Pasión amorfa

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Por: Francisco Berchesi

Entre nosotros, hay quienes emprenden empresas atacando la moral, la razón y el conocimiento de otros. Atacan incluso raíces nacionales que, por ser tales, nos subyacen a todos.

Pero lo hacen parados en un pedestal fabricado con un compost mal hecho, un símil mal oliente. Ese pedestal son sus argumentos.

Es que se elevan sobre su incomprendida e insostenible subjetividad retorcida, imponiendo su voz frente a quienes prestan su oído a esa ilusión del conocimiento.

Son diversos los ejemplos de lo mencionado a lo largo de la historia. De hecho, el mayor desafío de la historia y sus intérpretes, los historiadores, es prevenirlo. Pero los hay quienes emprenden contra este principio, intentando obtener réditos personales o de algún colectivo, torciendo el objeto de estudio, colocándole binoculares mal enfocados a quienes los pretenden utilizar para encontrar algo de luz.

En la historia reciente y la actualidad, lejos de saldarse lo anterior, nos invade en tempestades que llegan a nuestra tierra como un virus que intenta esparcirse por el campo y las ciudades.

Los ejemplos son universales.

En el viejo continente, tenemos en algunas ciudades a sus habitantes fascinados con las conquistas de nuevos territorios por parte de los lobos de campo, que desatan conflictos con los ganaderos por motivos obvios. Es que claro, son animales milenarios con gran carácter y prestigio, salvo que los tengas en el fondo de tu casa comiéndose tu fuente de ingreso y propiedad.
Pero, ¿por qué viajar tan lejos? En nuestro país, hoy día, hay quienes tergiversan y retuercen nuestros hilos históricos, exprimiéndoles hasta la última gota de realidad.

Tal es el caso de quienes enseñan a escolares y liceales que los Tupamaros lucharon contra la dictadura, defendiendo las instituciones y la democracia de nuestro país, cuando bien sabemos que lo único que atacaron fue la soberanía del pueblo, la convivencia y las instituciones.

“Revolucionarios” se los suele llamar, a aquellos delincuentes que pretendieron tomar el poder eligiendo el camino de las armas, ese que pretendió ser corto y sangriento, logrando solo lo segundo. La historia reconocería universalmente su error años más tarde, con el pesado fundamento de aquellos ciudadanos libres a los que les quitaron sus bienes y hasta la vida misma en el camino.

Con la premisa de “cuanto más antiguo, más tergiversable” existe hace algún tiempo en nuestro territorio, algunos compatriotas que acusan al Gral. Fructuoso Rivera de genocida y traidor.

Hombres y mujeres que de orientales tienen poco y de uruguayos aún menos. Desconocen lo honorable de aquel hombre, confabulando en su contra para pescar votos en alguna pecera empetrolada.

Una publicación de “El Espíritu Nuevo” en 1878 menciona a los Charrúas, describiéndolos de la siguiente forma: “(…) los Charrúas, indios salvajes, los más indómitos y avezados a la rapiña y violencia que pudieron existir. (…) no entraba en sus hábitos la vida doméstica, ni les satisfacían las cuereadas que se les toleraban de ganados orejanos alzados. Hubieron de volver a su vida errante; y acechando desde los montes, salían en tropel, llevando la devastación y muerte a los establecimientos que recién se plantaban.”

A aquellos que atacaban y saqueaban pueblos cuando no ciudades, violaban y secuestraban mujeres, incendiaban pueblos y tantas otras barbaridades, a ellos defienden hoy en el 2021.

Lo más triste es que se ataca al hombre más noble de todos, al padrino de nuestra patria. Quien no hizo más que entregar su vida al amanecer de nuestra República, contra toda tormenta.

Conversando hace unos días con una amiga, exitosa emprendedora del sector tecnológico, me pregunta: ¿y para qué sirve la historia? ¿Por qué lees tanto libro?

“Amiga, no vaya a ser que mañana ocurran cosas terribles y las cuenten como buenas. Que quienes defendamos a la gente o causas nobles seamos los traidores y quienes traicionen valores y compatriotas sean héroes.”

Ayer vino a buscar un libro a casa.

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