VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS…

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Por el Dr.  Nelson Jorge Mosco Castellano

A dos años de las próximas elecciones tenemos la convicción de que se repetirán las mismas indecisiones y los mismos planteos de los ciudadanos, y crecerán aún más, las dudas sobre la efectividad, la seriedad y hasta la utilidad del sistema democrático, o para ser más abarcativos, del sistema político. 

La conclusión de que se está en manos de una oligarquía, una burocracia que sólo cambia cada tanto de director, pero que se comporta siempre con la fatal arrogancia de quienes se sienten capacitados para elegir mejor que los propios interesados las decisiones que debe tomar cada uno en aspectos tales como su bienestar, su ahorro, el manejo de su dinero, su trabajo y hasta su felicidad; y también se sienten dueños de la recaudación, de los empleos estatales, de la obra pública, de los subsidios, de los sistemas jubilatorios. 

A eso se le llama la casta, Big Brother, la mafia política; o “La Nueva Clase”, como sostuviera Milovan Djilas hace siete décadas. En ese libro define las condiciones para caer en el comunismo: «Para los comunistas, la fuerza y la violencia se elevan a la categoría de un culto y un fin esencial. La razón de que la guerra fuese necesaria para la revolución comunista, o para la caída de la maquinaria del Estado, debe buscarse en la inmadurez de la economía y la sociedad. Cuando se produce el derrumbe de un sistema, y sobre todo en una guerra que ha sido desafortunada para los círculos gobernantes y el sistema estatal existentes, un grupo pequeño, pero bien organizado y disciplinado, es inevitablemente capaz de tomar la autoridad en sus manos».

La diferencia fundamental entre las revoluciones comunista y burguesa estriba en que la primera crea forzosamente una «nueva clase», despótica, inteligente, que disfruta de todos los bienes colectivizados y con un poder tan intenso y total como nunca tuvo nadie en la historia. Lo que hasta ahora se llamaba «aparato del Partido y del Estado» es en realidad un complejo social estructurado en una «nueva clase». Esta nueva clase tiene su origen en la «burocracia gubernamental» o «burocracia política comunista»; y se caracteriza, porque ella y sólo ella «usa, disfruta y dispone de la propiedad nacionalizada».

La nueva clase, después de haber realizado su cometido fundamental -la industrialización- «no puede hacer ahora otra cosa que aumentar su fuerza bruta y el saqueo del pueblo». Es difícil comprender que un partido político victorioso haya creado una clase. Sin embargo, en los países de régimen comunista la nueva clase apareció tras el triunfo de la revolución y se ha consolidado progresivamente hasta llegar a constituir un grupo de monopolistas o administradores privilegiados”.

Un caso práctico y lamentable de decadencia y descreimiento político que impulsa hacia esta “nueva clase”, está tan cerca. Argentina, aquel país al que Artigas soñó nos integráramos en una federación de naciones libres, en donde nadie fuera más que nadie, y a los intereses del gobernante se sobrepusiera siempre el interés general, está sucumbiendo a mafias violentas que coparon el Estado, destrozan su tejido social, y corroen las entrañas mismas de la República, exponiendo vesánicamente a la opción totalitaria. Únicamente quedan retazos de aquel país que despuntó como primer mundo, y produjo hombres de la talla de Alberdi, de Borges, de Favaloro.

Al sepelio de una Nación otrora admirable, acude el ex presidente argentino Mauricio Macri relatando las reformas omitidas, en su segundo libro, “Para qué”. Después de una gestión que insufló de positividad angelical, Macri se desinfló como un enorme globo. Allanó el camino para el regreso “mejor”, del peor populismo; sobresaliente en maldad, corrupción, avasallar las Instituciones, depredación de la moneda, aumento demencial del gasto público, la inflación, la pobreza y la indigencia. Una anomia que ha recogido las peores notas de incapacidad, inutilidad y sevicia del poder, ensañado sobre nuestra hermana república.

