LA DESTRUCCIÓN CREADORA. Por Hilario Castro Trezza

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Los adversarios de la Libertad constantemente, ante cada crisis financiera, profetizan el fin del capitalismo y el advenimiento del socialismo. Es una aspiración de deseos de los que sueñan con un mundo colectivizado, pero que no tiene fundamento ni en la evidencia empírica, ni en la naturaleza humana. Ante ello mi mente me recuerda a uno de los grandes economistas del siglo XX, que llevó a cabo una motivada crítica a la teoría marxista, pero admirando a Marx a quien calificó de erudito y ello lo llevó a resignarse, en el año 1942, a que el mundo inevitablemente sería socialista.

Nos estamos refiriendo a Joseph A. Schumpeter (1883-1950) y a su obra señera titulada “Capitalismo, Socialismo y Democracia” editada en 1942 y reeditada por el autor en 1946 y que yo encontré en una vieja librería montevideana hace unos veinte años, en dos tomos publicada por Editorial Folio en España en 1996. En ella el economista austrohúngaro radicado en EE.UU. enuncia un principio económico que denominará “la destrucción creadora”. Allí expresa: “El capitalismo es, por naturaleza una forma o método de transformación económica y no solamente no es jamás estacionario sino que no puede serlo nunca”.

Este proceso se da normalmente por razones endógenas como son la competencia y la innovación, pero también por motivos exógenos como las guerras y las catástrofes naturales. Se destruye definitivamente lo antiguo y se crea lo nuevo. “Este proceso de destrucción creadora constituye el dato de hecho esencial del capitalismo. En ella consiste en definitiva el capitalismo y toda empresa capitalista tiene que amoldarse a ella para vivir”, nos dice el citado autor.

Esa ductilidad o versatilidad del sistema es lo que le permite resurgir con una impronta distinta, pero manteniendo su esencia al cabo de cada crisis, como fue luego de la “gran depresión” de 1929. Marx y Engels lo advierten tempranamente en el Manifiesto Comunista de 1848 “La burguesía, durante su dominación de apenas un siglo, ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que las que han producido jamás todas las civilizaciones pasadas” y Schumpeter lo recoge en el libro citado: “A este respecto no puede ofrecerse mejor testimonio de amplitud de espíritu que el Manifiesto Comunista que en su exposición nada escasa de entusiasmo de las aportaciones del capitalismo incluso cuando pronuncia pro futuro su sentencia de muerte nunca deja de reconocer su necesidad histórica”.

La economía de mercado como prefiero llamar al capitalismo por ser una denominación más apropiada, fue insustituible para salir de la desbastadora recesión producida por el coronavirus y a su vez poder suministrar los recursos para sustentar la solidaridad social que la emergencia requería y que el sistema permitió con gran amplitud. La información- las guías y señales de la sociedad- fluye de manera continua para innovar y adaptarse a los nuevos escenarios, el volumen de información dispersa jamás podrá ser capturado por los planificadores socialistas. La economía socialista, como lo descubrió Mises en la década del veinte del siglo pasado, conlleva la imposibilidad del cálculo económico.

La Unión Soviética y los países comunistas del este de Europa pudieron sobrevivir gracias a la información económica que les proporcionaban los países capitalistas que actuaban como vectores. Cuando los políticos y militares soviéticos durante la guerra fría planificaban estrategias para que Europa occidental pasara a la órbita comunista, los economistas rusos les recordaron que era imprescindible dejar que Suiza siguiera siendo capitalista, dado que de lo contrario el sistema colapsaría por falta de información.

Los eminentes economistas marxistas Lange y Lerner pretendieron sin éxito rebatir esta tesis, Lange en un acto de honestidad intelectual expresó que el liberal Mises debía ser honrado con una estatua en cada Universidad por haber provocado la polémica. Quizá nunca los humanos podremos zanjar la controversia entre capitalismo y socialismo como tampoco la que existe entre teísmo y ateísmo.

Voy a concluir esta columna que se ha hecho demasiado larga y compleja, con las sabias palabras de Schumpeter que suscribo plenamente: “Ruego a los lectores que no piensen que estoy acusando a los socialistas de insinceridad o que deseo suscitar contra ellos el desprecio por malos demócratas o por intrigantes sin principios y por oportunistas. Yo creo plenamente, a pesar del maquiavelismo infantil al que se entregan alguno de sus profetas, que en el fondo de su corazón la mayoría de ellos han sido sinceros en sus profesiones de fe como cualquiera de otros humanos. Además, no creo en la insinceridad en la lucha social, pues los hombres siempre llegan a creer lo que quieren creer y lo que incesantemente profesan”.   

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