LA MANADA MILITANTE…

1
299

Por el Dr.  Nelson Jorge Mosco Castellano

En el año 1944 Friedrich Hayek escribía: “El empeño general de lograr seguridad por medidas restrictivas, tolerado o favorecido por el Estado, ha producido con el transcurso del tiempo una progresiva transformación de la sociedad… Se ha acelerado esta marcha por otro efecto de la enseñanza socialista: el deliberado menosprecio de todas las actividades que envuelven riesgo económico y el oprobio moral arrojado sobre las ganancias que hacen atractivo el riesgo, pero que sólo pocos pueden conseguir. La generación más joven de hoy ha crecido en un mundo donde, en la escuela y en la prensa, se ha representado el espíritu de la empresa comercial como deshonroso y la consecución de un beneficio como inmoral, y donde dar ocupación a cien personas se considera una explotación, pero se tiene por honorable el mandar a otras tantas. La diaria experiencia del profesor universitario apenas permite dudar que, como resultado de la propaganda anticapitalista, la alteración de los valores va muy por delante del cambio hasta ahora acontecido en las instituciones…La cuestión es si, al cambiar nuestras instituciones para satisfacer las nuevas demandas, no destruiremos inconscientemente unos valores que todavía cotizamos muy alto. El cambio de la estructura de la sociedad implicado en la victoria del ideal de seguridad sobre el de independencia no puede ilustrarse mejor que …allí donde categoría social y distinción se logran casi exclusivamente convirtiéndose en un sirviente a sueldo del Estado, donde la ejecución de un deber asignado se considera más laudable que la elección por sí de su campo de utilidad, donde todas las actividades que no dan acceso a un lugar reconocido en la jerarquía oficial o derecho a un ingreso fijo se consideran inferiores e incluso algo deshonrosas, sería excesivo esperar que muchos prefieran largo tiempo la libertad a la seguridad. Cuando las cosas han llegado tan lejos, la libertad casi se convierte realmente en objeto de burla, puesto que sólo puede adquirirse por el sacrificio de la mayor parte de las cosas agradables de este mundo. En tal situación, poco puede sorprender que sean cada vez más las gentes que empiezan a sentir que sin seguridad económica la libertad “carece de valor” y están dispuestas al sacrificio de su libertad para ganar seguridad. No cabe duda que uno de los principales fines de la política deberá ser la adecuada seguridad contra las grandes privaciones y la reducción de las causas evitables de la mala orientación de los esfuerzos y los consiguientes fracasos. Pero si esta acción ha de tener éxito y no se quiere que destruya la libertad individual, la seguridad tiene que proporcionarse fuera del mercado y debe dejarse que la competencia funcione sin obstrucciones. Cierta seguridad es esencial si la libertad ha de preservarse, porque la mayoría de los hombres sólo estará dispuesta a soportar el riesgo que encierra inevitablemente la libertad si este riesgo no es demasiado grande. Es esencial que aprendamos de nuevo a enfrentarnos francamente con el hecho de que la libertad sólo puede conseguirse por un precio y que, como individuos, tenemos que estar dispuestos a hacer importantes sacrificios materiales para salvaguardar nuestra libertad”.

“En definitiva, la profundización de la dependencia de los gobiernos que pretendían dar seguridad en el empleo público, en la asistencia que repartía el gobierno y en los servicios que el gobierno brindaba con cargo a impuestos, avanzó sobre la libertad y se crea la confrontación del orden público con la libertad productiva. Una vez que se admita que el individuo es sólo un medio para servir a los fines de una entidad más alta, llamada sociedad o nación, siguiente por necesidad la mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que nos espantan. Desde el punto de vista del colectivismo, la intolerancia y la brutal supresión del disentimiento, el completo desprecio de la vida y la felicidad del individuo son consecuencias esenciales e inevitables de aquella premisa básica; y el colectivista puede admitirlo y, a la vez, pretender que su sistema sea superior a uno en que los intereses “egoístas” del individuo pueden obstruir la plena realización de los fines que la comunidad persigue.  Cuando algunos filósofos presentan una y otra vez como inmoral en sí el afán por la felicidad personal y únicamente como laudable el cumplimiento de un deber impuesto, son perfectamente sinceros…Donde hay un fin común que todo lo domina, no hay espacio para normas o preceptos morales generales. Donde unos cuantos fines específicos dominan la sociedad entera, es inevitable que la crueldad pueda convertirse ocasionalmente en un deber, que los actos que sublevan todos nuestros sentimientos, tales como el fusilamiento de los rehenes o la matanza de los viejos o los enfermos, sean tenidos como meras cuestiones de utilidad, que el desarraigo y el traslado forzoso de cientos de miles de personas llegue a ser un instrumento político aprobado por casi todos, excepto las víctimas, o que sugestiones como la de un “reclutamiento de mujeres con fines de procreación” puedan ser consideradas seriamente. Ante los ojos del colectivista hay siempre un objetivo superior a cuya consecución sirven estos actos y que los justifican para aquél, porque la prosecución del fin común de la sociedad no puede someterse a limitaciones por respeto a ningún derecho o valor individual. Pero mientras la masa de los ciudadanos del Estado totalitario muestra a menudo devoción altruista hacia un ideal, aunque sea uno que nos repugne, la cual les hace aprobar e incluso realizar tales actos, no pude decirse lo mismo en defensa de quienes dirigen su política. Para ser un elemento útil en la conducción de un Estado totalitario no basta que un hombre esté dispuesto a aceptar especiosas justificaciones para viles hazañas; tiene que estar activamente dispuesto a romper con toda norma moral que alguna vez haya conocido, si se considerase necesario para el logro del fin que se le ha encomendado. Como es únicamente el líder supremo quien determina los fines, sus instrumentos no pueden tener convicciones morales propias. Tienen, ante todo, que entregarse sin reservas a la persona del líder; pero, después de esto, la cosa más importante es que carezcan por completo de principios y sean literalmente capaces de cualquier cosa. No deben tener ideales propios a cuya realización aspiren, ni ideas acerca del bien o del mal que puedan interferir con las intenciones del líder. Los únicos gustos que se satisfacen son el del poder como tal, el placer de ser obedecido y el de formar parte de una máquina eficaz e inmensamente poderosa a la cual todo tiene que dejar paso. Por consiguiente, habrá especiales oportunidades para los brutales y los faltos de escrúpulos. Habrá tareas que cumplir cuya maldad, vistas en sí, nadie pondrá en duda, pero que tienen que llevarse a cabo en servicio de algún fin superior y han de ejecutarse con la misma destreza y eficacia que cualquier otra. En una sociedad totalitaria, los puestos en que es necesario practicar la crueldad y la intimidación, el engaño premeditado y el espionaje, son numerosos. Ni la Gestapo, ni la administración de un campo de concentración, ni el Ministerio de Propaganda, ni las SA o las SS (o sus equivalentes italianos o rusos) son puestos apropiados para el ejercicio de los sentimientos humanitarios. Y, sin embargo, a través de puestos como éstos va el camino que conduce a las más altas posiciones en el Estado totalitario”.

