EDUCAR PARA NO TRABAJAR. Por Sebastián Castro

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En época de papas argentinos y venta de indulgencias. De doctrinas mal entendidas y dictaduras en democracias duras, semi plenas y dicta blandas semiduras, los países que usan, abusan y sostienen el trabajo infantil, siempre están gobernados por corruptos. Si miramos con detenimiento la lista de países que promueven el trabajo infantil nos encontramos que en su mayoría son Sudafricanos pobres, extremistas musulmanes o comunistas. Algunos de estos son Eritrea, Somalia, República Democrática del Congo, Myanmar, Sudán, Afganistán, Pakistán y Zimbabue. Otros como China, Irán, Siria, Palestina, Turquía o Rusia tienen tantos problemas domésticos que ningún occidental en alguna reunión de la ONU los denuncia. China porque es una potencia económica, Irán porque nadie se mete con extremistas terroristas, Siria y Palestina porque tienen problemas territoriales más graves y Turquía y Rusia porque condenarlos por cosas menores sería distraernos de otras barbaridades más graves que cometen a diario.

Las leyes tampoco han resuelto algo. En el Congo, por ejemplo, la edad mínima para trabajar son los 16 años, pero en las Minas de Coltan (de donde se extrae el mineral con el que se fabrican los microprocesadores que usan los celulares) el 40% de la mano de obra es infantil.

El mundo ha cambiado. En la época en que Alfredo Zitarrosa describe la relación de un hombre mayor con una niña en «Milonga para una niña», algo normal en los 70, hoy se interpretaría como misoginia y pederastia para ser suaves. Y sin embargo y a pesar de los grupos defensores de los derechos humanos, nadie se horrorizó del trabajo infantil ni antes ni ahora. No hay que ser hipócritas. Hablar del tema no lo resuelve. Andrew Ure escribió en 1835, que era “casi imposible transformar a las personas que han rebasado la edad de la pubertad, ya procedan de ocupaciones rurales o artesanales, en buenos obreros de fábrica”. Se habían inventado las escuelas. Construida sobre el modelo de la fábrica, la educación general enseñaba los fundamentos de la lectura, la escritura y la aritmética, un poco de Historia y otras materias.  Esto era el “programa descubierto”.

El programa encubierto escribía Alvin Toffler en «La Tercera Ola», consistía en tres clases:

[…] una, de puntualidad; otra, de obediencia y otra de trabajo mecánico y repetitivo. El trabajo de la fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente peones de cadenas de producción.

Exigía trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes emanadas de una jerarquía directiva. Y exigía hombres y mujeres preparados para trabajar como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas. […]

Hoy seguimos educando niños para un futuro que pasó hace más de 100 años. Y esperando que no trabajen porque es lo correcto, pero no hemos cambiado en nada el origen del porque existe el trabajo infantil. Como tampoco hemos podido cambiar la educación en más de un siglo. Seguimos educando para las mismas tareas que eran necesarias en la revolución industrial (puntualidad, obediencia, trabajo mecánico y repetitivo) y rasgando vestiduras por los niños cuando trabajan. Y permítanme hacer una observación: hablo de niños de forma genérica, pero está claro que 8 años es muy distinto a 15 o 16.

Lo único que pido. Si es que alguien me lee, es que cuando un político salga a controlar el trabajo infantil y detecte a un niño o adolescente trabajando, en vez de quitarle la oportunidad aprender a respetar, honrar y valorar un trabajo, busque la forma de educarlo en valores, más allá del esfuerzo que la enseñanza con 150 años de atraso intenta llevar a cabo.

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