No sé si lo sabías, pero lo más probable es que seas un facho. Eso es lo que queda claro y se extrae del pensamiento actual según dictámenes del “intelectual colectivo”, de acuerdo a como lo definió en sus textos Gramsci. Su figura no puede reducirse a una persona, ni siquiera a un grupo de personas. El intelectual colectivo es un fenómeno que abarca a todos los individuos en su contexto. Para Gramsci, todos somos intelectuales en nuestra área de influencia. El trabajador en su lugar de trabajo le baja línea del Partido a sus compañeros o en el sindicato, los padres lo hacen en su hogar con sus hijos, el artista pinta las ideas comprometidas con el proyecto político y el músico las canta a su público. Todos ellos juntos forman un solo concepto, un solo intelectual colectivo, un ente poderoso que lo define todo; entre muchas cosas define quién es bueno y quién no lo es. Y tú, estimado lector, probablemente no eres de los buenos, probablemente seas un facho.
Hace pocos días en el diario El Observador salía impresa una nota con las declaraciones del Senador Gandini reconociendo que se ganó el gobierno, pero “no se tiene el poder real”. ¡Qué suerte que se dio por enterado! Le llevó tan solo unas pocas décadas, pero aquí está, haciendo el análisis correcto (al fin). Una pena que la situación vaya a quedar únicamente en el análisis, puesto que las acciones posteriores son todas orientadas a obsesionarse por el poder político, mientras se desprecia por completo el poder real, tal vez porque las mieles de la política son mucho más ventajosas económicamente que el barro de la lucha cultural.
Volviendo a ti, estimado lector, ese “poder real” del que habla Gandini es el que te señala con su dedo todopoderoso y te rotula como “facho”. Y no importa si es verdad, el valor de la realidad es absolutamente relativo, aquello del apego a los hechos es una “comodidad burguesa” que el intelectual colectivo desprecia. Tú eres simplemente un obstáculo para el avance, según lo planificado, de la coordinación para reemplazar el orden de occidente por uno nuevo creado por un conjunto de iluminados. Tus valores, tu apego a la familia, tu fe, tus convicciones, tu respeto a las autoridades; son un problema. Vale decir, son fascistas. Y lo son porque el intelectual colectivo lo dice, en consecuencia no hay nada que discutir, solo los fachos cuestionan al intelectual colectivo.
Es así que son todos fachos… menos yo, por supuesto. Lo puedes notar porque desde el inicio de la nota te estoy acusando de ser probablemente un facho. Y es ley, el que acusa a los demás de facho, no puede ser un facho. Es más, soy la reserva moral del universo, soy el punto más alto de la evolución moral humana, soy el monopolio total de la sensibilidad social, soy el que no come carne para cuidar a los animalitos, soy feministo no binario. Hablo con la “e” porque soy inclusivo. Todos, absolutamente todos son fachos… menos yo.
¿Cómo la ves? Difícil razonar con gente así, ¿verdad?. Estimado lector, es momento de preguntarse si la política “por la positiva” con esta gente nos va a llevar a algún lado. Porque hasta ahora, nos vienen ganando. Hasta ahora avanzan ellos con su agenda en nuestro gobierno, mientras los votantes de la coalición republicana retrocedemos. Faltan auditorías, sobran prisioneros políticos. Faltan políticas para la familia, sobran talleres de “infancias trans” y “visibilidad lésbica”. Lo que nos falta a nosotros, Astesiano lo tenía de sobra.
Si no pegamos un volantazo, delineamos mejor la estrategia, nos dejamos de mimitos y bebitos fiu fiu, y nos ponemos a gobernar duro y en serio, volverá el intelectual colectivo al poder. Y si eso sucede, estimado lector, por tus valores y por tu fe, es probable que te señalen como facho… y a mí también. Seremos todos fachos, menos ellos. Y el facho no se merece nada, el facho es menos que un ser humano. Su libertad es condicional, su derecho a la vida es relativo, su libertad de expresión es un delito.
De esto no nos salvamos mostrando los abdominales, ni mordiendo un choripán ante las cámaras, ni dominando las bravías olas de las playas de Rocha. De esto nos salvamos con tolerancia doble cero y mano de hierro. Cierren la boca, abandonen las excusas, y entreguen resultados. Háganlo de una buena vez.
El fascista tiene La Razón. Sí o sí. No necesita demostrarlo con argumentos. No acepta opiniones diferentes. Se siente ofendido, atacado, amenazado, victimizado por quien no piensa igual. Cree que hay que censurarlo. Y puede valerse de cualquier procedimiento para exterminar las opiniones diferentes. Para el fascista, todo lo diferente a su percepción es una amenaza. Se siente una potencial víctima y debe exterminar esa amenaza, valiéndose de cualquier método. Y lo peor, íntimamente está orgulloso de sí mismo, de sus valores, de su moral superior. El fascista es “moralmente superior”. ¿Te suena a todo lo anterior? ¿No nos topamos hoy en día con gente “moralmente superior”? Casualmente esa idea de superioridad moral es la que les habilita a llamar “¡fascistas!” a los que no coincidan con ellos. Cierra el círculo.