LA IZQUIERDA TRUCHA… Por el Dr. Nelson Jorge Mosco Castellano

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Faltaba un mes para la elección del año 1999 y no se sabía si los votantes del Partido Nacional apoyarían al doctor Jorge Batlle en el balotaje.

Estaban reunidos en el patio de una agencia de publicidad cuando el Flaco, tímidamente, dijo: “Mire, Jorge, yo tengo una cosa”. Así se cuenta en el libro “Alejandro Atchugarry. El héroe improbable”, como surgió la idea de exponer ante la opinión pública la propuesta del Frente Amplio de poner el impuesto a la renta de las personas físicas (IRPF).

“Todos nos dimos cuenta de que ahí estaba la clave para ganar la elección”, recuerda Luis Hierro. “Hay que desenmascarar al Frente Amplio con el Impuesto a la Renta y hacerle entender qué es eso a la gente. Hay que decirle a la gente que se van a gravar todos los ingresos, que se va a gravar a los jubilados, al que tiene un corretaje, las cuotas del Banco Hipotecario. La propuesta del Frente Amplio en materia fiscal es aplicar el Impuesto a la Renta a todo el mundo. El que tiene menos va a pagar más y el que tiene más se va a escapar”, agregó Batlle; y propuso: “Hay que congelar o bajar los impuestos, no más impuestos. Estamos en el techo de impuestos”.

En otra ocasión, Batlle dijo sobre el impuesto a la renta: “Va a afectar a la clase media, porque el que tiene más va a pagar menos, ya que establece que se hará una aplicación más dura sobre la persona física que sobre la empresa”. El Frente Amplio decía que a dicho impuesto lo guiaba un criterio de justicia, “que pague más el que tiene más y menos el que tiene menos”.

El martes 16 de noviembre en el programa “En Perspectiva”, Atchugarry se refirió al impuesto a la renta, un proyecto de ley presentado por 31 diputados del FA, y a declaraciones posteriores de Vázquez, candidato frentista: “El señor Vázquez le ha explicado a “Búsqueda” que 700 mil uruguayos van a pagar 750 millones por este impuesto. Pero vamos a hacer los números: si son 700 mil uruguayos, ¿cuántos uruguayos hay que tienen ingresos? ¿Cuántos hogares tiene el Uruguay? Menos de un millón. Por lo tanto, acá están pensando que prácticamente la mitad de los hogares lo van a pagar; y que van a pagar 750 millones, o sea, cinco veces más de lo que se recauda hoy por el Impuesto a las Retribuciones Personales…

Cuando uno va a ver el programa del FA en su página 62, acá se dice textualmente que ellos lo que esperan es que a las personas se les aplique “un tratamiento más severo que a las empresas”. Y dice que “las familias en su conjunto”, o sea, el total de ingresos de las familias, “superen los 12.500 pesos”, o sea 400 pesos por día, del conjunto de la familia quedan gravados. Y por eso dice Vázquez que 700 mil personas van a pagar este impuesto”.

Los intentos por desmentir esa confirmación por parte de Vázquez y de su propuesto ministro de economía Astori, quedaron desmentidos, cuando Cotelo en entrevista a Vázquez, le señaló que era el propio Vázquez quien había dicho que los ingresos entre 12.500 y 25.000 mensuales estarían pagando una tasa de 6%, y de 25.000 a 30.000, 8%, y para ingresos superiores sería del 10%. En esa propuesta que Vázquez y Astori aplicarían en su gobierno, para aumentar la recaudación fiscal. Quedó sellada la suerte de la clase media uruguaya.

Los ingresos salariales, y luego también las pasividades, sufrirían un castigo de 5 de sus mensualidades para el fisco. Así se liquidó la limitada capacidad de ahorro de los sectores medios de trabajadores. Lo que se sumó a otro impuesto ilegal: la inflación, que se fue acumulando para pagar el endeudamiento público creciente con que los gobiernos frentistas frenaron el consumo básico, castigando al pequeño productor y al ahorrista. No había ricos para castigar con más impuestos; el “pato de la boda” frentista lo pagaron los desempleados, los pobres y los indigentes. Hizo derrapar a la llamada “clase media”.