Sin moneda, oculta en una brutal devaluación, con 11 valores del encepado dólar, la rotación promiscua de ministros mendicantes al FMI que había inaugurado, precisamente, Macri. Fue el mismo Fondo Monetario el que, cuando Macri perdió el rumbo, se prestó a patear para adelante la deuda, otorgar wavers, perdonar uno tras otro los informes técnicos de un país en bancarrota y su prontuario histórico de gobernanza fallida. Aquella organización internacional, oligárquica, burocrática, que reparte millones ajenos, admoniza sobre la incapacidad ajena para administrar que oculta su propia inepcia soberbia que respalda desastres, cuesta abajo.

El ex presidente dice en su nuevo libro que la próxima gestión gubernativa deberá recortar el gasto público apenas llegue al poder. Cabe preguntarle cómo podrá hacer eso en este estado de abulia laboral, con siete millones de “planeros” asistidos por mendrugos que se les quitan al que todavía trabaja o aportó para jubilarse dignamente.

¿Con qué lo hará? Si en su primera gestión “gradualista” no se animó por temor a la mafia sindical, empresarial, y judicial, estando en situación infinitamente mejor a la actual. Aconsejado por su terapeuta, intenta superar sus depresiones, adjudicando su responsabilidad a “la debilidad del pueblo de aceptar las reformas”.

Sin embargo, en el 2017 su partido gobernaba la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y toda la provincia homónima, pero exhibió su debilidad transando con personajes “non santos”, en lugar de cumplir el papel transformador que prometió. No quiso exhibir claramente el estado desolador en que recibió aquel gobierno para impulsar la reforma profunda de las estructuras institucionales mafiosas, inoperantes, que se apropiaban del dinero del trabajador. Generó una ilusión utópica que no compraron los inversores conociendo el prontuario de presiones corporativas. Su bailecito ridículo no resistió los embates del anarquismo. En lugar de comandar el rumbo de la nave, sembró vientos que trajeron estas tempestades.

Conocía que el kirchnerismo, consecuente con su jefa, haría todo tipo de chantajes gambeteando en el barro del vale todo. El mundo Disney de Macri se transformó en pesadilla para millones de argentinos. A él, apenas lo salpicó. Su falta de agallas en el momento álgido de Argentina, procrastinó abrirse al mundo, la reforma laboral, tributaria, fiscal, y previsional. Además, privatizaciones de empresas públicas que hicieron humo millones de dólares de la producción, que, ahora que no es hora para nada, dice que deberán pasar a ser gestionadas por el sector privado “sin excepciones” o, “deberán ser eliminadas”. Descubrió, que el gasto público se ha convertido en un freno al sector privado; que es “…el único capaz de generar empleo y crecimiento genuinos”.

La interrogante que deja el libro es: ¿quién es Macri? Un redomado embaucador que comenta como si nunca hubiera gobernado lo que debió hacer y no hizo. “¿Para qué” se le da al gobernante el mando? ¿Confunde su rol en Boca esperando un gol en el segundo que gane el partido? El ingeniero Macri quiso pasar a la historia como un faraón, y pasará como un inútil. Ahora, debe convencer hasta a su propia interna de no jugar más al “gradualismo”. Macri puede volver a intentarlo desde su cómoda posición de augur millonario. Millones de argentinos que quedaron tirados porque no hizo las reformas urgentes que prometió ya no le creen, porque después de su gobierno “trabajan” de piqueteros para los “gerentes del pobrismo”.

Promediando el gobierno de la Coalición “multicolor, o republicana” de este lado del Plata, corresponde evaluar el cumplimiento de las promesas y medir resultados. La “coalición” es, como dice el tango, una “mezcla rara de Musetta y de Mimí: con caricias de Rodolfo y de Schaunard…”. Sectores electorales que no acordaron herramientas básicas deliberan sobre el “estado de bienestar”. En lugar de cumplir el rol parlamentario de recortar gastos a la corona, debaten sobre cómo esquivar recortes presupuestales. Un conciliábulo que frena los cambios comprometidos con la excusa perfecta, postergarlos por razones de interés general.  Ese destino conservador tan tradicional, enancado en el desastre frentista.

