Por: Escribano Sebastián Rodríguez Merlo
Érase una vez una madre que gozaba de prestigio y su hija superó su reputación. Integró (integra) cortes prestigiosos, en más o menos proporción digna, hasta lograr hoy ser una variedad “de moda”. De este lado del Atlántico, con esa idea de ser materialmente visible, se clasifican según la variedad, y como toda madre que para llamar la atención, se convierte en una nueva adolescente, busca posicionarse por su nombre, sin cortes.
Mi amigo el Nico, me dice: tengo algo para vos!!! un 2008 del Toto!!!. Yo lo miro desganado, diciendo, Cabernet Franc?? Con esa mirada cómplice acuariana, cuasi sonriente, me dice: No sabés como está!!! Llevalo!!!. Ahí empezó mi enamoramiento, no sin antes pasar tiempos de escepticismo, hasta el glorioso San Emilio.
Por qué el Château Cheval Blanc goza del prestigio que goza? Sencillamente porque su proporción de cabernet franc es mayor que la de sus colegas.
Entrando en nuestro paisito, y tirándome al agua, sin ningún pudor, un vacío – graso ma non troppo – con papas (en la modalidad que ud. Prefiera), con ese dejo cuasi-morronesco (Herbal según la Academia), pero sin llegar a los índices de su hija, un “Cab Franc” – diría Miles en Sideways – iría de maravilla. Porque de eso – y de otras tantas – se trata nuestra idiosincrasia cuasi romanesca, nuestra escuela europea oriental, al mejor estilo el “Conde Dracuila”, ese juguito al final del plato y el pancito y ese cabernet franc…No te preocupes “Harriague”, vos sos otra cosa, sin celos por favor.
Señores: así como el dulce de leche vino a introducirse rompiéndose el tradicional molde casata “chocolate-crema-frutilla” de los 80´s, el cabernet franc vino a romper con ese trío de la primera década del nuevo milenio (por lo menos a mi vista) “Tannat-Merlot-Cabernet Sauvignon”. Apareció la madre adolescente: Cabernet Franc, suave y con cierto glamour. Gracias Toto, gracias Varela, gracias Castillo Viejo. Salú.