Desde la década del 60 se construyó una izquierda trucha que asumió el gobierno para aumentar los impuestos al salario de la clase trabajadora. Los impuestos en el Uruguay no financian un presupuesto limitado a las posibilidades del contribuyente. Son una forma de operar de “asaltantes con patente” para cumplir compromisos políticos, personales, departamentales, realizar proyectos ideológicos utópicos, cubrir el despilfarro y el buen vivir de una pléyade de vivos, que se cuelan en el presupuesto, ocultos por su vastedad y vericuetos legales que casi nadie no iniciado en las artes de estafar al contribuyente entiende. Todos resuelven su “problema” a costa de otros. Nadie se anima a recortarlo salvo para aumento de otras partidas, en una “negociación” sin piedad de usted ajeno a este expolio.

El caso de la llamada “izquierda” fue devastador por la voracidad acumulada para repartirse cargos y partidas. Liquidaron la producción nacional, agregando impuestos al trabajo y post trabajo: jubilaciones y pensiones. Terminaron con el pequeño ahorro o la modesta inversión emprendedora que no les aportaba, protegiendo a la gran empresa que concentra valor impositivo. Consecuentes con la consigna de que hay que sacarles para darle a otros, achicaron la “torta” del ingreso fiscal. Ajenos absolutamente al desánimo del pequeño empresario y al desempleo consecuente.

En el Uruguay, el 90% de las empresas son pymes. Al impulso de la soberbia político-ideológica: “ellos sabían”; y con el rencor que, acumulado de tantas reprobaciones electorales, enterraron el tendal de recursos públicos en proyectos faraónicos, que desafían al gobierno actual a continuarlos a cualquier precio, o a pagar el costo económico-político de detenerlos. Copiaron la misma política “redistributiva” en las intendencias: proliferación de impuestos y multiplicación sin límite del clientelismo, tantas veces denostados por estos mismos personajes.

El contribuyente municipal fue víctima propiciatoria de la voracidad fiscal. Multiplicaron exponencialmente tributos, sumados al endeudamiento que llegó a sumas exorbitantes. El 90% de sus ingresos departamentales se destina al pago de sueldos y gastos políticos; y del 10% restante hay que descontar la morosidad y el pago de intereses, por lo cual es imposible hacer obras imprescindibles en zonas inundables y basurales.

Las empresas públicas se llenaron de audaces, incapaces, y corruptos, cargando sobre el castigado consumidor precios públicos de países nórdicos con servicios de Ruanda. La corrupción fue imparable desde ANCAP a ASSE. El desenfreno en la repartija agotó los recursos hiper multiplicados del BPS, al que sumaron sin pudor, obscenos beneficios y descontrolados montos de asistencia a activos.

Por lo cual, para cubrir en parte el descalabro presupuestal, le sumaron al IRPF ampliado: el IASS para “asistir” a la previsión social a cargo de los jubilados, el desfalco de las empresas públicas, la asistencia a “velitas” compañeras fundidas, y el despilfarro en cada resquicio del Estado. Fundieron empresas monopólicas, asociándolas a la corrupción “compañera” MERCOSUR: PLUNA-ALAS U; ANCAP con la fallida desulfurizadora; una caldera de portland de instalación inviable.

Incontables pérdidas por mega suicidios de dinero del contribuyente: la regasificadora: acuerdo Lula-Odebrecht, el tren de los pueblos libres con los Kirschners, el costo triple del ANTEL ARENA; el intento de explotación de hierro abortado, y “negocios” embarrados con Venezuela: libros, viviendas de madera, quesos, leche en polvo sobrefacturados; y software, que suicidó al contador que primerió en la oferta.

El producto del frentismo empobreció igualitariamente a todos, redujo el consumo; hizo desaparecer el ahorro; y expulsó a otros 500.000 uruguayos más. Todavía este gobierno no lo ha ordenado, por falta de capacidad política de explicarlo, e indecisión de anteponer el interés general de la población a mezquinos intereses que presionan desde el sindicalismo, el empresariado apadrinado, y el condicionamiento burocrático financiero internacional.

El “camino de servidumbre” que sembró la “fatal arrogancia” de los ingenieros de la izquierda trucha, fue una carga tributaria inmensa que tú pagas cada vez que vas a la feria o al almacén, asumes las cuentas recargadas de ANTEL, UTE, ANCAP, OSE Y GAS; o, como los “nabos de siempre” pagas la patente, contribución inmobiliaria, impuesto al patrimonio, a las herencias; y si todavía tienes una empresa, toda la retahíla de impuestos al inversor uruguayo. Cargas, además, con el brutal desquicio político multi asociado que hará inviable crear trabajo, aumentar la inversión, pretender crecer y exportar; salvo por gracia recibida.

