La Universidad es el país

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Por: Fabricio Rodríguez

El título no es somero capricho de quien escribe, sino una inspiración de un órgano de prensa que generó fervor pasional por la crítica, por el desarrollo de la libertad en un ambiente democrático donde la confrontación sólo podría ser vista desde la palabra y el respeto en el desacuerdo de ideas. Como bien dice Pablo Da Silveira; 

[La revitalización de la argumentación en la segunda mitad del siglo XX] tiene que ver con la consolidación, al menos en las sociedades occidentales, de la democracia como forma de vida. Una vez superada la tentación totalitaria que ensombreció buena parte del siglo XX, una vez dejadas atrás las utopías que pretendían construir nuevos modelos de organización social mediante la destrucción de la convivencia política, la democracia vuelve a ser valorada como la forma de coexistencia que, a pesar de todos sus límites e imperfecciones, nos proporciona las condiciones más adecuadas para buscar colectivamente la justicia en un contexto de respeto por la diversidad. 

Esas páginas que aglomeraron a lo mejor de la intelectualidad y el mundo social uruguayo e internacional no puede ser otro que el ya mítico Semanario “Marcha” dirigido por Carlos Quijano. Desde 1939 hasta 1974, en que fue clausurada por la dictadura.

Marcha fue la lectura esperada de todos los viernes por la clase media ilustrada. Un objeto de culto. “Marcha se caracterizó por su amplitud ideológica dentro de los preceptos que sin variantes sostuvo desde la fundación: nacionalismo latinoamericano, tercera posición, antiimperialismo, socialismo con notas liberales, antimilitarismo, jerarquización de lo cultural”. 

El editorial del jueves 1° de noviembre de 1973 tiene como portada la frase “La Universidad es el País” ante el atropello de las fuerzas militares que con toda impunidad toman por asalto la Universidad en su “cruzada anti subversión” que como bien apunta el sociólogo Fransciso Panizza nucleaba a un amplio espectro de actores políticos y sociales, “presentados como cómplices, por acción u omisión, del accionar guerrillero”. 

En las páginas 8 y 9 bajo el titular “La Universidad frente a Latorre, Santos y Terra”, sumidos en el peligro de la censura hacen un acopio de documentación sobre las respuestas a las intervenciones anteriores a la Universidad, recogiendo las letras de ilustres pensadores como Justino de Aréchaga, Alejandro Magariños, Prudencio Estrázulas, Carlos Maria de Pena, José Pedro Ramirez, Pablo de Maria, entre otros tantos; demostrando cómo el pasado está vivo en el presente y como las continuidades históricas de los regímenes dictatoriales uruguayos (Latorre-Santos-Terra-Bordaberry) han intentado coartar las libertades y la autonomía universitaria en su afán del control social del Estado. 

Es bueno mencionar por tanto la defensa de la Universidad realizada en un distante 1884 por José P. Ramírez, “ojalá el nivel general del país en todas las manifestaciones de su actividad política y social, estuviera a la altura de esa universidad tan calumniada y donde se enseñan, no la diatriba, ni la difamación, ni la calumnia, sino los sanos principios del derecho y la moral, y se dan frecuentes ejemplos de virtud cívica y de abnegación patriótica”. Justamente esos “frecuentes ejemplos de virtud cívica” van a ser los fustigadores de la Universidad. Como título “La República”, la primera derrota de la dictadura fue precisamente en las elecciones universitarias, donde la victoria de los grupos democráticos fue abrumadora. 

La dictadura se vio así en una encrucijada como bien explica Lincoln Maiztegui (2008), donde los representantes del gobierno universitario tienen una legitimidad real basada en el sufragio – a diferencia de la nueva cúpula de poder político Nacional –, golpean el discurso de la “reconstrucción de la fe democrática” del poder militar. En elecciones custodiadas con celo militar, la opción democrática anti régimen había logrado la victoria. 

Era una prueba de fuego para las proclamadas intenciones de regeneración democrática que decía querer impulsar [la dictadura]: o se respetaban los resultados, o se continuaba adelante con los planes de intervención en la enseñanza, lo que implicaba desconocer una elección legítima, realizada según sus propias directivas. Llevada por su visceral anticomunismo (término que, en la peregrina interpretación de la gran mayoría de sus responsables, incluía a toda la izquierda y a los que “le hacía el juego”), optó por esta segunda posibilidad, en flagrante violación de todos los principios. Azul y Blanco tituló, en su edición inmediata a los comicios: “¡Mayorías o no, a barrerlos!”.

