YO SOLO SÉ QUE… Por Nelson Jorge Mosco Castellano

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Con humildad socrática, Friedrich August von Hayek en “La fatal arrogancia” habla de la humana pretensión omnicomprensiva de reorganizar el orden espontáneo. Esa actividad inorgánica que ha llevado naturalmente al desarrollo económico y social que hoy disfrutamos. El orden que resulta libremente de la acción humana entre las personas, frente al desorden que surge forzadamente al ejecutar un diseño humano sobre las personas. 

Consecuente con su posición, cuando obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1974, por su trabajo en teoría del dinero y las fluctuaciones económicas, y por sus penetrantes análisis de la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales, Hayek expresó: “El premio Nobel en ciencias económicas es algo dudoso en el mejor de los casos. Primero, no es un premio Nobel «real», la Fundación Nobel ni elige ni paga a los ganadores. Técnicamente, es el «Premio del Banco de Suecia a las Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel». Lo eligen los miembros del comité que aplican a propósito los mismos principios usados para determinar los ganadores en medicina, física y química, esperando que el público no advierta mucho su falta de conexión con el difunto Alfred Nobel, un esfuerzo de relaciones públicas para mejorar la mala reputación de los economistas. Sin embargo, lo más importante es que «el premio Nobel confiere a una persona una autoridad que en economía ningún hombre tendría que poseer”.

La evolución de la vida sobre la Tierra, el lenguaje humano, el derecho, la economía de mercado, el sistema de precios y el dinero han sido propuestos como ejemplos clásicos de sistemas que se desarrollan a través de orden espontáneo por el beneficio privado que han construido. En realidad es cualquier comportamiento emergente o autoorganizado por interés propio, tal como la división del trabajo, la autogestión empresarial, el software colaborativo (por ejemplo, Wikipedia), ​ o las redes sociales, que sin ninguna conexión ni acuerdo previo, van estructurando cambios globales.

Algún economista intenta demostrarnos que, mediante el keynesianismo, el monetarismo o la puesta en práctica del pensamiento liberal se consigue el milagro del despegue económico o del desarrollo fulminante y continuado. Hay escuelas y tendencias económicas más acertadas que otras, pero estos aspectos, son demasiado particulares para precisar las razones que explican por qué Singapur crece tres o cuatro veces más que el conjunto de América Latina.

La sociedad libre se organiza de manera espontánea a partir de las decisiones particulares que adoptan los individuos. Aportaciones de su pensamiento, desordenado e intuitivo, que se yerguen relativas a ese orden espontáneo y a las instituciones sociales evolutivas. A través de un proceso espontáneo y libre de prueba y error, generaciones y generaciones de individuos se van dando cuenta, con el transcurso del tiempo, de qué comportamientos son funcionales y cuáles no. Los comportamientos que cumplen una finalidad útil son los que acaban siendo conservados y dan lugar a las instituciones sociales. Surge así la civilización.

Cuando sobre el mundo libre se vuelven a cernir las recurrentes amenazas intervencionistas, proteccionistas, nacionalistas y mercantilistas, Hayek nos plantea reputar como agresiones descivilizadoras todo intento deliberado y racionalista por diseñar la sociedad desde arriba vía mandatos coactivos.

LAS ASIMETRÍAS DE CRECIMIENTO

El orden espontáneo ha permitido que el mundo económico, tecnológico y social, globalmente considerado haya mejorado superlativamente todo lo anteriormente conocido. Lo que no quiere decir que todos los países lo hayan hecho en la misma medida.

Los hay que han tenido un desarrollo económico y tecnológico exponencial, pero tienen una crisis social espeluznante con la penetración de las diferentes adicciones. Los hay que han quedado estancados en el subdesarrollo con un crecimiento casi nulo. Otros, luego de haber despuntado al desarrollo, han retrocedido pese a sus inmensos recursos naturales. Muchos sufren las consecuencias de un gerenciamiento político deficiente por la fatal arrogancia de falsear la realidad, crear una cultura de la dádiva, que demanda recursos privados abusivamente, impidiendo crearlos. Surgen autoritarismos decadentes que se enquistan en el poder, destruyendo el aparato productivo, el crecimiento de recursos, y esclavizando para que perviva la tiranía en el poder.

COINCIDENCIAS EN LAS LIMITACIONES HUMANAS

Hayek, ateo practicante, veía que la religión resultaba muy beneficiosa a la hora de llevar a cabo tanto el cumplimiento de esas normas pautadas que han surgido espontánea y evolutivamente, como de ejercer de contrapeso al peligroso endiosamiento de la razón humana que le concedía injustamente el derecho a mejorar la Creación, o en su caso, la espontaneidad que nos va ordenando.

Enfrentado a los pronósticos maltusianos, tan enrevesados y dañinos como los marxistas, que preanunciaron una hecatombe de hambre y pobreza, para la que diseñaron una ingeniería supra humana por humanos, Hayek resume su pensamiento en una frase: «Solo existen dos posibilidades: ser muchos y ricos o pocos y pobres». Y tenía razón, sin comunismo, hemos llegado a 8.000 millones, que siguen alimentándose, multiplicándose, y tienen mejor calidad de vida.