Un primer tiempo de populismo de “buenos modales”, berreta, dilapidador, corrupto en corregir el gasto insoportable, tanto por incapaz como por venal. No aparece en el balance la urgencia de reducir el gasto público, eliminar reglamentaciones que imposibilitan crear trabajo, terminar con privilegios públicos que funden al resto del país, dejar de transar con intereses oscuros que exigen mantener incambiada la trágica situación que se heredó. Un silencio atronador, ocupa al parlamento en asuntos que no interesan a la gente.

Quizás sus elevados sueldos los alejen de la imperatividad de tales cambios y nos coloca a lo Macri, al borde de un gobierno claudicante. Gobernar es una tarea que exige “pisar callos”. No hacerlo, impide alcanzar las metas para hacerle más fácil la vida al votante. Solo algunos elegidos consiguen marcar, contra viento y marea, el camino correcto para cambiar el destino miserable, contra intenciones conservadoras cerriles, e intereses corruptos de aquí y de afuera.

Hacer lo posible no es suficiente. Si se deja un país estancado, apto para que la oposición capture desencantados, volverá una secta religiosamente delictiva, que asume que la plata es de ellos, que el poder es para apropiársela, que endeudar a varias generaciones, paralizar la actividad productiva, rechazar inversores coimeros, o que se nieguen a ser coimeados, es gobernar bien. Si en el poco tiempo restante no se hacen las reformas estructurales, nada convencerá al votante de esperar al segundo tiempo. Si el resultado no se siente en el bolsillo, hoy acuciado por la alta inflación; si no aparecen oportunidades de trabajo, o se sigue obligando a la informalidad, esa magra diferencia electoral pasará rápidamente, como ya ha ocurrido, a manos de los sátrapas.

Prometerán “redistribuir mejor” para que los postergados por este gobierno “tengan lo que se merecen”. Ya sabemos lo que “se merecen”: una olla popular “compañera”, que puede estar vacía…porque se afanaron el contenido. Pero esta vez, el viento de cola no soplará para empujar las velas del despilfarro y la corrupción, como con la “redistribución” de Astori, que además de inventar impuestos a los salarios y las pasividades, nos enterró en 5 puntos del producto.

Como decía Churchill, el socialismo se agota cuando se agota el dinero…y ya casi no queda. Con la inflación rampante será desesperante renovar más “velitas al socialismo”, compartir con Odebrecht obras inconclusas, hacer negocios con Maduro. Vienen años de vacas flacas. Los totalitarios no asumen la responsabilidad de aumentar la producción, ni reconocen errores; avanzan sobre la libertad individual para aventar protestas por hambre. Más de 100 años de marxismo aplicado, y ni los peores de la clase han admitido el resultado nefasto de sus acciones de terror, sojuzgando a quienes creyeron primero en la utopía; y luego, cayeron como fruta madura en la tiranía.

Se ha incumplido la promesa de que cada peso del trabajador o del jubilado sería cuidado. La falta de empleo o de oportunidad para pequeños emprendimientos aumenta el problema de la deteriorada seguridad pública, y pega directamente contra la seguridad social por la falta de cotizantes. Persiste la política de mejorar técnicamente el asistencialismo, recortando la corrupción “compañera”, pero, como ahora dice Macri, la mejor política de desarrollo social es bajar el gasto público, liberar recursos, permitir oportunidades de trabajo formal.

La obra pública es cara por ineficiencia y aborda emprendimientos que no tienen la urgencia de atender las prioridades del alto costo país. Es falso que genere empleo genuino, los recursos tributarios que ocupan quitan oportunidades más eficientes de trabajo privado. El gobierno tiene que dejar esas inversiones a privados, sin acrecer el endeudamiento, aunque se opongan los sindicalistas. El exorbitante monto de las prestaciones a activos, prebendas impertinentes como subvencionar a quienes atentaron contra las Instituciones, castiga a los pasivos genuinos.

