(vos me entendes)
No se asuste doña. No es una arenga a votar a intendente alguna. Me estoy refiriendo a lo caro que cuesta vivir en Uruguay. Y no puedo obviar el video famoso del «gordito Premio Doña Coca» que compra en Gualeguaychú y se pone nervioso ante las cámaras y no se le ocurre mejor idea que decir que lo hacía por su fe frenteamplista y para perjudicar a Lacalle Pou. No merece mayores comentarios y solo la recomendación de no ingresar en fiambrerías porque si lo ven ahi dentro lo cuelgan en un gancho. (vos me entendés)
En fin. Hay de todo en la viña del Señor.
Pero es verdad que somos caros. Ya éramos caros y es cierto que en estos tiempos que corren se nota más.
No soy economista. Por tanto, aviso que mi análisis se apoya en el sentido común y poco más. También he escuchado a un par de profesionales que han hablado sobre el tema y me han desayunado de muchas realidades que nos llevan a ser un país caro.
En lo coyuntural el tipo de cambio nos empuja a ser un poco más caros que el resto de los países. Con el dólar bajo frente a una moneda de referencia internacional como el dólar la economía doméstica toda se encarece. Pero esa es una explicación de intensidad actual del problema. Pero no explica lo estructural.
Nuestra moneda está muy fuerte frente al dólar y frente a otras monedas de la región y eso también es buena noticia.
No es nuevo, pero hoy se ve muy claro: Nuestros salarios: promedio, mínimos y retribuciones de toda especie encabeza cuanto ranking latinoamericano se publica. No es para tirar manteca al techo ni me refiero al costo de vida. Pero en términos de salarios la realidad es esa y la mala noticia es que esa realidad encarece cualquier esquema de costos para las empresas del país. La presión sindical encarece, pero también en alguna medida mejora condiciones de muchos laburantes. Lástima los excesos.
Nuestro mercado además es considerablemente pequeño por causas demográficas y esa realidad de escala también incide en bajo interés por amplia y abierta competencia en los distintos sectores. Cuanto menos competencia existe, menor presión a la baja de precios se supone habrá en un mercado así. Y este fenómeno se agudiza en la importación de insumos importantes para la cadena productiva del país. Pocos importadores y en algunos casos monopolios de hecho que derivan en que los precios son fijados sin lógica de competencia y por tanto al alza. Eso también encarece al país.
No hablemos de las altas regulaciones que dificultan esas importaciones y que justifican esos monopolios. Por tanto, seguimos sumando factores que inciden y explican lo caro que somos.
Ni siquiera hemos podido concretar el sueño del propio Presidente de la República de liberalizar el mercado de combustibles. Y es porque muchos economistas (no solo Partidos políticos) han considerado que un solo refinador (Ancap) si mejora su eficiencia y con el esquema actual de «precio guía» o PPI puede -tal vez- ser la solución ideal en el esquema actual. Algunos afirman que si hubiera más empresas que importen y hasta refinen van a recibir importaciones de combustible de menos entidad y por tanto a cada una de ellas se les encarecería el costo total a la hora de volcar el producto al consumidor final. Por tanto, mucha magia tampoco se podría hacer en ese sector para bajar los costos y hoy por hoy ya estaríamos muy cercanos a la solución ideal.
En conclusión. Somos caros por buenas y malas razones. Básicamente por nuestra pequeñez y por nuestras razones de economía de escala. No vivimos en Narnia y nos damos cuenta que hay otras razones que pesan y mucho. Tenemos una cultura de Estado y una realidad de burocracia demasiado pesada si consideramos el PBI y lo gravoso que se le vuelve a cualquier emprendedor privado mantener los costos fijos que provienen de regulaciones impositivas, estatales, laborales y otras cargas. La contracara de la moneda es que el Estado cubre prestaciones que en tiempos de crisis como la pandemia nos ofreció un paraguas protector que coadyuvó a sortear la misma en mejores condiciones que otros países. Pero en líneas generales todos sabemos que pagamos impuestos nórdicos para solventar servicios de un tercer mundo ineficiente.
Somos caros para bien y para mal. Si algún Premio Doña Coca quiere gastar en el exterior para castigar a nuestro gobierno tengo malas noticias para ellos. Se está castigando a sí mismo. Al gobierno ni le viene ni le va. Mientras permite que el gordo Doña Coca compre en un super en Gualeguaychú también habilita que vengan miles y miles de ricachones argentinos a traer sus divisas al país y hasta emprender negocios acá. ¡Ya está todo inventado pibe!
Somos caros y seguiremos siendo. Hay que aceptarlo sin dejar de hacer los deberes para mejorar el gasto público, bajar los costos que se puedan bajar, dinamitar el gasto superfluo, achicar el Estado sin que vaya en desmedro de su eficacia para cumplir con sus funciones más importantes. Demandará generaciones hacerlo, pero hay que emprenderlo. No vale acogotar al que emprende y anestesiar al que siempre te dice que no puede o no quiere laburar. Ya vimos que eso no sirve. No rinde, no educa y es muy costoso. Igual no me molesta dar algún empujón al que la vida no le sonrió. En fin amigos. Nada que envidiarles a los argentinos. Son nuestros hermanos, pero por suerte vivimos en casas separadas. Orgullo de ser uruguayo debemos tener.
Somos CAROS pero buenos. Con tu voto el año que viene: Por favor
No nos conviertas en CARISIMOS y no tan buenos.
(vos me entendés)
jrpuppo