ONANISMO EN LA POLITICA… Por el Dr.  Nelson Jorge Mosco Castellano

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Onanismo se usa como sinónimo de masturbación, aunque también hay quienes piensan que esa es una mala interpretación del texto bíblico, que en todo caso relata una interrupción del coito. En cualquier caso, se ha impuesto su definición como aquella forma de autosatisfacción.

Esta es una de las razones que tienen los que inician este empedrado camino de transformar la herramienta democrática en una forma de autosatisfacción de sus necesidades, rapiñándole recursos a sus representados.

Esta afición que cada vez más se generaliza, no implica abdicar del sistema democrático como el más liberal para reclamar por los abusos del poder mediante el voto; o la rebelión legítima a la opresión. Simplemente, constata como el ser humano ha transformado el sistema “menos malo” deslizándose hacia un sistema malísimo, en contra de los intereses de quienes representan.

Esta decadencia de la condición humana implica una desconfianza recíproca en que el gobierno consiga un consenso para la protección de lo que debiera ser el primer interés de TODOS: NO MATAR A QUIENES PRODUCEN LOS RECURSOS. Muchos se ufanan de apropiarse hasta del último trozo de la “torta”. Esa que prometen que nunca se agota, y que todos tienen derecho a una parte igualitaria, mientras dejan únicamente las migajas que se caen desde la mesa opulenta del gobierno.

Los políticos ya no ofrecen ideas; las venden. Así una actividad que debiera estar libre de intereses subalternos siempre cercanos al poder, se transforma para lograr la autosatisfacción confundiéndose con intereses obscenos, ideológicos o puramente electorales.

Para alcanzar esa satisfacción de ganar una elección todo vale, especialmente, convencer al votante que ese repetido candidato no integra esa casta de falsarios que ya les vendió “espejitos de colores”. Para empeorar este panorama, la casta política se ha globalizado en posiciones aparentemente antagónicas que en realidad son una falsedad compartida. Por un lado, una casta oligárquica internacional asociada a Gates; y la otra, asociada a especuladores como Soros. Ambas sacando partido de una confusión ideológica que los une: llegar al poder absoluto, y hacer equilibrios para eternizarse.

Milton Friedman señaló que hay cuatro formas de gastar el dinero:  Una persona gasta dinero para sí misma. En estos casos actúa con especial prudencia de invertir bien. Una persona gasta su dinero para los demás; actúa con cuidadosa generosidad. Una persona da dinero a otra con la finalidad que lo gaste en ella misma. Entonces se desmoronan casi todas las barreras. Sólo se piensa en gastar todo lo que le dan. Una persona da dinero a otras con el objeto que lo gasten en terceras personas. Entonces la cosa ya no tiene freno. Así se explica la liberalidad de quienes se autosatisfacen gastando dinero de otras personas con poder de imperio; decidiendo cómo se gastan los impuestos que se carga sobre otras personas. La política no maximiza el valor porque no tiene su dinero en juego.

La gente vota personas parecidas a ellos porque creen que sienten verdaderamente los mismos problemas. Luego la complejidad de la realidad política desafía la confianza del elector, porque pasan a tener un salario público alejado de la media del trabajador, así como otros privilegios del poder para autosatisfacerse, que los alejan de la realidad que viven quienes los votaron.

Es mucho peor en políticos ideologizados, que, además, están convencidos de que los votan para imponer sus ideas y no para hacer lo que realmente sea mejor para su sociedad. Por eso están dispuestos a sabotear la economía nacional en pos de llegar al deterioro colectivo, que favorezca imponer conceptos cada vez más totalitarios. Pueden apoyar gobiernos dictatoriales, corruptos y castradores de la libertad, sin sentir pesar por el destino al que conducen a su propio pueblo.

La izquierda ortodoxa ha promovido dos concepciones ridículas desde el punto de vista del crecimiento económico que matan el trabajo: el consumismo y el igualitarismo.

El consumismo determina la calidad de vida de la sociedad; ir restringiéndolo implica ir cercenado la posibilidad de que una familia pueda mejorarla, en su extremo, condena al sub consumo hasta de lo más elemental. Y lo más grave, es que no consumir es no producir, y por tanto va matando al emprendedor y al trabajador. Las sociedades que van mejorando su calidad de vida consumen más. Las sociedades que apenas subsisten, consumen menos. Esa restricción del consumo conduce por desesperación al crecimiento exponencial de los préstamos y la usura. Simplemente porque la gente intenta mantener consumos que la realidad impuesta por el gobernante le cercena. Antes podía, y cada vez tiene menos recursos para sobrellevar su nivel de vida descendente.

El igualitarismo que proclama la izquierda, coloca al estado en posición de repartidor de los recursos de otros. Se utiliza el crecimiento de la burocracia pública como forma de repartir. Ese crecimiento exponencial del Estado desacoplado de la realidad productiva no tiene límites; va matando al sector productivo que no puede soportar que le saquen ahorro para inversión, y hasta confiscar el propio emprendimiento. Mata a la gallina que da los huevos de oro para que se cree trabajo genuino. Se crea la falacia de que el empleo público da seguridad y un ingreso estable. Luego resulta, que los que soportan los impuestos para pagar esos sueldos no pueden bancarlos, y se genera el conflicto entre el salario privado qué cae y el salario público que, presionado por los sindicatos, no quiere perder poder adquisitivo. Una destrucción de la productividad de toda la sociedad que obliga al sector productivo privado a aumentar sus precios, trasladando la carga impositiva y la inflación que el Gobierno hace crecer, para cubrir el déficit fiscal.

