EL ESPACIO VITAL. Dr. Alfredo Oliú

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Profesor de Derecho Constitucional (por veinte años). Secretario General del BROU (2004-2005). Gerente del BROU (2005-2018), ejerció en forma liberal la Profesión de Abogado desde 1989 hasta 2018. 

En cierta ocasión, León TOLSTOI afirmó que lo que verdaderamente temía en el futuro era un Gengis Khan con teléfono. Nuestro destino en cambio nos puso a un Vladimir Putìn con uno de los arsenales nucleares más grandes que haya conocido la humanidad y con una tecnología a su disposición que el pobre Tolstoi jamás siquiera pensó que pudiera existir. El teléfono es ese accesorio que cualquier niño tiene incorporado a la computadora de mano denominada “celular”.

 El origen del concepto de “espacio vital” (Lebensraum)se le atribuye al biólogo alemán Oscar Peschel en su análisis del “El origen de las especies de Charles Darwin” en el siglo XIX. Refería a él como el espacio indispensable en el cual podían los seres humanos desarrollarse una sociedad. Esta observación pasa rápidamente a la esfera de lo que hoy llamamos geopolítica y es parte del sustento ideológico de los gobiernos alemanes para justificar su expansión territorial. Aunque no fueron los únicos si lo incorporaron a su visión del mundo tanto en el afán expansionista del Káiser como luego de Hitler. Si bien tuvo su desarrollo conceptual en Alemania, de una u otra forma los gobiernos totalitarios han echado mano a este tipo de argumentos para justificar los actos bélicos llevados a cabo con la finalidad de ocupar otros territorios que no sean los de su propio estado. Variando muchas veces los justificativos, todos de una u otra manera terminan en una razón final de la presunta necesidad de ampliar su “espacio vital”. Seguramente es un resabio propio del imperialismo de otrora, pero no significa ello que no siga teniendo actualidad. La invasión de Rusia a Ucrania es un claro ejemplo de ello. Parece mentira que en el siglo XXI el país más grande, no el más poblado, sino el más grande del mundo tenga esa aspiración de ampliar su espacio vital.

Pero màs allà de las consideraciones estratègicas, me parece fundamental detenernos en las consideraciones humanas. La guerra siempre ha sido cruel, siempre. Pero en particular hay datos que llaman la atención, por ejemplo la edad de los combatientes. No la de los jefes de Estado, la de los soldados enfrentados en el campo de batalla. En la guerra de Vietnam por ejemplo el promedio de edad de los soldados de Estados Unidos era de diecinueve años…. Terrible. Imagine cualquiera despedir a su hijo de diecinueve años porque va a una guerra que nunca sabrá si vuelve. Ucrania llamó a todos sus compatriotas entre dieciocho y sesenta años a resistir con armas la invasión Rusa. Las imágenes que nos llegan nos muestran padres que entregan a sus niños para salvarlos de una muerte casi segura. Y estos no son argumentos sensibleros, son datos de la realidad que hoy nos llegan ampliamente documentados a través de los celulares que filman y graban todas estos actos que dejan en evidencias las calamidades más terribles que podamos imaginar. Y ¿Quién se salva de esta realidad? Porque no creo que el ejército ruso esté compuesto mayoritariamente por veteranos adiestrados para una especie de guerra relámpago, la mayoría serán muchachos jóvenes que han dejado la vida propia de los jóvenes para terminar en este infierno del cual se sabe cómo empezó pero no sabemos cómo ni cuándo va a terminar.

En momentos en los cuales la humanidad toda se esfuerza por salir del terrible azote de una pandemia, en momentos en que todos nos detenemos para agradecer y elogiar el esfuerzo de los científicos, es el propio ser humano el que se muestra nuevamente como el animal más devastador del planeta. Y precisamente, hablando de científicos, se le atribuye a Albert Einsten la frase en la que hablando de guerras mundiales expresaba que no sabía como sería una tercera guerra mundial pero que seguramente una cuarta sería con palos y piedras. Resulta inevitable la angustia que no acongoja por esta locura bélica.

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