MENTIME QUE ME GUSTA KARL… Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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En los albores de la anterior revolución industrial comenzaron a aparecer historiadores y filósofos que aportaban nuevos paradigmas a la epistemología científica. Karl Marx, que no era nada de eso, encaró un experimento psico-social a la postre diabólico. Aplicar ciencia a las desventuras inevitables de la humanidad haciendo historicismo económico aplicado. Después de haber escrito cientos de páginas que relataban el parto con dolor del sector obrero industrial, que se incorporaba a la incipiente modernidad, el evangelio según Karl Marx relataba que era cruelmente explotado por el empresariado, omitiendo evaluar los prolegómenos de la pretendida explotación que exponían una pléyade de humanos hambrientos peregrinando por zonas rurales sin posibilidad de conseguir trabajo, salario, ni alimento alguno. Karl enfocó críticamente su visión de la sociedad capitalista industrial definiéndola como esclavista y desigual. En realidad, era una etapa histórica crucial para el desarrollo de la humanidad hacia un mejor destino, en la que como todas había abusos; ominosa consecuencia que nos impuso el Creador a los humanos por desafiarlo: hombre y mujer condenados a padecer (según Marx la explotación) trabajar para vivir.

Marx cerró su libro “Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie” dejando planteadas más dudas que certezas, centrando su versión de la economía productiva como una pesadilla para los que conseguían trabajo, sin evaluar que aquel sacrificio obrero alumbraba un tiempo nuevo, esperanzador, que terminaría dando oportunidades de vivir mejor, sin bien, siendo mayor la oferta de mano de obra que la demanda, se prestó al eterno vicio de la explotación inter humana. Un libro al que millones de personas elogian, se excitan, toman como referencia ineludible, hacen elucubraciones erróneas, y sacan conclusiones indubitablemente erradas. Casi todos sin haberlo leído nunca; lo que tampoco harán jamás, por su kilométrica pesadez.

Karl, en definitiva, descubrió científicamente algo, que, en realidad, ya se había descubierto 2000 años antes, y fue relatado en textos sagrados: las humanas debilidades. Aquellos antivalores que ya entonces se condenaron como pecados. Y para agregarle un toque personal divino, propuso corregir técnicamente los defectos originales. Resolvió así una alienación histórica que condenaba al infierno, el libre albedrio, que utilizado torcidamente causa daño al semejante. Sin inmutarse por las consecuencias de sus desvaríos, Karl excluyó de culpa al hombre y se la achacó al vil metal. Prefirió alterar el desarrollo economicista de la historia a través de una alternativa superadora revolucionaria: extirpar el resultado inevitable de comerciar. Agotado por tales elucubraciones que le impedían trabajar como cualquiera y pasar a la historia como cientista y clientelista social, Karl siguió siendo un vividor y corrector empedernido de la historia por venir; pero, en lugar de asumir las desventuras y pecados del incorregible ser humano, se los endilgó a algo de lo que él carecía por vago, el dinero. Ese vil metal que construía ricos y destruía pobres debía ser erradicado. Situación que él había padecido en carne propia, nunca tuvo un peso porque era alérgico al trabajo. El capital imprescindible para su sustento personal lo obtenía “mangando” a otros.

Luego de pasar la realidad de su tiempo económico por varias probetas, crisoles y embudos, concluyó que el hombre era el lobo del hombre, porque ese dañino y esquivo capital multiplicaba la avaricia del empresario que sacrificaba al trabajador por acumularlo. Cosa que ni siquiera era novedosa, ya había sido analizada sobradamente filosófica y teológicamente desde la Biblia a la Torá, y por musulmanes, budistas y taoístas. Redefinido así por Karl el egoísmo, la codicia, y la lujuria, era necesaria una solución a la apropiación oprobiosa de una plusvalía, que Marx nunca supo definir, la retribución salarial por el trabajo; cuya exacta y justa cuantificación siempre fue harto discutible, hasta que se inventaron los sindicalistas de izquierda que la transformaron en utopía perseguida de atrás.

