenado a prisión por la expedición de pasaportes uruguayos falsos a ciudadanos rusos y además es acusado de tráfico de influencias y manejo ilegal de información reservada, provocó tal impacto en la opinión pública, que mantuvo en jaque al gobierno, afectando negativamente la imagen: del gobierno, del Estado y de nuestro país. Asimismo, resultó dañada la figura del presidente, pues si bien el hecho de corrupción no lo compromete directamente, el haberse generado en su entorno muy cercano despierta suspicacias legítimas, y por demás entendibles. En esas esferas no hay lugar para discrecionalidades, ni para excepciones de ningún tipo.                     Fue una imprudencia inaceptable, para un primer mandatario. Luego sobrevino el caso “Marset”, un reconocido narcotraficante al que nuestro gobierno le expide un pasaporte mientras purgaba una pena de prisión en los Emiratos Árabes Unidos. Las peculiaridades de un confuso trámite administrativo, generaron recelos y desconfianzas, de todo tipo y a todos los niveles. Pero el broche de oro lo puso el manejo político, por parte del Ejecutivo, una vez que tomó estado público e intervino la justicia. Entredichos, mentiras y acusaciones cruzadas entre jerarcas ministeriales, tejieron un oscuro manto de intrigas que terminó envolviendo a los ministros y viceministros de RR.EE e Interior, a altas jerarquías policiales, a un asesor presidencial de primera línea, y sea por acción u omisión, al propio presidente de la República. En relación a ello, es alarmante el proceder del canciller Bustillo al decirle a la Dra. Carolina Ache su viceministra, su subalterna jerárquica – que el subsecretario de Interior “era un tarado”, y al sugerirle “que perdiese su celular”, a los efectos de que la justicia no contara con pruebas que pudiesen llegar a comprometerla… Una conducta ciertamente desdeñable, que revela la improbidad del señor Bustillo para ejercer un cargo de esa naturaleza. Es igualmente alarmante, aunque por su especialidad en el manejo de la opinión pública quizás resulte menos sorprendente, el papel representado por el asesor en comunicación del señor presidente, Roberto Lafluf, en esta novela. De hecho, la desesperación por contener un inminente desastre político, lo llevó a convocar a los subsecretarios de RR.EE e Interior a una reunión en la mismísima Torre Ejecutiva, no sin antes advertirles que “entrasen por el fondo”, a fin de mantener la reserva del encuentro… Y allí los instó a borrar los “mensajes comprometedores”, para que no constaran en las investigaciones – administrativa y judicial – que se llevaban a cabo. Asimismo, tuvo la insolencia de comunicarle a la viceministra Ache, que él ya había destruido el acta notarial foliada en el expediente de la investigación administrativa que elevara oportunamente RR.EE, por lo que le sugería “hacer una nueva acta notarial” – falsa -, con otro escribano. En efecto, la imaginaria escena insinúa más un conciliábulo de malhechores de baja reputación, reunidos en un depósito de papeles húmedo y maloliente, para destruir pruebas y ensayar coartadas ante un interrogatorio policial, que una reunión de señores ministros de Estado en casa de gobierno.

¿Y qué decir del señor presidente de la república? Bueno, consultado por la prensa sobre si tenía conocimiento de la reunión, contestó “que había pasado a saludar” … A todos los efectos, si mandató o consintió la maniobra, da igual… Así pues, esto viene sucediendo en el cerno del Poder Ejecutivo, y tienen como protagonistas a los más altos funcionarios del gobierno.   Nuestro sistema de justicia, el Poder Judicial y la fiscalía general de la Nación, no queda atrás, dado que viene siendo objeto de debate público, y no precisamente por cosas buenas: filtraciones de información reservada, traslados discrecionales de funcionarios que casualmente conducen casos relevantes, faltas de criterio y de lucidez inconcebibles en profesionales que tienen la responsabilidad, ni más ni menos que de administrar justicia… Los juicios por DD.HH a los militares dejaron ver magistrados obedientes                              y manifiestamente militantes del Socialismo del S.XXI. Y detrás de un fiscal de corte           Jorge Diaz, que en términos jurídicos hizo lo que quiso en contra de sus “enemigos” – los militares -, y a favor de sus “amigos” – casos Feldman, Charles Carrera, Leal y otros -, aparecieron nuevos jueces y fiscales igualmente trasgresores, como Mariana Motta, Mirtha Guianze y ahora Ricardo Perciballe, quienes al decir de la fiscal Fossati conforman “la manada”… Ahora, de un tiempo a esta parte, dejando la política de lado y pasando a “otras ideologías”, así como al crimen organizado, últimamente se han dado casos en que, si bien aún no existen pruebas de prevaricación y/o connivencia con la delincuencia, sí hay evidencias de mala fe, o de una alarmante incompetencia profesional. Por su parte, el Poder Legislativo, el que realmente tiene el poder de cambiar las cosas legislando, exhibe un notorio decaimiento del nivel de educación terciaria de los legisladores – diputados 48% y senadores 55% – y, consecuentemente de los debates parlamentarios y de la producción legislativa, al fin.      En conclusión, esto es una fotografía del funcionamiento de los pilares del Estado, y en los tres se verifican actos innobles, contrarios a la rectitud de ánimo, honestidad e integridad en el obrar. Virtudes que se espera posean los políticos que la ciudadanía elige para conducir los destinos del país, y los burócratas que éstos designan para ocupar los cargos públicos de relevancia institucional. Las causas: la exigua educación ética y moral en la familia, el deterioro del proceso de enseñanza en todos sus niveles, la inexistencia de cultura cívica ciudadana y la inveterada costumbre de los políticos de realizar nombramientos, más por relaciones partidarias, personales o familiares, que por competencia profesional y probidad. Sus consecuencias: la pérdida de credibilidad en el Estado y en las instituciones públicas, el debilitamiento del Estado de derecho, y la desconfianza de la ciudadanía en el sistema democrático. La solución: exigirles a los políticos que aspiran a gobernarnos, ser poseedores          – ellos y los burócratas mencionados -, las cualidades éticas, morales e intelectuales, así como el compromiso, que hacen a un gobernante con mayúscula. Gobernante que, por supuesto, puede y ha de cometer errores, pero nunca ha de justificarlos. El jefe, es absoluto responsable por lo bueno y por lo malo que en su ámbito, se haga o se deje de hacer…    

*    INFORME LATINOBARÓMETRO 2023

      La Recesión Democrática de América Latina

(…) “Destacamos la debilidad de las élites simbolizadas en los presidentes de la república: 21 presidentes condenados por corrupción, 20 presidentes que no terminan su mandato, presidentes que fuerzan su estadía en el poder rompiendo las reglas de reelección. Un tercio de los presidentes elegidos desde que se inicia la transición han transgredido las reglas de la democracia. Valen más los personalismos, que terminan opacando a los partidos políticos. Esta debilidad conduce a la atomización del sistema de partidos y se desploma su imagen y legitimidad.” (…)

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