Un día sí y otro también nuestra izquierda vernácula se dedica a esgrimir relatos que duran lo mismo que un lirio.
Lo hicieron con el slogan «ser joven no es delito» cuando se intentaba bajar la edad de imputabilidad. Repitieron el relato al grito de “la violencia no es la forma, no a la reforma” para luego del fracaso de la iniciativa realizar propuestas con puntos en común con la misma. Lo mismo con la LUC, militaron desalojos express, privatización de la educación pública, gatillo fácil, el final de “derechos adquiridos” y demás males, para terminar pidiendo el voto anulado. Es más, «se ofenden» con el precio de los combustibles todos los meses, pero ellos votaron ese artículo a dos manos. Para completar la hipocresía, se ofenden a la suba y a la baja.
La reforma jubilatoria no fue la excepción.
Pero la historia no siempre fue así, no siempre fueron amantes del relato y la mentira descarada. Para eso debemos remitirnos al origen del FA, comienza en 1971 cuando los partidos de ideas se unieron para ser competitivos frente a los partidos tradicionales. En sus comienzos era una formación de intelectuales que en ese año obtuvieron un 20% de los votos, y en el caso de Montevideo obtuvieron buenos resultados en barrios como Malvín.
Si bien había militares como Seregni, también había candidatos que eran profesionales de grado y carrera, una suerte de aristocracia universitaria.
Una de esas figuras fue Emilio Frugoni que mantuvo una posición crítica hacia el gobierno uruguayo durante la década del 60, pero por más crítica que fuera su postura siempre defendía la democracia. Era un firme defensor de la educación y la cultura como herramientas para mejorar la vida de las personas y crear una sociedad más justa. Creía que la educación debía estar al alcance de todos, y que la cultura era esencial para el desarrollo del ser humano y su realización personal. También se destacó por su defensa de los derechos de las mujeres y por su apoyo a la lucha contra la discriminación racial y la opresión de las minorías.
Se opuso a las tácticas violentas del MLN y consideraba que la lucha armada no era la mejor manera de lograr cambios políticos y sociales. En lugar de ello, abogaba por el diálogo y la negociación como forma de resolver las diferencias políticas.
Al final de la dictadura sindicatos e izquierda se unieron de forma natural. Intelectualidad y operadores sindicales tenían un punto de convergencia, ambos fueron perseguidos y obviamente estaban heridos. Pero a finales de los 90 sale Seregni del espectro político de la izquierda y el MLN, ahora con la figura del MPP, hace su aparición y lentamente empieza a coptarla hasta convertirla en lo que es ahora. La degradación es constante y los profesionales fueron desplazados por discursos de populistas afines a encantar personas y sumergirlas en la pobreza. Se asociaron a dictaduras y al día de hoy las defienden.
El tiro de gracia a la izquierda de ideas se da cuando no consiguen el ansiado «cuarto FA» y tienen que ser oposición. Estaban apurados y compraron una decisión apurada de parte del PIT-CNT, un referéndum. Canjearon con total desparpajo su fuerza política por una «demostración» de poder, por una imposición de unas elecciones de medio tiempo por los hechos y no por el derecho. La derrota, por poco, confirmaba que el gobierno de la Coalición republicana seguía firme y con la aprobación del pueblo.
No soportaron la idea, y siguen sin soportarla, vendieron sus ideas al bajo precio de la necesidad y por eso hoy tenemos una máquina llena de relatos pero carente de razonamiento.
Una máquina que dice «todo» sin decir nada, una máquina tan despiadada que militaba con la muerte de los uruguayos en pandemia al grito de «muertes evitables», una máquina que dice que defiende a los trabajadores pero no duda en tratar de «carneros» a los que no hacen paro, una máquina que dice «escuchar al interior» pero en su momento no dejaban que la gente de Un solo Uruguay se pusiera cerca de Torre Ejecutiva al grito de «los oligarcas de la 4×4, los mismos que se embanderan en el feminismo pero callan y otorgan cuando «en chiste» hacen mención al tamaño de las vaginas de derecha o las tratan de «chetitas», los mismos que prometían «cambiar el ADN» de la educación pública, y nos dejaron un Frankestein que va a llevar años desarmar, eso lo saben bien y juegan con eso.
Lamentablemente de la izquierda de ideas, la izquierda de Frugoni y Seregni, queda poco y nada. Queda «un palo», palo que va directo a la cabeza de quienes les llevan la contraria o en la rueda del país, pero es un palo propiedad de la izquierda reaccionaria, no de la izquierda progresista de antaño.
La izquierda pensante ya no existe más, esa izquierda progresista se encuentra en los votos en blanco que nadie toma en cuenta y pueden inclinar la balanza electoral.
¡Gracias por recordarlo y permitirnos saber que hay generaciones nuevas investigando ese camino!