LA TEORÍA APLICADA A VIVIR A COSTA DE ELLA

El marxismo es la teleología, derivada de los detritos de los esfínteres mentales de Karl. Sus intérpretes proponen una superestructura de humanos para reordenar a los mismos humanos explotadores, y crear el perfecto hombre nuevo. Un inadvertido lector podría suponer que un ratón parió a un elefante, que, además, ya hacía dos mil años que había nacido. Pero algo nuevo surgiría de las calenturientas páginas. Algunos ideólogos de Karl consideraron de interés personal la propuesta superadora definitivamente de la pobreza. Descubrieron con clarividencia las posibilidades que ofrecía para vividores e inútiles sin referencia de mejorar en fortuna. Una opción laica para salvar a la humanidad del dinero ajeno. Pecadores, a los que, sin importar las implicancias religiosas, disfrutan acaparar todo ese producto del diablo en sus propios bolsillos, ordenando el caos que causaba a la sociedad, aunque trancaran la economía y evitaran que quien emprendiera dispusiera libremente del dinero propio, ganado genuinamente con esfuerzo. Predicarían la redención de multitud de vagos absolutos que necesitaban ser catequizados de sus derechos. Muchos encontraron así su vocación, su lugar en el mundo, una religión laica, una ideología envasada, un balde facilista de ideas preconcebidas para inculcar en las cabezas del lumpen. Una forma sencilla, y cuasi legal, de vivir de los demás: quedarse con el capital de los que producían para evitar que los “corrompiera”. Por las buenas o por las otras; porque a veces era necesaria la violencia para convencer a los tozudamente egoístas.

De allí surgieron oportunistas políticos, tiranos, dictadores, mafiosos, corruptos, socialistas intransigentes, moderados y comunistas. Una pléyade de seres humanos afanados en integrar la superestructura burocrática que evitaría el mal de muchos, ofreciendo un consuelo de tontos. Separar el bien del mal. El mal que generan algunos emprendedores con la intención de producir bienes al servicio de la sociedad, multiplicando recursos, ahorrar, dar trabajo (según Marx, siempre esclavo), pagar salarios, y convertirse en ricos (con perdón). El bien eran conseguir un público objetivo; los que no tienen trabajo, los que lo consiguen, pero están insatisfechos, los pobres de solemnidad, que ven que su gobierno no confisca suficiente a aquellos que sostienen la economía creando, produciendo, dando trabajo y pagando impuestos.

NUESTRA QUERIDA PANDEMIA

De allí derivó una pandemia que viene asolando a la sociedad por 200 años. Una cantidad de redentores de pobres y vagos que quiere igualarnos a todos en ser pobres. Ellos buscan incesante e ininterrumpidamente sacarnos el dinero de diversas y creativas formas: directamente construyen tiranías absolutas, prohijando políticos corruptos siempre dispuestos a usar al Estado como herramienta de exacción a otros. Inventando más impuestos, apañando coimeros, adoptando inútiles sin referencia para la causa, multiplicando esclavos de un sueldo público. Tienen un enlatado discurso melifluo para pobres, indigentes y afines, que exuda una vocación irrefrenable de repartir lo ajeno. Podrían definirse en lunfardo como exorcistas de la guita; igualitos a Karl, vividores con patentes de redentores del pobrismo.

El problema ya no era que la producción industrial había multiplicado los bienes y generado múltiples puestos de trabajo sacando a mucha gente de la inanición; el problema era que quienes con ingenio producían más bienes para consumir, ahorraban para invertir, hacían crecer la “torta” económica, no repartían voluntariamente todo el dinero que legítimamente se ganaron. Sin crecimiento económico hay estancamiento. La China comunista y la China Popular son un ejemplo palpable; además de la implosión del mundo socialista de la URSS. La falla de la teoría era que ahorrar dinero producto de su esfuerzo, e invertirlo, multiplicaba las fuentes de trabajo, haciendo una distribución genuina de riqueza; impedirlo era condenar al desempleo a millones de personas. La ventaja para estos redentores es que antes había miseria, ahora hay miseria y siempre la habrá, aunque esté disminuyendo con el comercio y la tecnología. Pero, algún resquicio de miseria siempre será el objeto del “desvelo” para ofrecer redimirla por los igualadores. Y si no lo consiguen, no importa, recorren el camino que lleva al sueldo público, a la ventaja del sindicalista redentor. Una recompensa por intentar redimir a la humanidad del pecado tener el dinero propio. Tarea del pastor del pobrismo, inagotable, para que marxistas, izquierdistas independientes y afines, tuvieran asegurado su capital de por vida y sin esfuerzo. Catequistas del oprobio de que somos desiguales, que lucran con el servicio.

LAS CONSECUENCIAS DE UNA MENTIRA

De estos polvos derivaron varios lodos. Los adoradores de Karl nos introdujeron en un mundo refractario a la producción, afín a ordeñar hasta sucumbir a la vaca que da alimento a burócratas y políticos que persiguen conseguir votos mintiendo repartijas. Y desde el cargo promover repartijas sin responsabilidad ni medida, recursos de sus esclavos administrados. Multiplicar impuestos, endeudamiento, y regulaciones. Expertos en vituperar a los prestamistas que les exijan pagar el dinero que les piden estos redistribuidores seriales. Karl que siempre vivió de prestado sin devolver nada, estaría realmente orgulloso de ellos.

La creatividad de los igualitaristas se exacerbó al mango, llegando al paroxismo de “el Chicho”, inventando gastos sin financiamiento que eufemísticamente llaman “derechos sociales”. Inagotable fuente de prebendas, privilegios indebidos, canonjías, favores políticos, ventajas, sinecuras, arbitrariedades, y abusos, directamente proporcional a la dilapidación de recursos que conforma el sueño marxista: exterminar al que tenga algo propio, igualándonos a todos en la miseria.

La mentirosa defensa de los pobres que asume el marxismo y sus diversas variantes ideológicas, le ha concedido patente monopólica de lucha contra la miseria, la corrupción y las condiciones laborales indeseables. La contracara de esa mentira es que, al confiscar el ahorro, capital de giro con el que se produce, liquidan el comercio, el abastecimiento, conducen a la explotación de la pobreza más infame que la humanidad haya vivido. Justifican el robo sin límite, ya que, a los impuestos impagables, le agregan una confiscación de todo lo demás. Y por si fuera poco, exterminan la confianza imprescindible para trabajar y comerciar. Nadie comercia con un ladrón.

TODO SE TRANSMUTA DE MANOS

El capital no desaparece nunca. Es el resultado del intercambio comercial y la producción previa de bienes y servicios. En definitiva, es una modernización del trueque al que retroceden las sociedades del Socialismo siglo XXI como Cuba, Venezuela y Nicaragua, en las que se concentra la desigualdad. Los que mandan y todos los demás; división de la sociedad en castas irreconciliables. Dos para ser exactos. La elucubración de Karl, eliminar el capital para superar la desigualdad, lo concentró. Eliminó el beneficio de multiplicar empleo genuino y oportunidades de trabajo. Muerto el capital por aquellos que se dicen marxistas, vive el capital expoliado en sus propios bolsillos, multiplicando el mal endémico de la explotación, la expatriación y la desesperación por vivir done se respete tener lo propio.  La receta era vieja, pero remasterizada científicamente, da lo mismo, son déspotas. Unos iguales pobres abajo y otros iguales ricos arriba. La diferencia es que la superestructura marxista no aporta, no trabaja, ni genera ningún recurso a la sociedad de la que vive. Agotado el capital, la inversión y los recursos. Científicamente no queda nada más. No hay bienes esenciales que repartir. Exterminan a quienes producen riqueza colectiva. El marxismo fue y es un estrepitoso fracaso. Un multimillonario costo innecesario en pérdida de vidas humanas, reproducción de desempleados y miserables. Los nuevos marxistas exoneran de culpa al sistema, y responsabilizan a ineptos y bestiales dictadores, que a sangre y fuego masacraron a sus conciudadanos. Cambian gastopardístamente. La naturaleza humana es desigual en voluntad, creatividad y vocación de emprender, la única forma de igualar es inevitablemente imponerse, impedir la libertad, y lo que es peor, su sano aporte de crecimiento y oportunidades a la sociedad. Concentrar toda la riqueza en la superestructura burocrática, multiplica el ego, la avaricia, la corrupción, y las desigualdades; estanca el crecimiento económico en los pocos que se lo guardan, introduce la violencia para dominar a la mayoría.