Al no concretarse realmente cambios de rumbo, la presión violenta sindical distorsiona al estudiante, al trabajador y aumenta el desaliento generalizado. La confusión de que todos son iguales; y, entre los iguales, los marginados sienten que es mejor estar con los que saquean a otros, mientras les den migajas. La consabida frase “no somos lo mismo”, esconde detrás del fanatismo partidario, que el equipo está jugando muy mal, y ni los dirigentes ni los jugadores merecen lo que ganan: “son todos unos perros”.

Frase que pierde valor cuando quienes la pronuncian son quienes gobiernan, porque parecen una reedición de la novela “Rebelión en la granja”, donde los cerdos que toman el poder se comportan igual que los humanos derrotados y hasta bailan en dos patas en fiestas orgiásticas. Este hartazgo es rebatido desde la nube política con otras frases hechas: “hay que elegir al menos peor”, “no volvamos al trágico que se vayan todos, porque eso termina en un presidente “compañero”.

“Hay que ser responsables y asegurar la gobernabilidad y la institucionalidad” y otras admoniciones por el estilo que se dicen porque es fácil decir cualquier cosa ante una población que ha dejado de leer, de comprender texto y de aprender rudimentos matemáticos, cegada por la deseducación y por el hinchismo partidista. 

La corrupción por desidia o ineptitud en el sistema político es generalizada y multipartidaria. El clientelismo o amiguismo, el nepotismo que se extiende a amantes multisex es una práctica acordada, que no solamente garantiza la llegada y permanencia eterna de incompetentes al gobierno, sino la creación constante de organismos de todo tipo de dudosa utilidad pública y de nombres ridículos, que se imponen cuando se obtiene el poder, y se negocian cuando el poder se pierde o se está a punto de perder. La profesión de político es, aun en los contados casos de decencia, una salida laboral sin estudios previos ni requisito curricular de ninguna clase, o al menos con requisitos ocultos o demasiado visibles.

Por eso, cuando se escucha que el gasto público no se puede bajar sin aumentar la pobreza, o sin que se incendie el país, se está siendo víctima de una mentira. Nunca se reharán los presupuestos en base cero porque se desmoronaría todo el saqueo, el negocio y el asalto que sufre la sociedad a manos de sus gobernantes. Las tramoyas que esa Nueva Clase, que no se agota en la política sin que tiene varios socios periféricos, ha perpetrado y sigue perpetrando para enriquecerse. 

La plutocracia no significa hoy el gobierno de los ricos. Es el gobierno de los que se hacen ricos. Si no bastase con la cantidad de leyes, normas y cambios constitucionales que han sido aprobados con la anuencia y apoyo de buena parte de los partidos que supuestamente son los defensores del pueblo, los escándalos diarios de nombramiento de inútiles, procesados o condenados, con atributos sólo conocidos por quien los apaña, disimulados por los hinchas de cada partido o cada tendencia, o según la plata que tire sobre la comunicación cada interesado, hacen que en la intimidad cada uno sepa que estas afirmaciones son ciertas. Además de la gravedad de esta situación, tanto en lo político y económico, existe un problema mucho más grave. 

Todo el monumental circo así montado y financiado, asegura que cualquier crítica o idea valiosa de cambio será inmediatamente descalificada por algunos de los beneficiarios de ese entramado, con tono doctoral y siempre defendiendo la institucionalidad, la democracia y otras falsas justificaciones, porque no es cierto que todo este tinglado de corrupción e intereses pueda obedecer ni aún por casualidad a una causa noble o a ninguna otra actitud de grandeza. 

Este panorama es conocido por la sociedad en general, especialmente por un gran sector que no ha caído en las trampas de la propaganda, el acomodo, la ideología, la militancia o la lealtad partidaria como justificativo de todos los delitos o abusos.

¿Habremos votado mal? ¿La llamada “Coalición Republicana” dará pie al regreso de los zombis? ¿Escribirá algunos de los coaligados, como Macri, sus memorias reconociendo el “para qué”, como inventario de lo que no hizo, o ni siquiera intentó hacer?

Parafraseando a Bécquer, sin reformas estructurales profundas, urgentes, e imprescindibles para devolver la confianza, volverán las oscuras golondrinas…en nuestras urnas sus votos a colgar…

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