La Encíclica Caritas in Veritate (2009) de Benedicto XVI volvió a despertar estas discusiones, que más recientemente han vuelto a suscitarse con la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013) del Papa Francisco, menos espiritual.

Juan Pablo II sobre la libre acción humana, señaló: «…si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía» (Centesimus Annus, 1991). Michael Novak publicó en Economic Affairs: «Durante los últimos meses de su vida, Hayek tuvo una larga conversación con el Papa Juan Pablo II, por lo que hay signos de la influencia de Hayek en las secciones 31 y 32 de la encíclica Centesimus Annus».

El Papa Benedicto XVI tuvo un encuentro con Hayek, en los Debates de Humanidades de Salzburgo, en diciembre de 1976, sobre el papel y la comprensión del intelectual en nuestro mundo, en la que Hayek señaló sobre la clase intelectual de su tiempo: El motivo es que todo nuestro discurso público se basa en las opiniones y perspectivas de hombres que no saben de lo que hablan. Precisamente porque no lo saben, proponen visiones del mundo poco convencionales. «Se ha vuelto tan amenazador porque es [en el discurso intelectual] donde emergen las ambiciones atroces de lo que el hombre puede hacer caprichosamente de la sociedad». «La idea de que todo se puede hacer es, por supuesto, la forma moderna de utopía que persiguen sobre todo los intelectuales». Una amenaza para la propia democracia. Porque en una democracia sin restricciones los intelectuales podrán hacer oír su voz y serán más capaces de poner en práctica sus desastrosas ideas. En una democracia sin restricciones, el gobierno y los funcionarios dependerán constantemente del apoyo de los grupos de interés dirigidos por esos mismos intelectuales que sueñan con el mundo perfecto.

Y así, «el socialismo utiliza la democracia sin restricciones para sus fines. Me preocupa terriblemente, ya que desacredita tanto a la democracia, que es la única forma de gobierno que protege nuestra libertad individual, que un número cada vez mayor de hombres serios a los que atesoro se vuelven extremadamente escépticos respecto a la democracia».

Hayek exige limitar el poder de los grupos de interés y de la élite intelectual. De lo contrario, estaba convencido, «la democracia se destruirá a sí misma». EL economista austriaco vio cómo los intelectuales socialistas utilizaban esos mismos regímenes para manipularlos y derribarlos mediante grupos de presión de intereses. Hoy siguen siendo a menudo socialistas económicos, pero también han encontrado sus nuevos caprichos en el wokismo.

Ratzinger, argumentó que el origen de la palabra «intelectual» se ha entendido históricamente como hombres que se han ganado una reputación en un campo o actividad y ahora utilizan esta reputación en un campo -o asuntos generales- en el que saben mucho menos. Lo que el mundo necesita con urgencia son debates sobre la objetividad del hombre, sobre la bondad objetiva de la vida humana, que debería discutirse una vez más sobre la base de la razón humana. El teólogo puede estancarse tanto en su campo como el economista en el suyo. Y ninguno de los dos debería tomar los supuestos básicos de su disciplina y universalizarlos. En Occidente hemos descuidado los debates sobre los bienes más elevados, sobre lo que constituye una vida humana (objetivamente) buena (y que hay múltiples formas objetivamente malas de vivir una vida humana).

EL CASO URUGUAYO

Ramón Díaz acredita que Uruguay, aún con gobiernos en guerra civil, generó naturalmente una actividad económica en desarrollo, alentada por el interés propio, el esfuerzo y el trabajo. Posteriormente, una inmigración de igual calidad y sus descendientes, ascendieron enancados en una educación prestigiosa.

Luego, fue declinando, estancándose, y en los últimos años retrocediendo en servicios educativos, de salud y de seguridad. El sistema político abusó de la extracción de recursos privados creando un sistema impositivo para igualar hacia abajo. Una burocracia insoportable multiplicada, que para autojustificarse fue moldeando reglamentaciones que impiden emprender.

Intelectuales con fatal arrogancia, han prostituido al sector público, abusando del trabajador, el ahorrista, el inversor nacional. Un “ogro filantrópico” que hace imposible trabajar en la formalidad multiplicando marginados que dependen del Estado. La pérdida de servicios públicos de calidad sumó un costo adicional de ineficacia, que obliga a contratar en forma privada los mismos servicios que se pagan al Estado.

Es muy difícil revertir el proceso de deterioro público que se está culturalmente adoctrinando. Un mal salario, una pésima pasividad, la dádiva desde el sistema político, privilegios y prebendas, cargan sobre la sociedad asfixiada.  Desarticularlo implica resignar el derecho al abuso que se recibe, liberando recursos parasitados al sector privado para hacerlo sustentable.

Para cambiar culturalmente, necesitamos que los intelectuales ególatras que proponen corregir el diseño social “imperfecto” acepten la libertad responsable. Y luego, desarticular los grupos de presión que imponen su fatal arrogancia.

Simplemente, reconocer con Sócrates y Hayek, con humildad, que: …SOLO SE QUE NO SE TODO. MI COMPRENSIÓN ES PARCIAL, LIMITADA. Dejar que fluya el orden espontáneo para la creación de un tiempo mejor para todos.

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