Por el Dr. Nelson Jorge Mosco Castellano
Andrés Malamud investigador en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, realizó el estudio “¿Por qué estalla Latinoamérica” (Foreing Affairs Latinoamérica, Vol. 20: Núm. 2, p.p. 2-8). Sus conclusiones son: “La desigualdad social se redujo durante la primera década del siglo XXI en casi todos los países latinoamericanos, incluyendo a Bolivia y Chile. La pobreza también retrocedió en parte porque la economía de estos países está entre las que más crecieron. La desindustrialización tampoco fue una tragedia. Aunque es cierto que países como Brasil vivieron un proceso de reprimarización productiva y exportadora, ello ocurrió con términos de intercambio récord, es decir, con una relación beneficiosa entre el precio de las exportaciones y el de las importaciones. La volatilidad económica, por definición, depende de los mercados internacionales y no de los actores nacionales, pero los tiempos económicos actuales no son malos. Aunque el auge de las materias primas ya pasó, su precio sigue arriba del promedio histórico. Las tasas, por su parte, se mantienen históricamente bajas. Menos desigualdad, menos pobreza, desindustrialización amortiguada y un contexto internacional neutro. ¿Y si el descontento social no fuera resultado del fracaso económico? En 1968, Samuel P. Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, argumentó que el cambio social produce inestabilidad política, no orden, y mucho menos democracia. En 1972, el politólogo argentino Guillermo O’Donnell mostró que en Sudamérica los países más modernos generaban regímenes más autoritarios y represivos que otras regiones del subcontinente. El corolario es que el cambio desestabiliza más que el atraso. El progreso económico y social produce con frecuencia inestabilidad política y muchas veces recaídas autoritarias, porque el desarrollo alimenta las expectativas más deprisa que la capacidad de satisfacerlas. Quien siempre fue pobre suele resignarse a seguir siéndolo, pero el que empezó a salir de pobre siente frustración al estancarse en el camino. La que los economistas denominan “la trampa de los ingresos medios” tomó como presa a la estabilidad democrática. Acá entran los partidos políticos, las instituciones representativas y la cooperación internacional, ya no como problema, sino como solución. Porque si el remedio para el subdesarrollo es económico, el remedio para la inestabilidad es político. La percepción de que “somos iguales pero no nos tratan como iguales” enardece a las multitudes. Esa percepción, la de un poder establecido privilegiado y unas mayorías postergadas, es el combustible que incendia las calles. Los representantes son una casta que solo se representa a sí misma, se diagnostica; que se vayan todos, se receta. La rabia no surge de la desigualdad objetiva, que conduce a la desafección, sino de la percibida, que conduce a la rebelión. Por eso, las revueltas latinoamericanas recientes fueron protagonizadas por las clases medias vulnerables y no por los excluidos. “La desigualdad se manifiesta como un sentimiento de pérdida de dignidad y estatus social”, afirma el economista de la Universidad de Harvard Dani Rodrik. Esto requiere un enfoque diferente, “que se centre en las inseguridades y ansiedades económicas de los grupos en el centro de la distribución del ingreso”. Buena parte de los estallidos contemporáneos se disparó por aumentos en los precios del combustible o del transporte público. Pero las causas siempre son más profundas, y nada lo describe mejor que el lema de los indignados chilenos: “No son 30 pesos, son 30 años”. La clave de las protestas reside en la insensibilidad de las élites y el hartazgo de las masas, que se acumula con los años y detona de repente. Para enfrentar la inestabilidad política derivada del crecimiento económico, la experiencia comparada ofrece dos herramientas: los pactos políticos y los pactos redistributivos. Los sucesos recientes de Bolivia y Chile sugieren que uno no alcanza. En Bolivia, después de 30 años de democracia pactada sin redistribución, llegó Morales y aplicó la receta inversa: redistribución sin pactos. En Chile, en cambio, las élites pactaron la política pero sin redistribución de estatus, no solo de riqueza. Por eso el coeficiente de Gini no anticipó el estallido: las sociedades de hoy explotan por el medio. Si este razonamiento es correcto, la estabilidad democrática requiere un umbral mínimo de redistribución económica por abajo, acceso social en el medio y pactos políticos por arriba. Partidos e instituciones necesitan adaptarse a estos objetivos, y la cooperación internacional tendrá que apoyar la innovación autóctona antes que la complicidad internacional entre las clases dirigentes. Para que la democracia sobreviva en la era de la rabia hará falta calma, paciencia y muchas concesiones. Ya era hora.”
Según Marx, “Sólo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital.” Su teoría, generó en el campo político una casta que a partir de esas ideas se auto-atribuyó la capacidad de crear un mundo ideal, una sociedad de solo dos castas: igualitarios explotados y eternizados explotadores. Esa multi-fracasada ideología, le otorga un valor moral a la inmoralidad: robarle a quien produce todo o parte de su esfuerzo, incluso las posibilidades de subsistir. La auto-asignada superioridad moral por ocuparse de “redistribuir”, justifica la rapiña por la casta dirigente, robarle al que produce imponiéndole violentamente una carga fiscal. Así, asegura al “redistribuidor” político o dirigente sindical, apropiarse amparado por el Estado, de una cuota del esfuerzo del trabajador y del emprendedor, para su cómoda subsistencia. ¿Quién limita la voracidad del “redistribuidor”, o lo expulsa cuando aplica recetas fallidas y abusa del poder? ¿Cómo se evita que adecue el relato al oyente, utilice slogans para sostener su casta privilegiada eternizada en el poder? ¿Quién denuncia que se adjudique salarios muy superiores al de los trabajadores que prometía defender? ¿Cómo se evita que colusione para mantener o aumentar sus privilegios?
Es evidente que hoy la burocracia de los Estados es la mayor de la historia. Las cifras de impuestos, gastos y deuda de los Estados son públicas, y comprueban el tamaño enorme de la burocracia política, aún en países permanentemente “en vías de desarrollo”. La caída del comunismo, en los países devastados por esa pandemia, desató una ola de apertura no solo política sino también económica, que facilitó que cientos de millones de personas dejaran atrás la pobreza extrema, que ha disminuido la desigualdad en el mundo. Paradójicamente, desde la misma izquierda totalitaria urgen a elevar y profundizar la planificación política, y a pensar en mayores límites al mercado, pero eluden el tema de los límites del poder político absoluto responsable de tantos holocaustos. Tantos “redistribuidores” de lo ajeno, solventados a costa de la sociedad, han construido tamaños desastres económicos y sociales, insatisfechos con cargar de impuestos, avanzan con inflación, intervención de precios, y desabastecimiento. Quieren abaratar el plus de carga económica que los “redistribuidores” le imponen a los precios, pero la suya siempre está asegurada. Pretenden que impuestos exorbitantes no se trasladen a los precios; los asuma quien fabrica los productos y los pone al alcance del consumidor al precio razonable para poder venderlos. Acorralados, plantean bajar transitoriamente algún impuesto, que se trasladará a futuro, ya que no bajan el gasto público que lo tenía previsto. Ejemplos paradigmáticos el siglo XXI nos los ofrece de norte a sur y de este a oeste. Nuestros hermanos argentinos hace 80 años soportan el ejercicio de hacer crecer la inflación, frenarla un ratito, y volver a expandirla sin solución de continuidad. Hoy ostentan el triste record de una inflación anualizada, sin cepos ni controles de precios del 130%, llegando al 52% de pobres en un país rico. EEUU, luego de 40 años, perdió la virginidad, con casi 8% de inflación, resultado del brutal déficit endémico y un dueto que juntos son dinamita. El corporativista y mercantilista Trump, y el redistribuidor de billones de humo Biden. Los técnicos de la FED, sorprendidos, buscan la causa de la depreciación del dólar hasta en el Uruguay. Ensayo una respuesta: la pérdida de reserva de valor de su moneda.
Y por casa, como andamos…desde Astori a Arbeleche, tratando de domeñar, con exitoso fracaso, el gasto exorbitante del sistema político. Planificando un rango meta escrupulosamente superado año tras año, que sistemáticamente prometen hacer coincidir. ¿No será que los “redistribuidores” están fracasando aplicando recetas socialistas de diestra a siniestra? ¿En realidad es para ayudar al trabajador y corregir la exclusión social que hacen crecer la intervención política? ¿No será imprescindible que los individuos sean más libres de la carga política sobre los precios y la generación de empleo? ¿No será que un sector medio, que vio a sus padres tener algunas oportunidades que hoy desaparecen, tiene la incertidumbre, un trabajo precario, y un salario cada vez más depreciado por la carga de impuestos y la inflación? ¿No será que necesitamos menos “redistribuidores” de lo ajeno, menos carga sobre los que producen los recursos, trabajan, tratan de ahorrar e invertir parar dar trabajo, y mejorar la capacidad adquisitiva del salario? ¿No será necesario ajustar primero el cinturón político pensando en quienes los votan para construir sociedades con más oportunidades? ¿Será que el sistema político ajusta su abundante salario por inflación y no siente la misma presión? ¿Cómo van a exigir ajustar a otros abusadores si su ingreso público es impúdico para la realidad de tanta gente?
El que soporta la decisión de izquierdas, centros, y derechas cuando se trata de fijar, aumentar o mejorar privilegios, está harto de los impuestos, cada vez que puede, vota en contra o anulado. Un estruendoso silencio reclama a quienes manejan el poder, gobierno y oposición, un mensaje realista de austeridad y de prioridades. En Chile eliminan al Senado. El mensaje de tantas personas que bancan a los “gerente de la pobreza” es que eviten cargar sobre los sostienen el nivel de vida de cada individuo productivo; se minimice la incertidumbre laboral y liberen a los precios de los costos políticos. Los “redistribuidores y controladores” cuestan una fortuna en recursos, mal gasto público, despilfarro y corrupción. Desde que el homo faber pensó, creó y trabajó para mejorar su pobre condición, con humildad y con tesón, las sociedades han ido mejorando su condición económica, social y política; tratando de sacarse de encima infames costos impuestos por el abusivo recaudador. En Uruguay, algunos estamos hartos de la impunidad. El único obligado a renunciar, procesado (sin prisión) ha sido el ex vicepresidente, mientras en 15 años el FA dilapidó millones de recursos en clientelismo burocrático, velitas al socialismo que apagó la realidad, emprendimientos truncos y quebrados que pagaremos con desempleo, subempleo, precios inflacionados y deuda eterna. Una justicia que marcha a ritmo de tortuga embarazada, mantiene encajonadas auditorías que prueban responsabilidad política, penal, ética y moral. Otros, sienten que los mismos atornillados al poder siguen prendidos a la teta del sueldo público cumpliendo con exceso la edad provecta, y conservan en formol viejas recetas antiinflacionarias, y promesas de un Uruguay superador del estancamiento, que ha lastrado ilusiones de justicia social. Los errores que conducen a que estallen revueltas, o derrotas electorales se dan cuando el oficialismo incapaz de ajustarse, opta por “ajustar” a la clase media, porque son, todavía, la base electoral de cualquier gobierno. Hay un ‘voto económico’, está estudiado: si la economía anda bien, si hay crecimiento, empleo y baja inflación, los gobiernos ganan elecciones; si la economía anda mal, los gobiernos pierden. Proteger a los sectores “populares”, y no así a la clase media porque todavía puede pagar, mientras el sistema político mantiene privilegios, es suicida.
LATINOAMERICA ESTALLA por un combo de inútiles atornillados al sillón que repiten una y otra vez fracasadas recetas de ajustar a otros; y una izquierda marxista que construyó un relato falso, disolvente de la sociedad, para un viejo fracaso que reitera detrás de nuevas máscaras. La política, algunos desde el gobierno y y otros en la oposición, no se miran el ombligo; busca culpables de los reclamos afuera. Sus esfuerzos populistas no dejan conformes a quienes pierden pie todos los días.