MARGUERY Y LOS LÍMITES DEL PERIODISMO. Por Sebastián Castro

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Imagine que usted vive en Siria y que al tratar de cruzar a Turquía en un evento desafortunado muere su hijo y aparece ahogado en la costa. Luego y como si nada más triste pueda provocar otro dolor le llega un ejemplar de Charlie Hebdo donde aparece una caricatura con una leyenda: si Kurdi hubiese sobrevivido se habría convertido en “acosador de mujeres en Alemania”.

¿Ahora se da cuenta que si hay límites y que la insensible y aberrante tapa del semanario francés nunca debió ser publicada?

En 2018 en Colombia un periodista publicó un tweet en que incitaba al asesinato del candidato de izquierda a la presidencia. Los colegas desaprobaron esta incitación al delito y fue despedido. ¿Por qué fue equivocada la acción de ese periodista? En principio, es un error que proviene de la idea de que la libertad de prensa debe ser absoluta y olvida esta premisa que la libertad y los derechos van hasta donde comienzan las libertades y derechos de los demás; el honor, la intimidad, el derecho a la imagen (discriminación) o los derechos de identidad de los menores de edad son algunos de los derechos que chocan contra la libre expresión. El punto más discutible es el de la “honorabilidad” de las personas cuando son atacadas “ad hominem”, es decir, descalificar al oponente por lo que es y no por lo que dice. Atacar a la persona y no a las ideas. Y sería este el caso de Marguery en el debate con Ortuño en “Esta Boca es Mía” si no se entendiera que Ortuño lo agravia antes al decir con tono arrogante que le va a hablar primero al público del programa de Victoria Rodríguez porque “es bastante mayor que la de su radio”. Sin embargo, el punto más álgido se dio cuando Ortuño lo acusó de mentir y Fernando Marguery retrucó de igual forma: “mienta tranquilo que yo lo escucho” se escuchó de fondo. No es menor la diferencia entre “mienta tranquilo que yo lo escucho” a decirle “mentiroso”. Uno habla del hecho puntual que va a suceder (supuestamente) y lo otro es una condición per se que uno puede argumentar sobre el comportamiento del otro pero que ataca al ser humano y no habla del hecho puntual. Este miércoles pasado, Victoria Rodríguez abrió el programa con un llamado de atención general. El periodista tomó la palabra en el final del programa y se hizo cargo del llamado de atención que lo aludía.

«Me siento interpelado por tus palabras. Casi, casi que me levanto y me voy. «No corresponde que esté acá porque le estoy ensuciando el programa a Victoria».

No lo voy a hacer mientras pueda decir estas cosas porque para mí la libertad de expresión es un valor superior.

Y concluyó: “El día que no la tenga y tenga que actuar para formar parte del programa, daría un paso al costado, si es que no decide alguien que me vaya antes».

Seguramente esta autoprofecía no sucederá pronto. El “rating” tiene más poder que las palabras y el nivel del debate que maneja Margery, guste o no el contenido, es suficiente para hacer una copia de “Agenda Confidencial” a las 7 de la tarde, compitiendo con los tres informativos hegemónicos y ganarles en el minuto a minuto. Ningún productor sensato lo debe de analizar de forma diferente y yo creo (que no soy muy dotado para el análisis), que en este caso no tiene dos lecturas. Como consumidor del programa de hace varios años estaba un poco cansado de los “Camino” y las “Andreoli” y si me llegan a sacar a los “Marguery”, los “Puppo” y los “Casás” van a dejar de tener un televidente, que prefiere leer un diario viejo a fumarse debates escasos de nivel.

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