Estos pergenios de “el Chicho”, como Pereira, “el boca” Andrade, u Olesker, se ofrecen otra vez a sacarnos del estancamiento en que nos dejaron, todavía hay margen para aumentar impuestos. Absolutamente coherentes con su objetivo, quieren liquidar lo que sobrevive del sector productivo, igualar en la pobreza, cumpliendo los objetivos del Foro de San Pablo y Puebla.

Los uruguayos padecemos una inflación de impuestos, que nos rapiña el esfuerzo de trabajar o haber trabajado. Una casta política se reparte lo que nos quita asumiendo que es suyo. Se sostienen con un pago coactivo igual que en la monarquía absoluta. Acá esas quitas se llaman IRPF e IASS, detracciones del recaudador que mataron oportunidades; expulsaron del país y condenaron al cierre de pequeñas empresas; obligaron el empleo precario, la informalidad y castraron la esperanza en un mejor futuro.

La izquierda vernácula es coherente con su objetivo: construir un público objetivo mendicante del que manda. Precarizar la vida para generalizar asistencialismo. Aumentar el delito juvenil e infantil para generar una sociedad insegura, promoviendo el descenso del marginado a delincuente. Mienten que quieren una enseñanza popular. En realidad, construye un caldo de cultivo de división, violencia, enfrentamiento y presión para que caiga el gobierno como fruta madura.

Desde el sindicalismo la consigna es oponerse a cualquier cambio de su proyecto; mantener el poder “negociador” de castigar al empresario. Corren de atrás a la inflación, que creció en su gobierno, en lugar de exigir ordenar el gasto presupuestal para que no licúe el salario y la jubilación. Construyeron la cultura de todos contra todos; políticas de género antagonistas; multiplicación de “derechos” confiscando a otros uruguayos.

Esta izquierda, y los gobiernos incapaces de revertir el daño, cierran la economía, impiden trabajar, comerciar, vivir mejor. Son tan “sensibles” a las necesidades de los pobres que los multiplican. Regalan muletas de una asistencia a cargo del contribuyente, después de haberles partido las piernas para que no accedan a un salario digno. Son muchos los que piensan que la clave de la prosperidad reside en un Gobierno integrado por los más bondadosos y honestos ciudadanos que comprenden a los más necesitados.

El siglo XX debería habernos enseñado los peligros que nos aguardan detrás de esta idea de los más destacados seguidores del comunismo o el nazismo. Ni siquiera su fracaso y los resultados inhumanos les hizo replantearse su ideología. Si la realidad no encaja, lo que está mal es la realidad, y tengo que adaptarla a martillazos.

Friedrich A. Hayek con su «orden espontáneo» se da cuenta de que el hombre es muy ignorante, pero la humanidad es bastante sabia. Explicó el verdadero significado del mercado través de esa metáfora genial, que también giraba en torno a la humildad: “El conocimiento que cada uno de nosotros tenemos es muy limitado; pero, al mismo tiempo, el conocimiento que entre todos podemos acumular es inmenso”.

Los populismos intervencionistas en estas primeras décadas del siglo XXI siguen sin quererlo entender. Su proyecto de reforma no salió bien, pero ellos tenían todas las respuestas. Los que somos conservadores porque somos liberales (y somos liberales porque somos conservadores) sabemos con Hayek, que no hay nada más conservador que esa idea de un orden espontáneo que va desarrollándose sin que nadie lo organice, con pequeños pasos, por un proceso de prueba y error que va depurando los procesos menos eficientes y haciendo que sobrevivan los que mejor se adaptan a nuestra verdadera naturaleza.

Frente a la fatal arrogancia del planificador que cree que puede cambiar una sociedad de arriba a abajo armado con un relato científico de la historia, un tubo de ensayo o una hoja de Excel, Hayek contrapone la prudencia del que se sabe ignorante y limitado. Si funciona, no lo toques; si algo ha sobrevivido cientos de años, pregúntate por qué; es mucho más fácil destruir (se puede hacer en un día) que construir (hay procesos que han tardado siglos en desarrollarse por completo). Las instituciones más valiosas que el ser humano ha creado (el mercado, la familia, el lenguaje, el dinero…) no han surgido de la mente de ningún planificador genial, sino de ese proceso descentralizado y espontáneo que es fruto de las decisiones aisladas de millones de individuos. Por eso odiaron a Hayek desde el principio los «socialistas de todos los partidos», porque les puso delante el espejo en el que se reflejaban sus limitaciones. Porque no hay nadie mejor que el individuo (rico o pobre, con estudios o sin ellos…) para organizar su propia vida.

