En época de libertarios anarquistas, minarquistas y afines, comprender la definición de liberalismo que acuñó Alberto Venegas Lychn, es decir, el liberalismo es “el respeto irrestricto por el proyecto de vida del prójimo” es para el lector ocasional un tanto desafiante. En principio porque el respeto parte de una premisa subjetiva y no se puede respetar lo que se considera equivocado. Como un ejemplo extremo, podríamos decir que respetamos la luz roja del semáforo por una convención internacional pero un somalí daltónico quizás se la pase por alto. Y esto no habla de moralidad sino de costumbres. El respeto por el «otro», entonces, habla primero de una convención que debe el Estado crear como marco para poder explicar luego cuales son aquellas cosas que estamos dispuestos a «permitir» y cuáles no. La libertad entonces, tiene como insumo la coerción de la libertad para ejercer la libertad. Dicho esto, comprender el discurso libertario es de alguna forma aceptar que para ser libres debemos perder parte de nuestra libertad. Esta explicación a la definición tradicional acuñada por el libertario economista argentino no debería asustarnos. Por el contrario, debemos comprender que la libertad necesita regulación y la regulación necesita de la libertad. Este es el camino del libertario y no necesariamente la anarquía y el descontrol. De hecho, los primeros anarcocolectivistas fueron socialista y hoy sabemos que libertad y socialismo es un oxímoron imposible.
¿Cuál es entonces el camino que el candidato Argentino está dispuesto a transitar? El camino de la redistribución de las regulaciones. Permitir el libre porte de armas por ejemplo, es una regulación que limita la libertad de quienes se sienten más inseguros en sus casas, rodeado de vecinos armados. Un drogadicto que debe ser asistido por el Estado porque su efecto colateral produce daños a la sociedad no podría entonces ser libre de consumir cualquier droga que se le ocurra.
Sin dudas el mensaje libertarios no es una patente de corso. Y no debería preocuparnos demasiado. Deberíamos preocuparnos más por aquellos discursos que nos prometen quimeras hace más de 50 años y lo único que han promovido es la pobreza. Un discurso peronista que hoy lucha por imponer una idea equivocada del liberalismo. Como si la libertad fuera una palabra escatológica.