Nuevas versiones del mismo experimento fallido, siguen “vendiendo” el marxismo socialista como redentor de las humanas desviaciones. La misma envidia, egoísmo y sevicia acecha al humano en el capitalismo y en socialismo. La única diferencia es que, en el último, se concentra en el que tiene el poder político. 

Aplicadas en la posmodernidad las ideas de Karl en países productivos los convierten en miserables. Llegan a agotar economías ricas, absurdos absolutos como los de Argentina, en los que tener un dólar para estar a salvo del manoteo del gobierno es ilícito, mientras los gobernantes ocultan abultados ahorros ilícitos y prebendarios en dólares. No hay divisas para el sector económico productivo argentino. El burócrata repartidor o “solidario” con dinero ajeno en el poder, es por definición mal asignador de recursos, porque nunca tuvo que producir algo arriesgando lo propio. Subsiste del sacrificio ajeno. Dilapida, abusa. Incurre en todos los pecados originales (e inventa algunos más). Con esa concentración obscena de riqueza debe mentir cada vez más para sostener anteriores mentiras. Y de la mentira y el engaño no se vuelve. Remedo de Marx, oculta su propia culpa vituperando al sistema capitalista, al que ha arrastrado a la concentración presupuestal pública dispendiosa, distorsionando la asignación natural de recursos productivos. Matan a la gallina que pone los huevos para alimentarlos.

La burocracia pública que multiplica impiadosamente el sistema socialista, desafía a cualquier gobierno criterioso con el gasto, dejando como única alternativa el camino inexorable de emparchar y sostener el gasto mentiroso. Con ella ha inficionado el virus mentiroso del “derecho adquirido”, un statu quo al que no le importa que no haya recursos para sostenerlo de por vida. De todos los desencadenantes de la mentira, el miedo es el más poderoso. Su incidencia es tan grande que lleva a mentir de forma compulsiva. Las personas viven en estado de permanente ansiedad, porque no creen que pueda mejorar su situación realmente. Y, cuanto más se miente, más necesidad desarrolla el mentiroso de seguir haciéndolo. Llega a un punto en que no puede diferenciar la verdad de la mentira. De este modo los marxistas y aquellos a que se les enseñó a pensar en sus términos, siempre están anclados en falacias repetidas, se alejan de la realidad y caen en la mitomanía, que nos ha llevado a impedir o estancar el desarrollo económico, procrastinando la erradicación de la indigencia y pobreza de millones seres humanos.

En el próximo capítulo, veremos la incidencia en nuestro país de la mentira inficionada de marxismo, que no mide la consecuencia del gasto público en los más infelices, los subempleados y los desempleados. Resultados sociales decadentes que el corporativismo lucha por conservar.

1 COMENTARIO

  1. ¡¡Excelente…!!
    Una visión profunda y real que afecta a la humanidad toda y en particular a todos los Uruguayos.
    Debemos tomar conciencia, estar alertas sobre los riesgos que corremos al dar nuestro voto si desatendemos y/o no percibimos tales «desatinos», grados de irresponsabilidad, perversidad etc. Entiendo que es un desafío y un deber moral que debemos afrontar todos en trasmitir los hechos expuestos, de cara a las elecciones presidenciales y parlamentarias en aras de una estabilidad social y un futuro esperanzador…, en especial para próximas generaciones.
    Felicitaciones y gracias por el
    mensaje.

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