Cuando la izquierda lleva estos dos conceptos al extremo, vamos enterrando al empleo privado, se encarece el costo de vida, y la economía se seca, haciendo cada vez más inviable la vida para toda la sociedad. “Redistribuyen” hasta fundirnos a todos. Su concepción choca contra la realidad y al negarse a aceptarla, crean corrupción en operaciones inviables para autosatisfacerse y autojustificarse.

La izquierda se resiste, como lo vemos actualmente, al recorte de los gastos presupuestales improductivos porque va en contra de las oportunidades de ocupación de los empleados públicos que hizo crecer; y en contra del mantener el empobrecimiento económico, agotar los recursos y endeudarse. No admite el cambio para la mejora de toda la sociedad. Perdería su razón existencial, política y electoral.

El onanismo de quienes entienden qué hay que cambiar choca contra una muralla de la izquierda, y los hace posponer pararse definitivamente en la vereda de enfrente. Al gobierno le resulta casi imposible reestructurar el presupuesto y el gasto público, porque le pesa políticamente explicar las ventajas del orden económico. Teme la incomprensión de la gente a la que se le ha metido el “balde” de que hay margen para aumentar impuestos; que los recursos económicos son del gobierno; y que ajustar el gasto a la realidad es aumentar la desigualdad. Evita chocar, así cree autosatisfacer la posibilidad electoral. Se equivoca en definir cuanto antes devolverle a la gente el exceso de impuestos.

En definitiva, la autosatisfacción de unos y de otros, impide el sano afán de emprender, producir y disfrutar de ese esfuerzo que siempre se comparte con la sociedad cuando crece la economía. No es por derrame de dinero, sino por derrame de oportunidades laborales para todos, que pueden tener más ingresos trabajando, sin esperar limosna del gobierno, o reclamando aumentos de salarios y pasividades, corriendo detrás de la inflación.

Cuando desde el gobierno se tiene la firme convicción de la necesidad de liberar recursos abusivos que agotan la economía, empieza la guerra de los sectores públicos alentada desde el sindicalismo, reclamando violentamente más gasto presupuestal. Así se impide que crezca la producción, se diversifique la oferta, se atraiga inversión alentada por el cambio de expectativas, y que desde el Estado se pueda atender mejor lo esencial: seguridad, educación, y salud.

Con gobierno y oposición onánicos, es imposible cambiar el destino. Inexorablemente hay cada vez menos recursos, la sociedad languidece, y se extingue en el mar de violencia entre quienes no pueden subsistir con bajos ingresos y los que defienden lo que les da el Estado. Primero se pierde la propiedad de lo ganado en buena ley; finalmente, se pierde la libertad por la presión, la anomia y la guerra entre quienes quieren seguir distribuyendo lo que es cada vez más escaso. Al final, la vida en el marco de un consumo apenas de sobrevivencia y el desenfreno de la protesta, cumple la profecía de Gramsci: todos contra todos.

El onanismo político fue multiplicando para su autosatisfacción el clientelismo electoral, prebendas desde el Estado que se suman al gasto público electoral para financiar cada elección. Pauperizar a la sociedad no es hacerla estoica, ascética, ni moral. No consumir las mejoras que la creatividad y él emprendedurismo ponen al alcance de la gente no mejora la distribución de los recursos para que globalmente viva mejor. Tampoco es moral, ético, ni justificable que por la fuerza le saquemos a quienes se esfuerzan por producir recursos ganados en buena ley.

Vivir mejor es una aspiración legítima de quienes aportan esfuerzo, pienso y trabajo. Emprender nuevas actividades productivas permite crear oportunidades laborales y distribuir genuinamente recursos. Por negarse a eso, los que pueden se expatrían de los países que no crecen intentando salir del infraconsumo. Tratan de llegar a países que les garanticen que su esfuerzo laboral encontrará demanda, y que podrán disponer para consumir y vivir mejor. 

Los gobernantes de todos los países y de todas las tendencias tienen la virtud de hacerle creer a la humanidad que la inflación, el desempleo, la pobreza, el atraso, la deseducación, la miseria y la depresión económica son consecuencias exógenas, culpa de algún meteoro o de la ira de los dioses. En realidad, en todo lo que es económico, la incompetencia, el facilismo, el populismo y complacer gentiles pedidos como si no tuvieran costos, puede ser un buen modo de recoger votos o frutos, tanto políticos como sindicales, pero tiene un ineludible precio, la miseria. Esa deliberada omisión, esa ignorancia planificada, es lo que se conoce como populismo o corrupción de Estado.

Onanismo político que al principio da placer; luego, indefectiblemente, remordimiento, por el desempleo, la desinversión, la confiscación y la pobreza de quienes comparten el resultado de autosatisfacerse egoístamente.

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