La razón por la que los planificadores fracasan al organizar la vida de sus ciudadanos no es maldad (aunque también la hay en ocasiones) ni estupidez, sino incapacidad. Nunca podrán saber, aunque le pregunten a cada uno de esos ciudadanos, qué necesitan y cuál es la mejor manera de conseguirlo. Evidentemente, aquí juegan un papel muy importante los incentivos: por una parte, es más justo que cada uno soportemos las consecuencias (buenas y malas) de nuestras decisiones. Pero es que, además, es mucho más eficiente.

Aprendemos más, depuramos nuestros errores y maximizamos nuestros aciertos cuando hay una relación directa entre nuestras acciones y sus resultados. Éste es, aunque sus protagonistas lo ignoran, uno de los grandes problemas de la política y la organización administrativa contemporánea: mucha gente tomando decisiones que afectan a la vida de millones de otras personas y cuyos resultados a los planificadores no les influyen en absoluto (ni para bien ni para mal). Si cada individuo es diferente, en gustos, preferencias, necesidades y objetivos, el corolario lógico es la libertad y propiedad que, en realidad, son dos caras de la misma moneda: sólo puedes ser verdaderamente libre si puedes decidir sobre tu propiedad; y uno sólo es propietario de algo si es libre para disponer de eso.

Por todo esto, también es lógico que la política, uniformadora e intervencionista por definición, mire con la desconfianza del enemigo al liberalismo. Sólo con el trabajo conjunto de miles de personas (en muchos casos desconocidas) podemos producir hasta al más humilde de los bienes que consumimos. La diferencia es que en el mercado se coopera para engrandecer la torta y se hace a través de acuerdos que favorecen a las dos partes. En la lucha por los recursos públicos, lo que unos reciben siempre llega del bolsillo de otros: por eso, ahí sí, en el reparto presupuestario, vemos peleas, grupos de presión, chantajes, lucha por el poder… Donde acaba la cooperación, comienza el enfrentamiento.

Hay un punto que no siempre se valora: las distorsiones que el Estado introduce en nuestras decisiones por la vía de repartir las cargas, culpas y costos de actitudes completamente asociales. Cuando alguien dice «yo tengo derecho a…», también debería asumir que los demás tienen el mismo derecho a ignorarle y, desde luego, ninguna obligación a sostenerle en caso de que esa decisión genere las consecuencias previsibles. Podemos discutir si existe legitimidad en la acción del Estado que quita a unos para dar a otros, pero llamarlo «solidaridad» suena como mínimo a engaño. «Impuesto» es una palabra mucho más precisa.

Los liberales coincidimos en la necesidad de que el Estado sea pequeño y eficiente: que garantice la libertad y la propiedad; que vigile para que se respeten los contratos libres y para que las reglas del juego sean iguales para todos. Así, los estados pequeños como el Uruguay, limitados y eficientes en su origen, dieron paso a mastodónticas estructuras burocráticas, carísimas, expansivas e inoperantes, que por abarcar mucho dejan de brindar aquello que debiera ser su primer objetivo.

La mayoría de los estados modernos hace mucho tiempo que sobrepasaron todos los límites que sus fundadores previeron y, parapetados tras la excusa democrática, limitan la libertad de sus ciudadanos como no se habrían atrevido a hacer los, en teoría, absolutos monarcas de otras épocas. Por otra parte, en los países más libres, el decil más limitado económicamente, es entre 10 y 20 veces más favorecido que en los países donde el Estado asume el reparto socialista de los bienes. Por eso huyen, o lo intentan, hacia allí. Que prueba más evidente del fracaso de las políticas que esconden estos facinerosos y violentos militantes del desastre de la izquierda trucha, que millones de personas que intentan escapar librados a la ferocidad de esclavistas, cuando en sus países de nacimiento se aplican políticas socio-económicas como las que defienden y nos quieren imponer. Camino de zombis hacia países que han castrado de raíz los principios liberales.

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