            Nuestra patria nació arropada en las ideas de respeto a la LIBERTAD INDIVIDUAL, en contra de todas las tiranías, pero, el avance violento del colectivismo, nos hizo vamos deslizarnos hacia la adoración de lo político por encima de todo, incluso de las normas éticas, morales y jurídicas, avasallando al individuo. El liberalismo desde siempre ha sido una cosmovisión, una postura intelectual que integra muy variadas contribuciones, aceptando al conocimiento como provisorio e incentivando la máxima apertura al debate y a las refutaciones, en un contexto de mentes abiertas motivadas por la búsqueda de la verdad. La gimnasia de la prueba y el error, reconocer al hombre como un ser imperfecto, limitado y que maneja una ínfima cuota de comprensión respecto del mundo que lo rodea, es lo que nos ha posibilitado llegar a estas instancias en el peregrinar del conocimiento multiplicado exponencialmenteAlberto Benegas Lynch (h.), expresa:El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo bajo el principio de no agresión y defendiendo el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”. Para desarrollar nuestras potencialidades al máximo debemos vivir en plena libertad, y eso implica respetarnos mutuamente. Se habla muchas veces de “tolerancia”. En realidad, los derechos a la vida, la libertad y la propiedad no se toleran, se respetan.

Una gran parte de la sociedad no quiere admitir que está escribiendo el libreto de su desaparición cegada por las palabras y las promesas de felicidad y justicia social instantánea de cuanta necesidad se le ocurra. Esas cabezas son capaces de sacrificar a sus conciudadanos, tienen el balde puesto, y con ese relato hacen oposición, juzgan a quienes consideran enemigos, proponen repartijas, y condenan al que piensa diferente. Llaman conservador al que asume la libertad de pensar, opinar, o construir futuro mejor con el aporte individual, inteligente. Se dicen progresistas y hacen todo lo posible por retrotraernos al pasado más atroz de la humanidad. Dicen defender los derechos humanos, pero encubren los asesinatos y torturas de sus tiranos, que hoy como ayer, usan el poder para violarlos con los mismos argumentos. Son totalitarios, y nada ni nadie les hará variar su posición anómica hacia la democraciariaa . Su inmoralidad resulta agravada por haber nacido en nuestra Patria, y hacer lo que les manden déspotas internacionales. No nos toleran, nos odian. No defendernos es jugar con el destino inexorable. Hayek y tantos otros han expuesto la realidad vivida por los pueblos sojuzgados al yugo totalitario. Es imprescindible repudiar intransigentemente a quienes profesan con fe putativa esta concepción degenerada de convivencia humana. Educadores, jueces, políticos, y sindicalistas, acólitos de una ideología que clausura definitiva el diálogo, la convivencia, la razón, la realidad. Quien está con ellos se despide de sí mismo; abdica de su propia personalidad.  Entrega sus escrúpulos a una secta amoral que adora al líder.

Se convierte en la MANDADA MILITANTE; sin individualidad, sin moral, sin ética, sin disidencia. Sin otra alternativa que someterse a cualquier costo al poder a un déspota.

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Semanario ConTexto promueve el respeto entre las personas, y fomenta los valores Éticos y Morales de una buena convivencia. La redacción bloqueará los mensajes con palabras o expresiones ofensivas, denigrantes o insultantes. Por un Uruguay mejor. Gracias por tus comentarios

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí