La prédica liberal es un apostolado

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El Dr Enrique Tarigo titulaba una memorable columna periodística, publicada en el diario El Día, el 10 de octubre de 1976: “Y la prédica liberal es también una forma de apostolado”, entendiendo por apostolado la propaganda de cualquier doctrina trascendental. El destacado jurista, docente universitario y periodista, que tuviera un breve pero relevante pasaje por la política nacional de 1980 a 1990, era ante todo y sobre todo un convencido liberal. En aquella nota dominical expresaba: “El principal defecto del liberalismo ha consistido seguramente, en su actitud desdeñosa hacia la propaganda en favor de su propio programa. Y este error grave ha estado, sin embargo, no justificado pero sí explicado, por la propia esencia ideológica del liberalismo, puesta a mitad de camino entre los extremismos de signo contrario…Para los extremistas de derecha y de izquierda para los fascistas y los comunistas, ha resultado siempre poco menos que natural vestir camisas de colores-pardas o rojas-y desfilar en largas maratones en actos multitudinarios enmarcados por una múltiple y compleja simbología: el puño cerrado, el brazo en alto, la hoz y el martillo, el haz- el fascio-de los lictores… El liberal ha experimentado siempre, frente a esas manifestaciones, un sentimiento casi de pudor, la sensación de que todo ello ofende la razón, a la que el liberal apela en la soledad fructífera del diálogo consigo mismo, para confrontar ideas, para sopesar razones, y para decidir, en definitiva, con auténtica libertad de conciencia”. La cita se ha hecho larga, pero por el alto valor de su contenido se justifica por sí misma. Lo que pretendo cuando escribo estas columnas, en este generoso espacio que se me brinda, es trasmitir a los lectores, en cada uno de los temas abordados, mi visión de la libertad y de la dignidad humana que encarna el liberalismo solidario que profeso y que está tan incomprendido por poco difundido. Nunca he pretendido ser dueño de la verdad, ni mucho menos imponer mis puntos de vista a los demás, tan sólo por estar convencido de ellas, luego de mucho estudio y meditación, pretendo difundirlas por medio del razonamiento y de la persuasión. Los liberales, los auténticos amantes de la libertad siempre fueron un grupo reducido, que ha debido remar contra la corriente dominante en cada época. Desde el fondo de los tiempos debieron luchar contra la omnipotencia del Estado, de las Iglesias y de las corporaciones, que han pretendido aniquilar la individualidad que es la esencia de la condición humana. Han tenido que enfrentarse con el absolutismo monárquico, el feudalismo y la esclavitud y en el siglo XX contra el totalitarismo comunista y fascista. Luego la lucha ha sido y sigue siendo contra el Estado intervencionista, asfixiante de la iniciativa privada, de la autonomía de la voluntad y del señorío del propio cuerpo de cada humano. Sin duda que el totalitarismo en su versión comunista desde Lenin a Fidel Castro y en su versión fascista de Benito Mussolini a Oliveira Salazar, han sido los adversarios más peligrosos por su estatismo exacerbado, partido único, sindicatos verticales, ausencia de democracia y derechos individuales, sofocante adoctrinamiento y propaganda y sobre todo el uso indiscriminado del terror como arma política. Hasta hoy existen una multiplicidad de Estados tanto totalitarios como autoritarios, algunos de los cuales son potencias de primer nivel en el mundo contemporáneo. Benito Mussolini, que definía al fascismo como un socialismo nacional, en 1929 ante el Gran Consejo Fascista exponía: “Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización  asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo”. Muchos de los que abominan al fascismo, piensan, en este punto, igual que el Duce. En nuestro tiempo, a diferencia de tiempos pasados, los colectivistas, de derecha y de izquierda, defienden la democracia y la no violencia, no obstante han trasformado al Estado en un formidable limitador de la libertad individual, bajo las cautivantes consignas de “justicia social”; “redistribución de la riqueza” o “igualdad de oportunidades”. Significa ello que estemos abogando por un anarco capitalismo, de ninguna manera, el liberal solidario está distante tanto de las corrientes socialistas como de las libertarias, bregamos porque la coacción estatal, imprescindible en una sociedad moderna, no sea arbitraria. Los liberales estamos dispersos en distintos partidos y asociaciones, existen entre nosotros grados y matices, pero hay un común denominador, un principio rector que es la libertad que nos hermana y nos une frente al adversario colectivista, que también sabe de grados y matices. Como lo expresara el eminente constitucionalista compatriota Dr Aníbal Barbagelata en un opúsculo titulado La Democracia: “…conocer por sí mismo, pensar por sí mismo, actuar por sí mismo, es la mejor fórmula contra los peligros de la anestesia embaucadora de las frases hechas y de las consignas artificiosas por las que se quiere tornar indolora la gran estafa de la libertad. El triste trotar de las manadas grises de los Rinocerontes de Ionesco, es una amenaza cierta, no una osada alegoría literaria”. La vida nos ha dado la oportunidad de emanciparnos del colectivismo cuando descubrimos al liberalismo, como agradecidos conversos, tenemos el imperativo moral de predicar las excelencias de la libertad, animando a vivirla y a defenderla con laica fe.

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