LOS JUEGOS DEL HAMBRE… Por el Dr. Nelson Jorge Mosco Castellano

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            Los Juegos del Hambre es una novela distópica escrita por Suzanne Collins. El argumento expone, como castigo por la rebelión iniciada por el Distrito 13, se desarrolla un evento televisado anual en el que el despiadado Capitolio selecciona al azar un niño y una niña entre las edades de 12 a 18, de cada uno de los doce distritos, poniéndolos unos contra otros en un juego de supervivencia, donde se ven obligados a luchar entre sí hasta la muerte. El vencedor gana una nueva casa para ellos y sus familias en el Distrito, junto con comida, fama y riqueza. Esta novela presenta similitudes con la novela japonesa de 1999, Battle Royale, que trata acerca de unos estudiantes obligados a matarse entre ellos por un gobierno represivo en una línea de tiempo alterna. Estas vivencia noveladas, no sorprenden por su originalidad, la Humanidad se ha visto innumerables veces enfrentada a totalitarismos que obligan a una lucha por la supervivencia más dramática, estar con ellos o contra ellos es la diferencia entre vivir o morir.

Las sociedades de la posverdad han sido formadas culturalmente en la adoración al Estado. Exigen de éste que les solucione trabajar (poco) estudiar (poco) y vivir bien, como quienes hacen todo lo contrario. Para ofrecer eso los políticos presentan planes de gobierno en cada elección (en los países que todavía las tienen, como la democracia manda). Esos planes necesariamente mienten, saben que los recursos son finitos, que su multiplicación no depende de los actos redistribuidores del gobierno y que alcanzar la pública felicidad es tan falaz como prometer entregar a cada uno la gallina de los huevos de oro. No obstante, los gobiernos siguen presentando planes presupuestales, siempre desfinanciados. Requieren endeudarse más, y cargar con más impuestos a los que producen algo. Hoy, como ayer, la sociedad se debate entre dos sistemas económicos para superar la crisis eterna de repartir lo que es de otros sin medida, o, peor, repartir lo que no se ha creado, hipotecando a las generaciones nonatas. Las dificultades que enfrenta a diario quien tiene que tomar decisiones en la economía familiar o en la economía productiva, se multiplican, por la cantidad de normas emanadas del Estado, que están distorsionando la oferta y la demanda de bienes. Cómo hace un panadero o un ganadero para determinar cuánto producir, cuánto comprar, o cuánto estima vender, si las distorsiones que todos los días introduce el gobierno, especialmente en impuestos, incluido el inflacionario; el valor de la moneda y la multiplicación de regulaciones hacen imposible un mercado competitivo normal. La idea de planificación, que seduce a todos, es incompatible con el aumento de la producción y del consumo; no resuelve ninguna crisis sino que la agrava y acrecienta. No se puede escapar de la ola estatista, dirigista e intervencionista en la que navegan los políticos, con serio peligro de encallar; o sea, conspiran directamente contra el crecimiento de la economía y el aumento de los bienes que puedan satisfacer, la siempre creciente demanda multiplicada de que el Estado los regale a los desposeídos, que a su vez multiplica. Ese simplismo de que se tiene derecho a vivir mejor, sin hacer nada por conseguirlo; o haciendo todo lo contrario. Esta situación amarga no es exclusiva de los gobiernos de izquierda o de los conservadores; prácticamente todos los gobiernos en mayor o menor grado aplican la receta, por inercia cultural. En Argentina, las malas ideas, le han impedido a un país rico en recursos elevar el nivel de vida de sus ciudadanos. El 43 % de pobres, y 10% de indigentes, casi la mitad de su población, nos muestra el fracaso de la política a la que, testarudamente, se aferra el gobierno por no recortar gordura del Estado. Le falta memoria histórica, la caída del comunismo en la URSS y en los países de su órbita, reveló sin lugar a dudas, que la planificación central no era el mejor sistema para dirigir la actividad económica y promover el bienestar de todos. También indica esa experiencia, haber sufrido el terrible sistema burocrático de querer planificar la vida de la gente, que la libertad de comercio beneficia a todo el mundo. Son las decisiones de millones de personas, empresas y familias, las que sorteando las infinitas alternativas nacionales y extranjeras intentan, a diario, producir mejor al menor costo posible, sirviendo a una demanda de los consumidores. Algunos gobiernos, luego de tocar fondo iniciaron un profundo cambio, en vez de impedir, ayudan a crear las condiciones para que el mercado funcione de la mejor manera posible. Como enseño Adam Smith, son los precios y el interés personal los que dirigen la actividad económica en los países que les va mejor. La mayoría de los países van al revés. Se disminuye la propiedad privada, ya sea estatizando, o acosando con impuestos distorsivos y reglamentaciones, estorbando la actividad privada para sostener un Estado ineficaz e ineficiente, a veces cleptocrático, que genera un gran déficit presupuestario, afectando negativamente a la economía productiva, disponiendo barreras que sujetan el libre comercio. Los precios suben cuando se imprime demás. Al haber más pesos en circulación que tienen menor poder adquisitivo, impulsan a aumentar el precio de los bienes. Cuando esto pasa el valor del peso disminuye, en un continuo espiral devaluatorio empobrecedor. Lo mostró muy bien Alemania a principios de la década del 20: cuando los precios se triplicaban todos los meses, la cantidad de dinero también lo hacía en la misma proporción. Los bajos niveles de inflación que tienen algunos países van unidos a un lento crecimiento de la cantidad de dinero que el gobierno imprime. Hasta Biden quiso cambiar la realidad inexorable de este proceso económico dándose de bruces contra el aumento inflacionario que alarma, que supera el 6%. La provisión de bienes y servicios, meta de todo sistema económico sano, se ve severamente afectada por decisiones del gobierno de imprimir para hacer crecer la economía artificialmente. Los sectores productivos están hartos de los impuestos distorsivos con los que alimentar a un Estado cada vez más grande e ineficiente. Son costosos para quienes participan en el mercado porque además de transferirle sus recursos, llevan a los compradores a consumir menos, y a los vendedores a disminuir la producción, disminuyendo, a su vez, los ingresos fiscales.