La persecución a la cultura por parte de sus comisarios como señala Aldo Marchesi (2013) dio su inicio en la todavía libre Universidad en 1973 debido a nivel oficial no a las elecciones adversas a sus intereses, sino a un atentado ocurrido en la Facultad de Ingeniería que conllevo la muerte de un subversivo – estudiante – por un artefacto explosivo. 

Las transformaciones perpetradas por la dictadura implicaron una ruptura definitiva con relación al marco autonómico que la Universidad había mantenido durante el período democrático. Además de las transformaciones que esto implicó en materia educativa, la persecución política también generó un colapso de la investigación científica que se concentraba mayoritariamente en la Universidad de la República. 

La problemática debía ser abordada, “por medio de la persuasión y de una serie de procedimientos que no son del caso mencionar en esta circunstancia, pero que se irán observando a través del trabajo a desarrollar en esta cartera”, añadió, enigmático [el Ministro de Educación de la Dictadura Edmundo M. Narancio ante la ocupación]. Destitución, sustitución directa, eliminación de carreras y conocimientos “nocivos” por parte de la División de Sumarios encumbrados por la Doctrina de Seguridad Nacional como paladines en defensa del fortalecimiento moral ante la agresión de la acción subversiva fueron los instrumentos de “persuasión” utilizados por el Ministro.

Además, la masa de intelectuales conscientes de su labor cívico dejaron huérfana a una dictadura que no tuvo nunca las herramientas lógicas de su perpetuación ideológica a través de la Educación universitaria. Cursos suspendidos, cátedras vacantes, investigación casi paralizada, cargos de supervisión y dirección designados directamente por parte de la “depuración ideológica” no lograron la perpetuación moral del régimen, a tal punto que en el Uruguay actual ningún movimiento político tiene discursos reivindicativos del proceso 1973-1985 (quienes se animan a asomar, son fustigados desde todos los sectores) y que la izquierda uruguaya haya llegado en coalición al gobierno desde el 2005 hasta el 2020 (teniendo a sí mismo integrantes del cuadro de gobierno que fueron parte de las acciones tipificadas como “subversivas” por el régimen) es evidencia de su fracaso. 

Es así como el docente como garante de la “paz social”, ejecutores más que educadores desde una pedagogía punitiva no lograron hacer mella. La actitud de que había que controlar todo lo que ocurriese en los centros educativos, a través de normativa basada en la desconfianza básica hacia el otro, que tuvo como objetivo prevenir y amenazar. Desde la regulación de los aspectos externos como el pelo o la ropa a ser usada por estudiantes y docentes, hasta reglamentos de disciplina que hacían referencia a “estudiantes infractores” y promovían la delación; todo fue reglamentado con “minuciosidad militar”. No pudo evitar las múltiples formas de resistencia, que se abrieron paso en medio de un contexto asfixiante.

Hoy, debemos seguir reflexionando sobre el rol de la Universidad y su independencia de la injerencia político partidaria, ya sea desde la altura del gobierno, o desde el llano de la oposición. La Educación debe de seguir siendo un espacio de discusión y análisis de la realidad, en pos de la mejora social. No debe caer en “dictaduras ideológicas” produciendo espacios de sectarismos inorgánicos que solamente producen espacios de resistencia. En definitiva, ¡La Universidad es el país!. 

Bibliografía: 

  • Da Silveira, Pablo; “Cómo ganar discusiones (o al menos cómo evitar perderlas)”; Editorial Taurus; Pág. 15.
  • Raviolo, Heber; Roca, Pablo; “Historia de la literatura uruguaya contemporánea”. Tomo I; Pág. 126.
  • Nahum, Benjamín (Coord.); “1960-2010. Medio Siglo de Historia Uruguaya”; Ediciones de la Banda Oriental; pág.16. 
  • “La República”; “La primera derrota del régimen fue en la Universidad”; 10/09/13
  • Maiztegui, Casas; Lincoln (2008); “Historia de los Orientales. Una historia política del Uruguay.”; Tomo IV De 1972 a 1985. La Dictadura (1873-1985); Editorial Planeta; Pág. 200-201.
  • Demasi, Carlos; Marchesi, Aldo; Markarian, Vania; Rico, Alvaro; Yaffé, Jaime (2013); “La dictadura Cívico-Militar. Uruguay 1973-1985”; Ediciones de la Banda Oriental; Pág. 334-335

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