Huntington habló de «un choque de civilizaciones» en su novedosa teoría, pero más bien se puede interpretar que quiso estructurar un ambiente, un marco universal dentro del cual justificar el esfuerzo de Occidente en su empeño por conseguir petróleo.
Pero no es solo lucha por un recurso energético. La discordia Occidente-Oriente tiene una base más espiritual que material, imposible de entender si no se estudian dos libros universales:
La Biblia y El Corán.
Nuestro rigor laicista nos causa pavor hacerlo, pero es la única forma de apreciar las cosas que se tengan en común de un lado y de otro, para poder llegar a un acuerdo en la convivencia en el ambiente mundial.
Fuera del contexto religioso, La Biblia y El Corán tienen un punto de coincidencia para el lector común: ambos resultan incomprensibles.
Eso ocurre porque el lector busca particularmente en el primero, un manual de historia y en el segundo, no ve su escritura en lenguaje simbólico.
Traducida del arameo al hebreo, al griego, al latín, luego al español antiguo y de ahí al moderno castellano, La Biblia tiene ochenta mil imperfecciones. La más destacada, la referente al lugar donde nació Cristo. En un Evangelio dice “nació en Nazaret” y en otro dice “nació en Belén”.
El Corán autorizado para el musulmán está escrito en árabe y eso conservó esa lengua en estado puro, pero surgen problemas porque el árabe, junto al chino y el español, es uno de los idiomas más difíciles de aprender.
En Afganistán hablan dari y el pastun, pero no el árabe. Entonces, los ulemas sentencian “El Corán no es conocido como debe ser.” Los jóvenes protestan: “Resulta difícil aprender el árabe y encima entender nuestro libro sagrado”.
En Malasia allanaron esa dificultad –en parte-porque hay traducciones de El Corán en Idioma bahasa- indonesio y hay ediciones en inglés, pero la lengua oficial autorizada y permitida es el árabe.
Los textos en árabe basados en El Corán pueden tener distinto significado si se los traduce frase por frase, párrafo por párrafo o el texto completo.
Era el problema enfrentado por los analistas de inteligencia occidentales cuando estudiaban los escritos de Bin Laden. Frase por frase decía una cosa, pero en el conjunto insinuaba otra.