Así operan medidas distorsivas que propuso el FA en pandemia, subir impuestos, restringir la actividad, y asistir más con fondos públicos. También propuso el control de los alquileres, otro eterno fracaso de control de precios. En Argentina fue votado también por la oposición para hacer accesible la vivienda a las personas con menos recursos. Regular el precio de los alquileres provoca, al revés de lo que se intenta, una gran escasez de oferta de viviendas. Medida que crea injusticias por sí misma. Desde el año 1974 nuestro país adhirió al régimen de libre contratación, generando un aumento natural de las viviendas para alquilar, por crecimiento de la oferta para satisfacer mejor la demanda de alquileres. La escasez de vivienda que generó por años la regulación del precio y la distorsión del contrato, bajó la producción de viviendas generando, además, desempleo, desinversión privada, y déficit de oferta, todo lo que aumenta el precio de los alquileres. Con esta fatal experiencia, deberíamos desconfiar de quienes encuentran fáciles soluciones a problemas difíciles, prometiendo asombrosos resultados sin esfuerzo. Charlatanes que piensan en sus propios intereses o embaucadores que creen ciertas sus propias teorías. En 1935, dijo Keynes, al que tanto valor dan los economistas planificadores: «Los hombres prácticos que se creen libres de toda influencia intelectual, generalmente son esclavos de algún economista desaparecido. Los locos que ostentan el poder, que oyen voces en el aire, extraen su locura de las obras de algún diletante académico de unos cuantos años atrás». Sigue siendo cierto, la locura del modelo planificador actual ha sido influenciada por él. 

En los países socialistas del siglo pasado o del siglo XXI, se probó un modelo -alianza entre el Gobierno, el Ejército- reemplazando la vocación pluralista de la política de partidos. Se controlaron los medios de comunicación en su totalidad por intimidación y censura. Se tuvo que llegar a una revolución violenta, en razón de que empiezan a escasear los bienes y el trabajo; el dinero pierde valor y aumenta la desesperación por sobrevivir. Como los gobiernos no cambian, los que cambian son los que subsisten en el infra consumo, o los que pueden exiliarse fuera del sistema. Los que todavía no hemos caído en esos totalitarismo, convivimos con quienes aún los ofrecen como paradigma de igualitarismo en el consumo y reparto de la riqueza. Cuando gobernó el FA que integra el Grupo de Puebla que incita a utilizar la democracia para fines totalitarios, dilapidó planificadamente los recursos de los mejores 12 años de la economía uruguaya, sin mover la aguja de la pobreza, y apenas la de la indigencia. Ahora, haciendo oposición, con la complicidad de su pata sindical, abusando del derecho de huelga utilizado con fines distorsivos y de paralización, siguen buscando soluciones mediante el intervencionismo estatal, con más controles. También más control a las libertades individuales, que al afectarlas, se resiente el sistema democrático. Como bien enseñó Lenin, los socialistas están usando a la democracia para destruirla más rápido. Ojalá, la mayoría que tantas veces se equivocó, lo esté percibiendo ahora, para evitar un mayor desastre. Promueven un país etático y estático: más impuestos a quienes producen o consumen; mientras su casta política resiste pagarlos y frena la economía. No les conviene a sus intereses espurios de poder, aceptar que la única forma de subir la recaudación es bajar impuestos para dejar crecer la torta. Tarea que no cumple satisfactoriamente el Estado, cuando antepone intereses corporativos para aumentar su tamaño o impedir corregir sus excesos. Todo tendiente a generar desempleo, pobreza y hambre. ¿Cuánto crecerá el hambre en el Uruguay si con un mercado consumidor pequeño, productor de bienes primarios, se agota al productor nacional y se impide la promoción de la inversión foránea a largo plazo? ¿Cuántos más desempleados puede el Estado incorporar por decisión política? ¿Con qué recursos se atenderán las situaciones crecientes de marginalidad, pobreza e indigencia? Las respuestas explican por sí mismas a dónde nos quieren conducir los planificadores de la oposición, desde sus poltronas dirigenciales.

LOS JUEGOS DEL HAMBRE promovidos desde el poder totalitario sacrifican a todo el resto de la sociedad.

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