Por: Escribano Sebastián Rodríguez Merlo
Atlántida y Roma. Los pinos, esa resina… ese pavimento mojado y con dejo a estufa en junio…la depresión de hogar con el mínimo de luz, sociedades de otras eras, pueblo avejentado. Eso es la Petit Verdot. Melancolía de junio en este hemisferio, melancolía de diciembre en el otro. Entra el invierno, la olla, las sábanas y frazadas y el disfrute de una media horitas más en la cama…amanecemos con esa rapidez de salir para reiniciar el ciclo vital activo, la caldera, el amargo, el pasto mojado y esperar el bondi.
Variedad de uva pequeña y de maduración tardía (si la cortás antes de tiempo queda verde=verdot), se dice que es la última, como esa espera interminable a que termine el invierno, pero mientras tanto, una comida de olla, bien cargada: chorizos, porotos, cebolla, zanahoria, papa y…..la hojita de laurel. Ahí aparece esta “unidad” bien constituida, porque no hay más simbiosis entre una olla y la petit verdot, las melancolías, la sobriedad afuera, el calor adentro, la familia en cubículo de 4×4.
Es una amiga invitada sólo para aparecer tenuemente en mezclas bordolesas, y en América la quieren consagrar como variedad de por sí, ha estado siempre cerca de comidas cargadas, por su potencia y robustez, te deja esa sensación de agreste, salvaje, como ese bosque de pinos: llene sus pulmones Señora¡¡¡ que bien huele ese bosque¡¡¡, la Petit Verdot, “the best of….winter”.
Totalmente de acuerdo
Lo viví a través de tu «racconto».
Muy bueno!!!